Dos campeones
El f¨²tbol es interesado y siempre abraza al ¨²ltimo ganador, pero esta vez lo hizo por placer. Era un grupo de nobles, bajitos y talentosos que jugaban como los dioses
Dos cimas
El f¨²tbol es un pico muy alto y hace diez a?os Espa?a lo coron¨® dos veces, una ganando el Mundial de Sud¨¢frica y otra convirti¨¦ndose en referencia por practicar un juego que, por ser hasta sexi, desprend¨ªa feromonas por un tubo. No nos enga?emos, el f¨²tbol es interesado y siempre abraza al ¨²ltimo ganador, pero en esta ocasi¨®n lo hizo por placer. No era para menos, se trataba de un grupo de jugadores nobles, bajitos y talentosos que jugaban como los dioses. ¡°Primero hay que saber sufrir¡±, dice un famoso tango y por ah¨ª empez¨® Espa?a, perdiendo el primer partido frente a Suiza y llenando el ambiente de electricidad period¨ªstica y leg¨ªtima preocupaci¨®n. Fue la prueba de fe definitiva. La Selecci¨®n sigui¨® aferrada a su estilo sacando personalidad de un yacimiento interminable de convicci¨®n. El momento necesitaba, adem¨¢s, de sosiego, y Vicente del Bosque es el inventor del equilibrio emocional.
Las bisagras
Era un equipo que transmit¨ªa seguridad con la pelota, con dos conductores, Iniesta y Xavi, que le pon¨ªan ciencia y belleza al juego. Parec¨ªan haber nacido juntos en el centro del campo. Seg¨²n tocara defender o atacar, ellos cambiaban de misi¨®n con la simplicidad y elegancia con que un pianista de jazz usa el pedal para prolongar o enmudecer una nota. Se apoyaban en Xabi Alonso y Busquets, jugadores de tono m¨¢s cl¨¢sico que desplegaban y recog¨ªan al equipo como si fuera un gran acorde¨®n. Siempre prefer¨ª jugar con un solo medio centro, pero nunca me hubiera privado de alguno de estos cracks a los que les sal¨ªa f¨²tbol por todos los poros. Diez a?os despu¨¦s, ya habr¨¢ entrado en escena una nueva generaci¨®n que piense aquello de ¡°era el f¨²tbol de antes¡±. No hay antes y ahora, hay buen y mal f¨²tbol. Y el de Espa?a era maravilloso.
La angustia
Incre¨ªble que tanto f¨²tbol produjera tan pocos goles. Se alcanzaban victorias angustiantes, pero delicadas, brillantes, merecidas. Con un dominio que a veces parec¨ªa un baile. Pero al baile le costaba alcanzar el orgasmo del gol (mucha met¨¢fora sexual, lo s¨¦, pero es que un Mundial es un polvo descomunal). Solo se alcanzaban goles por una obra de arte, como el de Villa ante Chile; por una insistencia heroica, como el de Villa ante Paraguay; por un juego que parec¨ªa enhebrar una aguja con un bal¨®n, como el de Villa contra Portugal; por un entendimiento telep¨¢tico entre Xavi y Puyol, como aquel cabezazo ¨¦pico frente a Alemania; o por un acto de justicia c¨®smica, como el de Iniesta en la final. Digo c¨®smica, y no futbol¨ªstica, porque Holanda perdi¨® frente a Alemania en el 74 o Brasil contra Italia en el 82, por dar solo dos ejemplos. Esta vez, la belleza tuvo raz¨®n. Y gan¨®.
Y por fin, dos campeones
Se lo deb¨ªa. Mi hijo ten¨ªa 30 a?os y hab¨ªa crecido humillado por el agrandado de su padre: ¡°?A qui¨¦n se le ocurre ser espa?ol? Si hubieras nacido en Argentina ya tendr¨ªas dos Mundiales¡±. Pero Espa?a se puso estupenda y cuando alcanz¨® la gran final, dej¨¦ todo lo que ten¨ªa y lo llam¨¦ para pagar mi deuda: ¡°Esta noche nos vamos para Sud¨¢frica¡±. Un viaje de ida y vuelta para ver el partido de su vida. Sufrimos como hinchas, gritamos como un gol la parada de Iker Casillas a Robben y como un milagro el gol de Iniesta en la pr¨®rroga. Al final del partido abrazamos hasta a Roberto G¨®mez, ¡°amigo¡± periodista que ten¨ªa la costumbre de matarme en sus columnas (siempre por mi bien). Saludamos a jugadores y entrenadores que pasaron a nuestro lado camino del palco y, con la misi¨®n cumplida, volvimos al aeropuerto. Mi hijo ya era Campe¨®n del Mundo y yo nunca me sent¨ª tan espa?ol. Ni tan padre.
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