El falso crimen de la enfermera del ¡®doping¡¯ de Diego Maradona
Veinticinco a?os despu¨¦s, Argentina todav¨ªa culpa a la auxiliar de la FIFA que acompa?¨® al ¨ªdolo al control antidrogas que marc¨® el final de su carrera en la selecci¨®n
La selecci¨®n argentina que viaj¨® a R¨ªo de Janeiro, donde este viernes se enfrentar¨¢ a Venezuela por los cuartos de final de la Copa Am¨¦rica, es un equipo que por cada torneo arrastra un grillete, el peso de los 26 a?os desde su ¨²ltimo t¨ªtulo, en Ecuador 1993. Desde entonces, la Albiceleste perdi¨® la final del Mundial 2014 en el mismo Maracan¨¢ ¡ªy otras cuatro finales de Am¨¦rica¡ª pero muchos argentinos recuerdan con mayor acrimonia otra Copa del Mundo, la de Estados Unidos 94.
Este martes se cumplen 25 a?os desde que el 25 de junio de 1994 Diego Maradona dej¨® el estadio Foxboro de Boston exultante, repartiendo besos y tendi¨¦ndole a la mano a una joven vestida de enfermera que le se?alaba el camino hacia el control antidopaje. Cinco d¨ªas despu¨¦s, ya confirmado el positivo por efedrina en la contraprueba, en el mundo del f¨²tbol se comenz¨® a culpar a la mujer de haber llevado al ¨ªdolo a la guillotina. "Lo entreg¨® esa mina, la gordita lo cag¨®", ser¨ªa el complot que todav¨ªa hoy se repite en Argentina como verdad popular.
La victimaria ¡ªequivocada¡ª se convirti¨® en el icono de la ¨²ltima misa maradoniana, el 2-1 de Argentina ante Nigeria celebrado como un nuevo jubileo de Maradona, tan decisivo como en sus jornadas can¨®nicas del Azteca. Maradona ten¨ªa 33 a?os y le esperaba la crucifixi¨®n.
Tres d¨ªas despu¨¦s del partido, una vez que el dopaje sacudi¨® la concentraci¨®n argentina, el c¨ªrculo ¨ªntimo de Maradona desconfi¨® enseguida del nutricionista, Daniel Cerrini, un fisiculturista de 27 a?os al que Maradona le hab¨ªa confiado su alimentaci¨®n. Parec¨ªa haberlo hecho muy bien: Diego hab¨ªa perdido kilos como por arte de magia. El problema fue que Cerrini estaba cultivado en los gimnasios en vez de las aulas y prepar¨® a Maradona como un fisiculturista y no como un futbolista. Una de las diferencias son las sustancias permitidas y, en consecuencia, los controles. Entre las decenas de pastillas que Cerrini le daba a Maradona estaban las que conten¨ªan efedrina.
Como ocurre en estos casos, en la delegaci¨®n tambi¨¦n comenzaron a desplegarse bombas de humo: la descarga oficial fue que Maradona tom¨® dos antigripales. Pero adem¨¢s hab¨ªa que encontrar culpables externos y alguien record¨® que Maradona, camino al pat¨ªbulo, hab¨ªa sido acompa?ada por una chica vestida de guardapolvo blanco y cruz verde. Un pa¨ªs envuelto en el sentimiento tr¨¢gico se sum¨® a la cruzada contra la err¨®neamente llamada "enfermera". Este martes tambi¨¦n se cumplen 25 a?os de ese malentendido: "Fue la ¨²nica vez que mandaron a buscar un jugador".
Acaso porque los argentinos solo ten¨ªan ojos para Maradona, nadie repar¨® en que, en aquel Mundial, cuatro auxiliares de la FIFA aparec¨ªan despu¨¦s de cada partido para acompa?ar a los jugadores a su muestra de orina. Era una sobreactuaci¨®n torpe de un pa¨ªs que a cada rato informaba de los millones de d¨®lares que gastaba contra el narcotr¨¢fico. La mujer que acompa?¨® a Maradona fue Sue Carpenter, un auxiliar de la FIFA de 33 a?os que se dedicaba a la organizaci¨®n de eventos deportivos.
A Carpenter comenzar¨ªa a perseguirla un rayo fatalista, el de una conjetura fantasiosa: cinco d¨ªas despu¨¦s ser¨ªa rechazada por un griego que hab¨ªa sido sorteado para el control posterior al partido con Nigeria: "Andate, te vi, sos la que sac¨® a Maradona". La FIFA decidi¨® protegerla e inform¨®, falsamente, que se llamaba Mar¨ªa Ingrid. No import¨® que periodistas la encontraran en los Juegos Ol¨ªmpicos Atlanta 96 y ella contara que no ten¨ªa nada en contra de Maradona y que incluso admiraba a los argentinos: detall¨® que en su casa de Los ?ngeles ten¨ªa dos casetes de Carlos Gardel y su tango favorito era Mi Buenos Aires querido.
M¨¢s all¨¢ del garrafal error de Maradona de confiar en Cerrini, para su positivo tambi¨¦n influy¨® una p¨¦sima jugada del azar. En una de las habitaciones del Foxboro, durante el segundo tiempo de Argentina-Nigeria, uno de los m¨¦dicos de la Albiceleste, Roberto Peidro, sac¨® las bolillas de Maradona y del defensor Sergio V¨¢zquez. Ya al borde del campo de juego, a la espera del final del partido para entrar a la cancha e informarles de que hab¨ªan sido sorteados, Peidro comenz¨® a hablar con Carpenter.
Maradona ten¨ªa 33 a?os y le esperaba la crucifixi¨®n.
¡ªYo estuve casada con un argentino. Me separ¨¦ hace dos a?os ¡ªle dijo Carpenter, seg¨²n reconstruy¨® el libro?El ?ltimo Maradona, de Alejandro Wall y este autor.
¡ªAh, s¨ª, ?de d¨®nde? ¡ªle pregunt¨® Peidro.
¡ªDe Congreso. Nunca pude ir y me qued¨¦ con ganas de conocer ¡ªcontest¨® la enfermera.
¡ªYo vivo en Congreso ¡ªle correspondi¨® Peidro.
¡ªNo lo puedo creer. ?Qu¨¦ significa Congreso?
Peidro le explic¨® que es un barrio de Buenos Aires le debe el nombre al palacio legislativo. Ya terminaba el partido y el m¨¦dico le dijo la frase por la cual comenz¨® el malentendido.
¡ªAnd¨¢ a buscar a Maradona. As¨ª sal¨ªs en la tapa de todos los diarios. Ven¨ª que le digo que le toc¨® el doping.
Carpenter avanz¨® con menos discreci¨®n que el resto de sus colegas. En la escena del falso crimen tambi¨¦n apareci¨® el dirigente chileno Harold Mayne Nicholls, futuro presidente de la Federaci¨®n de su pa¨ªs.
¡ªPibe, ?y esta mina? ¡ªle pregunt¨® Maradona.
¡ªDiego, saliste para el doping y ella es la enfermera. Te tiene que escoltar ¡ªle respondi¨® Mayne Nichools.
¡ªPerfecto ¡ªacept¨® Maradona, que le tom¨® la mano a Carpenter y camin¨® hasta la platea para saludar a Claudia, su entonces esposa. ¡ª?Sab¨¦s c¨®mo la vacuno a esta gorda? Ahora me voy con ella ¡ªgrit¨® Maradona y Claudia se descostill¨® de la risa.
El argentino dio media vuelta y arranc¨® camino al control. Estaba tan despreocupado que abraz¨® a su custodia rubia y le firm¨® un aut¨®grafo a otra de las chicas con guardapolvo. Carpenter, emocionada, dijo: "Viva Maradona, viva Argentina". Cuando llegaron a la sala se separaron y nunca m¨¢s se cruzar¨ªan. Para el imaginario popular quedar¨ªa como una delatora del poder.
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