Luis Enrique en la cola
Los resultados saltan a la vista: una Espa?a situada entre los cuatro mejores en las tres competiciones oficiales disputadas desde el nombramiento del seleccionador
Las colas, ya sean de gasolinera o de supermercado, se han convertido en el mejor instrumento demosc¨®pico con el que nos haya dotado la democracia desde que los locutores de radio dejaron de preguntar aquello de ¡°?estudias o trabajas?¡±. Cualquier pol¨¦mica se puede trasladar al tedio de una larga fila, donde abundan el tiempo y las ganas de charlar por razones obvias. A fin de cuentas, no hay nada mejor para amenizar la espera pues uno se aburre pronto de mirar al suelo o contar mentalmente los millones de euros que no tiene.
¡°?Menuda suerte tuvimos en Portugal¡±, dice mi padre sin dirigirse a nadie en concreto. Siempre le ha gustado erigirse en el instigador de este tipo de debates, no s¨¦ por qu¨¦, y enseguida aparece un se?or de su misma edad ¡ªcalculo¡ª que saca la cabeza de la conga para darle la raz¨®n y apostillar que ¨¦l se alegra por la Selecci¨®n Espa?ola ¡ªse le nota en las gafas oscuras¡ª, pero que le cuesta mucho acostumbrarse al liderazgo de un entrenador tan maleducado como Luis Enrique. Y llegados a este punto debo confesar que el caballero en cuesti¨®n no se expresa exactamente en estos t¨¦rminos, algo que parecer¨ªa casi obvio incluso sin haberlo puntualizado, pero a veces vale la pena suavizar ciertos vocablos para evitar que el exabrupto se convierta en parte importante de la discusi¨®n.
El asturiano, como antes Clemente o Luis Aragon¨¦s, ha puesto de relieve los dos grandes tipos de aficionados que todav¨ªa dedican parte importante de su tiempo al devenir de selecci¨®n. Por un lado tenemos al hincha de corte patri¨®tico, visceral, dispuesto a derramar hasta la ¨²ltima gota de su sangre por Espa?a, pero sin descartar una venta barata de la derrota por puro placer de cargarse a un seleccionador que lo irrita, que no le representa: el pa¨ªs exige sacrificios que el propio pa¨ªs entiende. El otro, m¨¢s espectador que hincha, sin mayores anhelos patri¨®ticos que saberse cubierto en caso de enfermedad o si se muere en el extranjero, puede que con anhelos rupturistas, incluso, termina celebrando los triunfos de Espa?a por reafirmar al l¨ªder rebelde y cabrear al adversario social, su n¨¦mesis futbol¨ªstica: su conejo al otro lado del espejo, que cantaban Los Ilegales. Probablemente haya visto demasiadas pel¨ªculas de Star Wars y le¨ªdo a David Trueba, pero qui¨¦n puede reprocharle tales cosas a estas alturas de su vida.
Evidentemente, se trata de una clasificaci¨®n hecha a grandes rasgos en la que no se tienen en cuenta otras variables muy de moda como el regionalismo (¡°?por qu¨¦ no lleva a Iago Aspas?¡±), o el nacionalmadridismo, eternamente ofendido porque la selecci¨®n Espa?ola no juegue de blanco y salte al Santiago Bernab¨¦u con el himno de la D¨¦cima atronando en cada partido: si algo debe tener claro un seleccionador nacional es que no puede contentar a todo el mundo. Y eso es algo que Luis Enrique aprendi¨® desde muy joven, de ah¨ª que se limite a jugarse los propios bigotes con un grupo de futbolistas que se atengan a cada punto de su particular catecismo.
Los resultados saltan a la vista: un combinado nacional situado entre los cuatro mejores en las tres competiciones oficiales disputadas desde su nombramiento y una discusi¨®n sin fin que entretiene cualquier espera melanc¨®lica, pero que no ayuda, en absoluto, al correcto funcionamiento de las colas.
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