Cuatro jugadores y su veh¨ªculo antirracista
Con sus gestos, McKennie, Sancho, Thuram y Achraf no olvidaron que son m¨¢s que prometedores futbolistas
Hay casos que exceden los confines de las fronteras y empujan a debates morales de car¨¢cter universal. El de George Floyd es uno de ellos. Su brutal muerte durante su detenci¨®n por un grupo de polic¨ªas de Minneapolis ha sembrado de indignaci¨®n y llamas las calles de las principales ciudades de Estados Unidos. Las detestables im¨¢genes del episodio han abierto todav¨ªa m¨¢s una herida que supura desde su nacimiento como naci¨®n: el racismo, exacerbado por un presidente que no tiene el menor empacho en calificar de gente estupenda a los supremacistas blancos o a los ultras que acuden fusil de asalto en mano al Capitolio de Michigan para exigir el final del confinamiento en el estado.
El deporte nunca ha sido ajeno al veneno racista, y en Estados Unidos menos que en cualquier otro lugar del mundo. Quienes defienden la conveniencia de deslindar el deporte de la pol¨ªtica olvidan dos cosas: el deporte est¨¢ tan impregnado de pol¨ªtica como cualquier otra actividad ¡ªen ning¨²n sitio se cultiva m¨¢s esta evidencia que en los palcos de los estadios¡ª y la rebeli¨®n contra el racismo y sus lamentables pr¨¢cticas trasciende la pol¨ªtica. Es una obligaci¨®n moral y un acto de decencia humana combatir cualquier modelo que utilice el pigmento de la piel como artefacto discriminatorio y represor.
Las protestas y disturbios se extienden por toda la geograf¨ªa estadounidense, amplificadas por la angustia y el desconcierto que provoca una pandemia feroz. El deporte vuelve a erigirse en caja de resonancia del problema racial, en gran medida porque escenifica desde hace d¨¦cadas las mismas frustraciones no resueltas en el tejido social. Desde el Black Power que precedi¨® y luego presidi¨® los Juegos de M¨¦xico 68 a los recientes episodios liderados por Colin Kaepernick, quarterback de los 49ers de San Francisco, los atletas estadounidenses se han erigido en portavoces de la indignaci¨®n de los afroamericanos, en ocasiones con graves consecuencias para ellos.
Kaepernick, que decidi¨® arrodillarse cada vez que sonaba el himno estadounidense como se?al de protesta por la brutalidad policial contra la poblaci¨®n negra, se encontr¨® con el enemigo m¨¢s intolerante y poderoso posible: el presidente de la naci¨®n. Con su insultante metralleta de tuits, Trump logr¨® convertir a Kaepernick en un apestado. El quarterback de los 49ers no logr¨® enrolarse en ning¨²n equipo, pero su combate tuvo r¨¦ditos apreciables: el rechazo de equipos como los Warriors, campeones de la NBA, a acudir a la Casa Blanca, postura refrendada por estrellas como LeBron James.
Cuatro j¨®venes de la Bundesliga decidieron este fin semana que el f¨²tbol no es una burbuja feliz, ajena a las vicisitudes que conmueven a la sociedad. Un estadounidense (McKennie), un ingl¨¦s (Jadon Sancho), un franc¨¦s (Thuram) y un marroqu¨ª (Achraf Hakimi) no olvidaron que son algo m¨¢s que prometedores futbolistas. Todos ellos proceden de entornos donde permanecen firmemente ancladas estructuras que toleran o alimentan el racismo, por soterrado que parezca.
Su condici¨®n de nuevas estrellas no les aleja de una realidad perversa. No son consentidos que utilizan sus privilegios en el f¨²tbol para emitir mensajes caprichosos, ni quieren asumir el papel de entretenedores mudos y ciegos que el f¨²tbol est¨¢ encantado de proporcionarles. Es curioso que organizaciones como FIFA y UEFA pretendan erigirse en atildadas autoridades en materia moral ¡ªla campa?a Respect, por ejemplo¡ª, y luego miren con sospecha y preocupaci¨®n las acciones de gente como McKennie, Sancho, Thuram y Achraf. Por fortuna, estos chicos saben que son m¨¢s cre¨ªbles que sus jefes y que el f¨²tbol es un veh¨ªculo de primera calidad para decir a la gente que la miseria del racismo es intolerable y convierte en universal la cruel escena que se produjo en una calle cualquiera de Minneapolis.
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