El f¨²tbol no necesita de moderneces
Este juego es lo que es gracias a su simplicidad y su estabilidad
Primitivo, lento y nuestro
El f¨²tbol nos pertenece a todos. A los pragm¨¢ticos y a los estetas; a los amigos de la improvisaci¨®n y a los amigos del m¨¦todo; a los amantes del ataque y a los del contraataque. Una pasi¨®n que ata?e a miles de millones de personas atravesando diferentes idiomas, razas y culturas, no puede tener due?o. Para que eso haya ocurrido, existe un reglamento con un cuerpo s¨®lido, sin duda el mejor libro jam¨¢s escrito sobre f¨²tbol. Desde la instauraci¨®n del fuera de juego en 1925, el f¨²tbol tiene un aspecto que lo hace reconocible en cualquier parte del mundo. Pasaron casi 100 a?os solo con cambios cosm¨¦ticos que ayudaron a un mayor rigor disciplinario (tarjetas amarillas o rojas en 1970) o a una mejor din¨¢mica del juego (regla de cesi¨®n al portero en 1992). Hasta ahora, si de algo cab¨ªa acusar al f¨²tbol era de ser un juego conservador, que se mov¨ªa con demasiada lentitud.
Velocidad m¨¢xima: 0
Por un lado, la tecnolog¨ªa, que trajo el VAR, y por otro la prisa, como invento capitalista, est¨¢n empujando a la industria del f¨²tbol, que a su vez mueve el juego a una velocidad a la que no est¨¢ acostumbrado. Cierto: un momento excepcional requiere de medidas excepcionales. La m¨¢s dolorosa y deprimente es la del f¨²tbol sin espectadores. Pero me preocupa que se aproveche la ocasi¨®n para deformar un partido instaurando cinco cambios y hasta seis en el caso de que exista pr¨®rroga. Medida apresurada, no debidamente debatida, en donde me queda la impresi¨®n de que la International Board, siempre tan comedida, act¨²a bajo presi¨®n. Lo peor que puede hacer el f¨²tbol es desconcertar a los aficionados con continuos cambios. Y me pregunto: ?de d¨®nde saca esa gente la seguridad para estar cambiando el colosal fen¨®meno cultural que nos pertenece a todos?
Cuidar al futbolista y al juego
LaLiga se propone jugar 11 partidos en algo m¨¢s de 45 d¨ªas entre los meses de junio y julio. Es decir, m¨¢s o menos el mismo desgaste que sufre un finalista en un Mundial, jugando siete partidos en un mes en pleno verano. Que no se me conteste que es para cuidar a los futbolistas, porque si de verdad se piensa en cuidarlos, no los har¨ªan jugar con el coronavirus como ¨²nico y amenazante espectador. Los futbolistas est¨¢n en buenas manos y no les faltar¨¢n ni test ni cuidados m¨¦dicos ni ninguno de los adelantos de los que se beneficia ahora la alta competici¨®n. Lo que me preocupa, como s¨ªntoma, es que estos cambios apresurados para afrontar una emergencia no hayan levantado ni una sola voz de alarma. Y que sigamos en el futuro con ocurrencias para contentar no s¨¦ a qu¨¦ comit¨¦ de entrenadores, de ¨¢rbitros o, al tiempo, de directivos.
Los peligrosos intrusos
Cuidado con las buenas intenciones. Cuenta Stefan Zweig que fue un doctor, Guillot¨ªn de apellido, el que invent¨® la m¨¢quina que cura todas las enfermedades: la guillotina. El f¨²tbol se est¨¢ llenando de gente de distintos ¨¢mbitos (en ocasiones aut¨¦nticos intrusos) con ideas magn¨ªficas, pero al parecer a ninguno se le est¨¢ ocurriendo pensar que este juego es lo que es gracias a su simplicidad y su estabilidad. Hay algo primitivo en el f¨²tbol que sigue funcionando y que no necesita de moderneces. Es el talento de los jugadores y la fuerza de la ¨¦pica lo que transforma a Maradona en un Dios o al Trinche Carlovich en una leyenda sostenida con la palabra. Y los que deciden declararlos ¨ªdolos, h¨¦roes o mitos, son los aficionados, tan due?os del f¨²tbol como los especialistas. Y son precisamente ellos los que no tienen ni voz ni voto en las peligrosas decisiones que est¨¢n transformando (?o deformando?) este juego maravilloso y, hasta ahora, irrompible.
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