Cuando Ramos pega
Nadie, a excepci¨®n de Fernando Hierro, hab¨ªa sido capaz de involucrar emocionalmente a un pa¨ªs entero en todas sus acciones
Cuando Sergio Ramos pega, se duele media Espa?a: es la tercera ley de nuestro f¨²tbol, el principio ib¨¦rico de acci¨®n y reacci¨®n. La otra media, mientras tanto, dice que no con la cabeza o moldea un bal¨®n imaginario entre las manos, gestos universales que tratan de exonerar al ¨ªdolo aun cuando la tarascada supera los cinco grados y medio en la escala Richter. Lo pudimos comprobar el pasado fin de semana, protagonista el sevillano de un par de acciones en el duelo frente a Osasuna que no pasaron desapercibidas para el gran p¨²blico, tampoco para quienes todav¨ªa gustan de tomar cierta distancia con el espect¨¢culo asegurando que su implicaci¨®n con el f¨²tbol no es personal, solo negocio. Nadie, a excepci¨®n del ya retirado Fernando Hierro, hab¨ªa sido capaz de involucrar emocionalmente a un pa¨ªs entero en todas sus acciones, un m¨¦rito dudoso y a la vez imprescindible para llegar a comprender la dimensi¨®n gigantesca de un futbolista como Sergio Ramos.
En el fondo, pero sobre todo en las formas, el defensa sevillano representa los diferentes tipos de f¨²tbol que cualquier aficionado de una cierta edad haya podido disfrutar a lo largo de su vida. Hay un Ramos que todav¨ªa juega con tacos de aluminio, el de los campos de tierra y brazo en cabestrillo, violento y heroico, plet¨®rico en la demostraci¨®n m¨¢s pura del romanticismo aplicado al deporte de alta competici¨®n. Es el que persigue a Messi en la derrota para soltarle una coz atemporal, como aquellas que recib¨ªa Maradona en los a?os del plomo, y el que desaf¨ªa con la mirada al agraviado como un padre ¨¢spero e insobornable. Pero tambi¨¦n hay un Ramos moderno y preciosista, de toque sencillo y pase largo, de trote ¨¢gil y sentido ar¨¢cnido, de Isabel Marant, Chateau Marmont y bases de electrolatino. De ¨¦l dice un buen amigo m¨ªo que es el tipo de persona que necesitaba protagonizar un documental sobre su vida para poder cre¨¦rsela del todo, aunque quiz¨¢s le habr¨ªa hecho m¨¢s justicia acaudillar su propia serie de dibujos animados, algo al estilo de Oliver y Benji pero con una trama m¨¢s canalla, m¨¢s de barrio, motoreta y pintalabios. Porque en Sergio Ramos resulta todo tan poco veros¨ªmil, tan alejado de lo humanamente posible, que no hay manera de unificar criterios en torno a sus acciones: desde las m¨¢s aplaudidas hasta las m¨¢s pol¨¦micas, como si escrutar a Ramos no tuviese nada de cient¨ªfico y solo fuera cuesti¨®n de relato.
Si el tama?o de las conquistas se puede medir por la dimensi¨®n de los rivales, cualquiera que se haya coronado campe¨®n frente al capit¨¢n madridista deber¨ªa sentirse doblemente satisfecho. Tambi¨¦n aquellos que han sufrido en sus carnes la seriedad de su azote, la patada o el encontronazo, el rasp¨®n y la pechada. Porque empujar los l¨ªmites de un cacique como Ramos no es moco de pavo y sacarlo de su zona de confort tiene mucho de triunfo, aunque sea figurado. Por eso se duele media Espa?a cuando Ramos pega a un tercero: porque no hay mejor narrativa que una buena cicatriz a distancia, ni mejor final para nuestro cuento que dar caza, cada cierto tiempo, al gran ogro vestido de blanco.
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