Revuelta en el Marie Blanque: etapa y liderato para Hindley en el Tour de Francia
Golpe de efecto en la primera etapa de los Pirineos, tan pronto: detr¨¢s del australiano, que se impone en solitario en Laruns, Vingegaard ataca a Pogacar, que cede un minuto
La revuelta del Mari Blanque, la revoluci¨®n de los Pirineos: Vingegaard puede con Pogacar y a los dos les puede Hindley, australiano de Perth, al otro lado de la civilizaci¨®n, salvaje como Herb Elliot, el campe¨®n ol¨ªmpico de 1.500m en Roma 60, el gran mito, que gana la etapa y el maillot amarillo. La monta?a habla el idioma que todos quieren o¨ªr, y hasta le pone m¨²sica, y rompe la ilusi¨®n de un Tour para dos, tan apasionante en el papel.
Custodiando la libertad irredenta de los escaladores que vuelan --y la monta?a se enciende, escribe l¨ªrico Laborde, y Juanpe L¨®pez, lebrijano como Juan Pe?a, le sigue el verso cantando que la monta?a se enciende y se moja el agua, y pedalea duro y fuerte en el imposible Soudet de asfalto ¨¢spero apenas h¨²medo por la bruma de los Pirineos, tan fresca, para su compa?ero de habitaci¨®n, el abrucense Giulio Ciccone--, el Tour es una maquinaria intransigente, un microcosmos en el que en cada cruce un gendarme, un segureta imberbe y sumiso, gregario, se niega a aceptar el sentido com¨²n y levantar la valla con el argumento irrebatible de que ¨¦l por ¨¦l lo har¨ªa, pero que el jefe le ha dicho que no y es que no, y no es dif¨ªcil elevarse hasta el polic¨ªa que dispar¨® a Nahel, uno que cumpl¨ªa ¨®rdenes y para quien los que siembran el odio recogen m¨¢s de mill¨®n y medio de euros en un fondo online.
Y no es ni mucho menos dif¨ªcil descender hasta el sprinter que en un circuito act¨²a como un robot a las ¨®rdenes superiores e irrebatibles que le chillan por el pinganillo, insensible a los deseos, las necesidades, la vida, de los dem¨¢s.
Lo dif¨ªcil ser¨¢ elevarse desde ah¨ª hasta Jai Hindley, el campe¨®n ciclista al que se admira por su audacia, su osad¨ªa, y que en el Marie Blanque, fuentes, torrentes, hierbas, y un front¨®n vertical de cuatro kil¨®metros, solo siempre, la libertad, sordo a todo salvo, quiz¨¢s, a las ¨®rdenes de su ¨²ltimo sue?o, que hace real, carne y hueso, y coraz¨®n, y al eco en las monta?as de la muga navarra de la voz desafinada de Jean Cormier, periodista vasco, franc¨¦s, parisino del bulevar Saint Michel, cubano y hasta amigo y bi¨®grafo del Che Guevara que, hasta su muerte hace cinco a?os llegaba a las salas de prensa siempre feliz, siempre festivo, desentonando un horroroso apaga luz, mar luz, los borrachos en el cementerio¡
La est¨²pida m¨¢quina del Tour se enternece, a veces le pesa el alma, y se detiene unos segundos al pie del Soudet en Sainte Engr?ce, el pueblo de Cormier, donde yace, en plena monta?a encendida, vacas como las de la bandera roja de B¨¦arn, osos, ¨¢guilas, viento. Por all¨ª pasa apresurada la fuga, edificio en construcci¨®n, y Hindley no se lo puede creer, pero est¨¢ ah¨ª, en un grupo de dos docenas de corredores que ascienden con 4 minutos de ventaja, y no sabe c¨®mo le han dejado colarse a ¨¦l, un ganador de Giro, un corredor peligroso, junto a tantos que solo piensan en ganar la etapa. Es el caos que desea, del que sale la luz. Ni siquiera sabe por qu¨¦ se meti¨®, un pillo que se cuela en una pel¨ªcula de mayores y nadie se da cuenta de que est¨¢ ah¨ª hasta que nada se puede hacer, sino aguantar su insolencia, o aprovecharla. Por el pinganillo en la oreja, dice Hindley que solo le llegaban berridos ininteligibles que compet¨ªan con la locura sonora de los aficionados en las cunetas, que gritan y beben, y saltan y se agitan, y gritan m¨¢s a su paso, cuando ya est¨¢ solo, en los ¨²ltimos kil¨®metros del front¨®n del Marie Blanque, tan poca cosa, solo 1.000 metros de altitud, tan decisivo, tan cerca de la meta. Hindley vuela como vol¨® en la Marmolada para acabar en el Giro del 22 con la rosa de Carapaz y las esperanzas de Landa, tambi¨¦n desintegrado en sus Pirineos, y no se entera quiz¨¢s del desconcierto que genera su sue?o.
Por su culpa, por dejarle colarse, para mantenerle a no m¨¢s de tres minutos, y la esperanza de su desfallecimiento en el valle peligroso entre el Soudet y la los UAE, uno a uno, Grossschartner, tan fuerte como sus tres eses, Majka, Soler, Bjerg, han tirado y se han borrado.
Por su gracia infinita, entonces, los Jumbo, y su Van Aert generoso manteniendo la llama en la fuga, que no se apague el fuego, que sufran los que persiguen, silban y esperan. Espera Vingegaard, que conoce a Pogacar, que sabe cu¨¢ndo resopla de cansancio cuando resopla para fingir, cuando le duele el cuerpo, y ve en su mu?eca izquierda, bajo el guante, el rastro de una f¨¦rula que no llevaba otros d¨ªas. Y, mediado el Marie Blanque tremendo, y a Pogacar solo le acompa?a ya el maillot amarillo de Adam Yates, ordena a Kuss, de Durango, USA, su escalador de cabecera, que acelere, que lleve la caldera a ebullici¨®n. El pelot¨®n que persigue se queda en cuatro. Tres viejos conocidos ¨CVingegaard, Pogacar y su Yates¡ªy un debutante, Carlos Rodr¨ªguez, pura sensatez, puro esfuerzo y clase, y un gramito de locura en su cerebelo que le lleva a pegarse con los mejores, a no pensar en su ritmo, a querer ser grande. Aguanta un par de centenares de metros en las rampas inhumanas. No mucho m¨¢s aguanta Pogacar. A 1.300m de la cima del Marie Blanque acelera Vingegaard atravesando grupos de ciclistas de la fuga que se descuelgan. Pogacar, servicios m¨ªnimos, ni se esfuerza excesivamente por seguirle. Ha llegado a su l¨ªmite.
El Tour del 23, cinco etapas disputadas solo, escribe en la primera monta?a un guion inesperado, el de un camino hacia un territorio inexistente para el que ni Google ha podido trazar a¨²n un mapa. La debilidad de Pogacar. La consciencia de que en el Tour nunca nadie gana fuerzas, y ¨¦l dudaba, y no sab¨ªa c¨®mo estar¨ªa. Y no est¨¢ como querr¨ªa, y ni su temperamento le salva, y su sufrimiento porque su novia,, la ciclista Urska Zygart, se ha ca¨ªdo en el Giro femenino, se ha golpeado la cabeza, sufre una conmoci¨®n. La fuerza de Vingegaard. Su equipo. Su ciencia. La revelaci¨®n de Hindley, ganador de un Giro, h¨¦roe de la Marmolada, la ¨²ltima monta?a del ¨²ltimo d¨ªa del Giro, y debutante en el Tour, 27 a?os y de Perth, de donde todo el mundo quiere irse, que no sabe c¨®mo, pero est¨¢ ah¨ª, y sonr¨ªe, falsamente t¨ªmido, y asusta. Y vuela en la monta?a, que el sexto d¨ªa se llama Tourmalet y Cambasque.
Puedes seguir a EL PA?S Deportes en Facebook y Twitter, o apuntarte aqu¨ª para recibir nuestra newsletter semanal.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.