Superman L¨®pez, primer rey del Gamoniteiru
El escalador colombiano del Movistar se proclama primer ganador en la nueva gran cima de la Vuelta, mientras Roglic mantiene con superioridad el maillot rojo sobre Enric Mas
Es el crep¨²sculo de la Vuelta. El tiempo retrocede un siglo en Asturias. No tan lejos, entre el Nal¨®n caudaloso y el Trubia, a¨²n se funden obuses y ca?ones y se ensamblan copiando los modelos rusos, tan fluidos y suaves. Hay osos en las laderas de piedra y bosques del Gamoniteiru interminable, 14 kil¨®metros desde Lena, 51 minutos, y por su antiguo asfalto vertical, bacheado, su cinta estrecha en la que tropiezan coches y motos ruidosos, algunas bestias salidas del canto de Neruda ascienden en crescendo alegre de sirtaki, felino como el fuego devorador en el ramaje, como el puma. Es la pelea de los machos alfa, y todos los ciclistas lo quieren ser, buscan deslumbrar, buscan la admiraci¨®n de los dem¨¢s, de sus compa?eros, la primera, que la gente se quede con la boca abierta vi¨¦ndolos pasar atacando, y que durante a?os las leyendas se escriban con sus nombres. Para ello se dejan a?os de vida con el absurdo coraz¨®n acelerado en la subida, como, orgulloso y agotado, canta en la meta el andaluz Juan Pedro L¨®pez, uno de los j¨®venes espa?oles que llegan. La victoria es un a?adido.
La pelea, el camino, es la belleza. Egan Bernal, eganesco, volc¨¢nico, y Primoz Roglic, implacable, codo a codo again, celosos uno de otro, como la v¨ªspera. Lo que tiene uno lo desea el otro. Se persiguen mientras persiguen a Superman L¨®pez, quien vuela y se funde con la niebla que sube hacia las antenas de la cima, sale de la tierra y le envuelve, y a su paso le agitan banderas de su Boyac¨¢, blancas, rojas, verdes, y compatriotas con sombrero vueltiao que se sujetan con la mano para que no se les vuele con el viento que azota la cara de los corredores corren a su lado, y le dan su aliento. A¨²n es de d¨ªa cuando se corona campe¨®n, el primer ganador en la nueva gran cima de la Vuelta, que ya corre hacia su final. Su ganador, seguro, Roglic, su maillot rojo terso, como reci¨¦n estrenado, llega segundo, y unos metros detr¨¢s, Enric Mas, que, como su compa?ero L¨®pez, ha honrado a su patr¨®n, Jos¨¦ Mar¨ªa ?lvarez Pallete, el presidente de Telef¨®nica que le paga el sueldo y que va en coche detr¨¢s, feliz porque su equipo gana una etapa y porque, detr¨¢s del imbatible esloveno, el segundo y el tercero de la general llevan el maillot de su empresa. ¡°Una etapa fabulosa. El equipo representa nuestros valores y cuenta con toda nuestra confianza y todo nuestro apoyo¡±, declara Pallete. Tambi¨¦n los empresarios quieren ser machos alfa. Tanto como los ciclistas quieren ser campeones.
Y tambi¨¦n lo quieren ser los mejores gregarios, y los aficionados les regalan su admiraci¨®n a su gloria, y hablan de ellos emocionados, y en sus pueblos les hacen subir al balc¨®n del ayuntamiento, y les aplauden. Son los generosos, los sacrificados, los m¨¢s cercanos al alma del pueblo, que siempre da. Son Imanol Erviti y Nelson Oliveira, por ejemplo, que, a medias con los del Bahrein tan trabajadores toda la Vuelta, mantienen controlada la locura del australiano Michael Storer, quien se marcha solo subiendo la Cobertoria, a 70 kil¨®metros de la meta. Los ataques de Lagos, la fantas¨ªa de Egan, la locura de Roglic, los celos, buscaban ganar la Vuelta. Los del d¨ªa siguiente se calculan, se miden, se ejecutan, pensando solo en la victoria de etapa. Y se concentran en lo m¨¢s duro del Gamoniteiru, cuando se abandona la carretera asfaltada en dos direcciones (o en la misma direcci¨®n pero en sus dos sentidos, precisan) y se entra en la cinta estrecha, en la que David de la Cruz, quien ha atacado a 12 kil¨®metros de la cima, nada m¨¢s salir de Lena, y ha adelantado a Storer agotado, pasa el primero con apenas medio minuto de ventaja. Un sue?o imposible la victoria. Le quedan seis kil¨®metros por delante, los m¨¢s duros de la m¨¢s gigante de las subidas asturianas, y, quiz¨¢s, ib¨¦ricas. Los que van detr¨¢s, los que calculan, miden el viento, conocen sus piernas, solo esperan su momento para atacar sin perd¨®n. Lo hace Egan, el primero, y en su cabeza se repiten las sensaciones y la emoci¨®n de la v¨ªspera. Dale. Con toda. Ataque, soy ataque, soy Egan. Roglic, como el d¨ªa anterior, le envidia la gloria, y va a por ¨¦l. Le frena. Quedan menos de cinco kil¨®metros. El frenazo lo rompe Superman a cuatro kil¨®metros. Se va, y se va tan veloz, como solo ¨¦l sabe, es una exhalaci¨®n, fino como el ox¨ªgeno, y nadie va a por ¨¦l. ¡°Si voy yo, seguro que me siguen, porque estoy m¨¢s cerca [a 2m 22s estaba entonces; a 2m 30s, despu¨¦s, contabilizadas las bonificaciones] por eso decidimos ganar la etapa con Superman¡±, dice Enric Mas, quien, con hormigas en las piernas, se aguanta las ganas de atacar. ¡°No fui a por Superman porque me qued¨¦ vigilando a Mas¡±, dice Roglic, quien solo siente amenazado su orgullo, no su tercera Vuelta. ¡°A por Egan fui porque estaba a su rueda cuando atac¨®, y a la rueda de L¨®pez no estaba¡¡±,
Desde el coche, por la tele, en Asturias solo se ve ciclismo antiguo. Descendiendo la Cobertoria, la carretera ayer seca y las curvas que un d¨ªa de lluvia del siglo pasado hicieran caer a Z¨¹lle y sus gafas empa?adas, y el suizo compuso en un flash, instant¨¢neo, el gran haiku del ciclismo ¨C¡±agua en curva / culo y bicicleta /en flores. Pican¡±--, y el Cordal y su temible curva de la mina, en la parte m¨¢s empinada del pen¨²ltimo puerto, los aficionados dan hojas de peri¨®dico a los ciclistas que persiguen, a Caruso, el italiano del Bahrein que en Velefique, desierto, caluroso, cre¨ªa estar en su Sicilia, y se las introduce entre el maillot de aparentes materiales sint¨¦ticos que escupen el sudor y evitan el fr¨ªo, y baja como nadie, sin coger fr¨ªo en la tripa, y ¡°arden en ¨¦l los ojos alcoh¨®licos de la selva¡±, como canta Neruda a las bestias y la m¨²sica la pone Theodorakis.
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