Atacados por un oso grizzly
En noviembre de 2015, los alpinistas brit¨¢nicos Nick Bullock y Greg Boswell fueron sorprendidos en Canad¨¢ despu¨¦s de aproximarse a una v¨ªa de hielo y terreno mixto
Cuando Nick Bullock y Greg Boswell alcanzaron, finalmente de madrugada, el hospital de Banff (Columbia Brit¨¢nica, Canad¨¢) a¨²n no pod¨ªan creer que iban a contar lo que iban a contar a los m¨¦dicos y enfermeros de la peque?a localidad, famosa por su festival de cine de monta?a y por su naturaleza salvaje. Estaban en invierno, en la meca de la escalada en hielo y acababan de escapar de una pesadilla, de la clase de pesadilla con la que en la zona se advierte a los ni?os para que no hagan incursiones en los bosques aleda?os. En estos d¨ªas de pandemia, las grandes monta?as heladas del planeta quedan m¨¢s lejos que nunca, as¨ª que para no caer en la depresi¨®n, Nick Bullock recorre las escuelas espa?olas de escalada mientras busca, quiz¨¢, un editor en castellano para su excelente libro Echoes y lamenta haberlo escrito antes de poder incluir la historia que aqu¨ª se refiere.
La pareja brit¨¢nica deseaba en noviembre de 2015 escalar una v¨ªa bautizada como Dirty love del monte Wilson, en las monta?as Rocosas, aunque la aproximaci¨®n a la v¨ªa era en s¨ª misma una aventura. Salieron temprano del coche y durante horas abrieron huella en la nieve profunda, escalaron varios largos, volvieron a abrir huella y a las 7 de la tarde alcanzaron el punto donde arrancaba su objetivo. Satisfechos tras horas de esfuerzo, dieron media vuelta contando con regresar en dos d¨ªas, con la huella abierta, conociendo bien el terreno y concentrados ya ¨²nicamente en su objetivo. Estaban cerca del lugar donde hab¨ªan depositado sus cuerdas, piolets y crampones: desde ese punto tendr¨ªan que rapelar lo que hab¨ªan escalado con anterioridad. Avanzaban a la luz de sus l¨¢mparas frontales, confiados, satisfechos, con ganas de descansar al d¨ªa siguiente y regresar con fuerzas. Bullock es uno de los mejores escaladores brit¨¢nicos de la historia, muy conocido adem¨¢s por su capacidad divulgativa, heredero de la impecable tradici¨®n inglesa que defiende un principio sencillo y veraz: lo mejor de una ascensi¨®n se perpet¨²a con su relato.
Sumido en la oscuridad y en sus pensamientos, Bullock not¨® un movimiento, una corriente de aire que agit¨® la nieve fr¨ªa y suelta. ¡°?Oso¡!¡±. El chillido de p¨¢nico de Greg Boswell lo dej¨® plantado, pero lo que vio despu¨¦s lo congel¨®: Boswell pas¨® a su lado corriendo, tropezando, perseguido por un oso grizzly que mostraba sus fauces y su musculatura, abri¨¦ndose paso en la nieve profunda sin dificultad. En el posterior relato que Bullock escribir¨ªa, recordar¨ªa c¨®mo ¡°la nieve me salpic¨® y, entonces, el oso fij¨® en mi su mirada. Si hubiese podido pensar en algo, hubiese pensado que as¨ª iba a ser mi final, devorado por un oso. Pero en ese momento Greg se cay¨® y el animal pardo concentr¨® en ¨¦l su atenci¨®n¡±. Fue entonces cuando el cuerpo de Bullock empez¨® a correr en direcci¨®n opuesta, huyendo, la cabeza estallando en un grito de terror que animaba el movimiento de sus piernas. Su miedo no ten¨ªa nada que ver con el miedo a caer escalando, o a perecer enterrado por una avalancha. Esos eran miedos con los que hab¨ªa aprendido a convivir, a los que sab¨ªa medirse. Pero lo que sent¨ªa ahora no parec¨ªa manejable: solo gritaba su instinto de supervivencia y no le importaba que el oso se comiese a su amigo si a ¨¦l lo dejaba en paz. Pero entonces, otro grito vino a mezclarse con el grito que agitaba su cerebro. Era Greg. Gritaba su nombre y le ped¨ªa ayuda. A ¨¦l. El oso le hab¨ªa mordido el gemelo, justo donde acababa su bota.
Bullock se detuvo, se gir¨® y desanduvo hacia su amigo y el oso, sabiendo que morir¨ªa tambi¨¦n. Una sombra se plant¨® ante su linterna: ?era Greg, en pie! Gritaron como locos y empezaron a correr bosque abajo, siguiendo las huellas dejadas esa tarde. Greg suplicaba a su amigo que no lo abandonase. Dieron con sus piolets y crampones. Las cuerdas para rapelar y huir estaban apenas a cinco minutos. Pero ahora estaban armados con sus piolets. Decidieron que si el oso regresaba no huir¨ªan, se enfrentar¨ªan a ¨¦l con sus piolets, clav¨¢ndoselos en la cabeza¡ no eran m¨¢s que vagas ilusiones: ambos sab¨ªan que el animal los despedazar¨ªa. Se repet¨ªan ahora que estaban juntos en esto, pero la combinaci¨®n de oscuridad y bosque los aterrorizaba. Tan solo ten¨ªan que encontrar pronto las cuerdas¡ pero en sus desesperaci¨®n, siguieron las huellas equivocadas: no eran sus pasos, eran los del oso, algo que entendieron apenas una hora despu¨¦s, completamente perdidos. Pensaron en escalar un ¨¢rbol y esperar al amanecer, pero Greg sangraba en abundancia y el fr¨ªo anunciaba una hipotermia casi segura. La ¨²nica manera de encontrar las cuerdas era regresar hasta el lugar del ataque y empezar de cero. Tomar esa decisi¨®n les cost¨® mucho, pero fue lo correcto. Mientras Greg rapelaba, Nick hac¨ªa guardia esperando su turno, con ambos piolets en alto, el pavor en los ojos. Casi cinco horas despu¨¦s de sufrir el ataque, alcanzaron el parking, y dos horas despu¨¦s llegaron a Banff, despertando al personal sanitario que nunca imagin¨® que escuchar¨ªan lo que escucharon.
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