Y en la pista habl¨® Nadal

Hab¨ªa una vez un circo llamado Nick Kyrgios, y ten¨ªa un repertorio excepcional de artistas. Lo que ocurre es que solo actuaban a la carta, cuando les apetec¨ªa y les daba la gana, que era en muy poquitas ocasiones. No demostraban excesivo respeto por su profesi¨®n, por no decir ninguno, pero ten¨ªan un talento innato que les permit¨ªa meterse al p¨²blico en el bolsillo pese a la dejadez y la desidia. Divert¨ªan durante un buen rato con una propuesta diferente, distinta, extravagante, pero cuando terminaba el show y las cosas se pon¨ªan serias el que triunfaba era el chico met¨®dico y disciplinado que amaba lo suyo, y que en esto que se escribe recibe el nombre de Rafael Nadal.

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Sorte¨® el mallorqu¨ªn (6-3, 3-6, 7-6 y 7-6, en 3h 04m) una tarde que nunca olvidar¨¢, porque el circense Kyrgios le plante¨® un ejercicio mental al l¨ªmite. Se preve¨ªa, se intu¨ªa, lo sab¨ªa el balear, pero una vez en harina la versi¨®n radical del chico malo del circuito le condujo a una situaci¨®n extrema de autocontrol. Como era de esperar, el australiano, un enigma que nadie consigue resolver, c¨®ctel de lo mejor y lo peor, dispuso todas las artes que domina para tratar de resquebrajar la gran¨ªtica fortaleza psicol¨®gica del espa?ol. Y se acerc¨® a esa frontera deportiva todav¨ªa desconocida, pero al final fracas¨®. Nadal hizo lo que hab¨ªa prometido, que consist¨ªa en ir a lo suyo y hablar ¨²nicamente a trav¨¦s del juego, y este lo puso todo en su sitio.

Temple Rafa, temple, le repet¨ªa una y otra vez la conciencia. Temple y caer¨¢. El adversario, una fuente de provocaci¨®n continua, quer¨ªa llev¨¢rselo a su terreno con el repertorio que exhibe un d¨ªa s¨ª y otro tambi¨¦n. Vocifer¨® Kyrgios, estornud¨®, ech¨® unas cuantas carreras burlonas, rod¨® sobre la hierba¡­ y llegado un determinado momento, en un instante absolutamente clave del duelo, con aroma pugil¨ªstico y emocionalmente muy cercano a la intensidad de una final, cruz¨® una raya que reactiv¨® al Nadal inmenso que puede con todo y se multiplica cuando m¨¢s fea pinta la historia.

Era el tercer set, Kyrgios ¡ªque la noche anterior hab¨ªa sido cazado por unos periodistas en un pub de Wimbledon¡ª hab¨ªa igualado y amenazaba con una revuelta en toda regla, porque para entonces hab¨ªa dejado a un lado el show y se dedic¨® a lo que mejor sabe hacer: jugar al tenis. Hasta ah¨ª, Nadal hab¨ªa digerido y aceptado como hab¨ªa podido todas las estratagemas y todos los trucos ¡ªentre ellos, dos saques de cuchara que no consigui¨® devolver¡ª, pero el australiano lanz¨® entonces un pelotazo tremendo (e intencionado) en direcci¨®n al cuerpo del balear, que este detuvo como pudo. Volvi¨® el espa?ol la cara, afil¨® la mirada y la mantuvo fija en el rival durante cinco interminables segundos. Lo atraves¨®, y a partir de ah¨ª, emergi¨® el Nadal herc¨²leo de las grandes ocasiones.

Una jaula sin candado y un brinco liberador

En el noveno juego de la tercera manga, escap¨® de una jaula sin candado y levant¨® a la grada de La Catedral con un brinco reenergizante y liberador. Resolvi¨® a su favor el tie-break y se puso 2-1 arriba. No mucho antes hab¨ªa recibido algunos silbidos del p¨²blico, porque tir¨® de picard¨ªa e intent¨® dilatar cada turno de servicio y los retornos de la silla a la l¨ªnea de fondo, aspecto que critic¨® en su d¨ªa Kyrgios. El irreverente australiano, con una tendencia m¨¢xima a la dispersi¨®n, pod¨ªa haberse desenganchado definitivamente del pulso, pero lejos de hacerlo abandon¨® toda su parafernalia y plante¨® una resistencia que se tradujo en un intercambio hermoso.

As¨ª, s¨ª.

Golpeos preciosos e imposibles, y una lluvia de aces (29) a la que contest¨® Nadal con una r¨¦plica estrat¨¦gica de manual para dirigirse hacia la siguiente ronda, en la que se medir¨¢ al veterano franc¨¦s Jo-Wilfred Tsonga (7-6, 6-3 y 6-3 a Ricardas Berankis). ¡°Es uno de los rivales m¨¢s dif¨ªciles a los que puedes enfrentarte. A veces es duro ver algunas cosas en la pista, pero prefiero no comentarlas¡±, respondi¨® con la adrenalina todav¨ªa a mil, nada m¨¢s cerrarse el partido. ¡°?l tiene muchos buenos ingredientes, pero quiz¨¢ no tiene el amor y la pasi¨®n que demanda este deporte¡±.

La raqueta habl¨®.