La Copa del pueblo y el para¨ªso
La Copa siempre ha sido un torneo que me ha encantado: campos diferentes, viajes nuevos, ciudades fuera del radar de la Primera pero con devoci¨®n por el f¨²tbol...
Seguramente, en esto tiene mucha influencia aquello de que el Athletic ha sido siempre un club vinculado a la Copa o esas noches ¨¦picas vividas en la distancia (o so?adas antes de ser vividas). O, tal vez, que en mis primeras cuatro temporadas con los rojiblancos llegamos a dos finales, una ganada y otra perdida. No s¨¦ por qu¨¦, pero la Copa siempre ha sido un torneo que me ha encantado. Campos diferentes, viajes nuevos, ciudades fuera del radar de la Primera pero con enorme devoci¨®n por el futbol¡ y ese comod¨ªn que nos guard¨¢bamos con el partido de vuelta a disputar en tu estadio cuando te med¨ªas a un equipo de inferior categor¨ªa. Una red de salvamento para momentos delicados y una posibilidad de recuperar lo suspendido en el partido de ida. Bueno, o de acabar de emborronarlo y ser enviado al septiembre de la temporada siguiente.
Cuando llegu¨¦ a Francia como Director Deportivo del Olympique de Marsella descubr¨ª que la Copa de Francia se jugaba a un solo partido, en el campo del equipo de inferior categor¨ªa si hab¨ªa dos de diferencia. Pero como en mi primera temporada nos toc¨® jugar contra Toulouse, Lyon y M¨®naco me pareci¨® que el sorteo daba una ventaja de campo a quien jugaba en casa, (si juegas contra el Lyon y el Velodrome te apoya con 60.000 gargantas, las posibilidades suben exponencialmente) pero no acababa de entender el glamur de una competici¨®n adorada al otro lado de los Pirineos.
Al a?o siguiente, tras eliminar al Valenciennes, equipo de Segunda, en Marsella, el sorteo nos envi¨® a Epinal, poblaci¨®n de los magn¨ªficos Vosgos y donde mi memoria me dec¨ªa que hab¨ªamos jugado, no me digas por qu¨¦, un partido con la selecci¨®n ol¨ªmpica espa?ola. En Epinal, un 25 de enero hace, m¨¢s o menos, cero grados. El c¨¦sped era todo lo bueno que el fr¨ªo y la lluvia pod¨ªan permitir, la iluminaci¨®n escasa y llena de sombras. Y el estadio estaba lleno a reventar. Esa temporada, la final se disput¨® entre PSG y Herbiers, equipo de Nacional 2, nuestra Tercera Divisi¨®n.
Cuando volv¨ªamos hacia Marsella reflexionaba sobre la contradicci¨®n entre el riesgo de lesi¨®n en ese tipo de campos y si eso era asumible para un equipo que quer¨ªa ser de la ¨¦lite y la pasi¨®n que hab¨ªa encontrado en aquellas gradas.
Las temporadas siguientes, y tras diversos viajes para conocer rincones ins¨®litos de Francia llenos de pasi¨®n por el futbol, varias eliminatorias ganadas sufriendo y alguna eliminaci¨®n terrible, le encontr¨¦ el gusto a un torneo donde todo era ¡°aqu¨ª y ahora¡±. En este modelo de Copa no valen los planes a largo plazo, no hay la red protectora del partido de vuelta y la presi¨®n de un estadio de primera, m¨¢s bien juegan los elementos de la salida del confort de la hierba en excelente estado, las iluminaciones maravillosas y los estadios que, de tan conocidos, nos permiten tener las referencias tomadas y los espacios m¨¢s controlados. La programaci¨®n se altera e incluso el partido a partido de Simeone adquiere un significado totalmente diferente del que suele manejar el Cholo. Si no ganas este partido, se acab¨® la historia, no hay continuaci¨®n.
Cuando la Federaci¨®n Espa?ola propuso este modelo sent¨ª la curiosidad de ver cu¨¢l ser¨ªa el efecto sobre la competici¨®n, aunque seguramente le falta un elemento decisivo para tener el puzle completo: el p¨²blico. La experiencia de vivir un partido de primera en un estadio de otra categor¨ªa, con el p¨²blico volcado y que por un d¨ªa se olvida de las discusiones de Primera para enfundarse la camiseta de su casa, de su equipo, de su pueblo y de sus amigos. Para, por 90 minutos, so?ar con tocar el cielo. Y, a veces, hasta acabar viviendo un rato en el para¨ªso.
Y un d¨ªa contaremos que vivimos la primera versi¨®n de este modelo de ¨¦xito.
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