Federico, contra todos, sobre todos
Bahamontes introdujo en el vocabulario de los espa?oles palabras como Tourmalet, Puy de D?me o Parque de los Pr¨ªncipes, que invitaban a la enso?aci¨®n maravillada
Federico era una fuerza de la naturaleza, como los torrentes, como los volcanes, como los rayos y los truenos. Se lo dec¨ªan sus compa?eros, si yo tuviera tus piernas, Federico, le dec¨ªa Amalio Hortelano despu¨¦s de disputar una americana en el vel¨®dromo del Palacio de los Deportes de Madrid, en la que ni Poblet ni Bover, los m¨¢s grandes en la pista, pudieron cogerles una vuelta. Quer¨ªan sus piernas, sus cu¨¢driceps, un lingote de acero, duro, duro, protuberante bajo la espuma de los pantaloncitos, quer¨ªan sus m¨²sculos, no quer¨ªan su cabeza, caprichosa, tan testarudo era. Tan aqu¨ª me quedo y no me muevo, y no hab¨ªa qui¨¦n le convenciera, tan hija del hambre y de la picaresca, del negocio r¨¢pido, del estraperlo, de la necesidad de comer gato y creerlo liebre. Pero qu¨¦ dif¨ªcil es hablar contigo, Federico, le dec¨ªa Julito Jim¨¦nez, qu¨¦ dif¨ªcil es hacerte ver que algo que me vaya bien a m¨ª no tiene por qu¨¦ irte mal a ti. No le hac¨ªa caso a Julito, Federico, solo a Fausto Coppi le cre¨ªa y le segu¨ªa. A Coppi que fue a ver c¨®mo corr¨ªan los galgos las liebres, y a comerlas el invierno de 1959 en los barbechos de la Sagra.
Trepando a tumba abierta. Obedeci¨® a Coppi que le dijo, no seas simple, Federico, no seas r¨¢cano, que tu ambici¨®n, tu ambici¨®n grande, despierte, olv¨ªdate de frusler¨ªas como esa costumbre de ser solo el rey de la monta?a, t¨² tienes que ser el rey del Tour. T¨² ser¨¢s el rey del Tour.
Cuando envejecemos nos hacemos cebolletas, hurgamos en la memoria, buscamos en nuestra vida hechos que creer¨ªamos excepcionales, ¨²nicos, acciones que nos hac¨ªan creer distintos a la masa y que una vez recordadas nos permiten admitirnos, pensar que algo hemos hecho que justifique nuestro paso por la tierra. A algunos, ese ejercicio nos cuesta un infinito, y nos conformamos con una an¨¦cdota rid¨ªcula que nos repetimos y repetimos; para otros, para genios como Federico Mart¨ªn Bahamontes ¨Cnacido Alejandro en una caseta de pe¨®n caminero, qued¨® como Federico para todos y para la historia porque un t¨ªo gracioso empez¨® a llamarle Fede por capricho y con Fede se qued¨®¨C dar con acciones ¨²nicas era tan sencillo como respirar. La excepci¨®n fue su vida, y la nuestra de seguidores y admiradores, y su memoria fue la nuestra. Aunque el del recuerdo de sus haza?as se hab¨ªa convertido en su ejercicio favorito, no lo necesitaba siquiera: ya nos acord¨¢bamos todos de su helado en la Romey¨¨re, de su Puy de D?me, de su vuelta de honor en el Parque de los Pr¨ªncipes, de sus duelos con Charly Gaul, de sus ri?as con Loro?o, del r¨ªtmico balanceo de sus hombros erguidos escalando el Tourmalet, de su cabezoner¨ªa de ni?o rebelde y consentido sentado en una cuneta del Tour con el brazo y el orgullo doloridos, de su negativa a seguir pedaleando aunque Luis Puig, el t¨¦cnico y federativo que lleg¨® a ser presidente de la Uni¨®n Ciclista Internacional, le exigiera que volviera a la bicicleta y que lo hiciera por Franco, que hab¨ªa convertido Espa?a en un cuartel, a sus ciudadanos en s¨²bditos, al orden militar en la ¨²nica ley, o que lo hiciera por Fermina, que era su vida.
Bahamontes empez¨® a morir el d¨ªa que muri¨® Fermina, su Fermina, la Fermina de la que toda Espa?a habl¨® el 18 de julio de 1959, tan elegante ella, con su vestido confeccionado por la mejor modista de Toledo en la tribuna del Parque de los Pr¨ªncipes. Ella, la mujer del primer espa?ol que ganaba el Tour de Francia. A ella le entreg¨® el ramo de flores del ganador y de ella, de su ausencia, se acordaba Bahamontes el d¨ªa de mayo de 2018 en el que inauguraron en las alturas de su Toledo el monumento que tanto tard¨® en erigir su ciudad. Fermina estaba en el hospital ya, y Federico se acord¨® con su iron¨ªa mordiente. ¡°He tenido que esperar m¨¢s para tener este monumento que para poder casarme con Fermina, y entonces tuve que esperar siete a?os¡±, dijo. ¡°Y, encima, desde que me dijeron que me hac¨ªan la estatua hasta ahora han pasado dos a?os...¡±
Antes de decirle ni una palabra a aquel que se acerca a charlar con ¨¦l, Bahamontes le estrechaba la mano, no tanto para saludarle educadamente como para med¨ªrsela. La mano, explicaba mientras apretaba con la suya enorme, es el espejo del alma, las manos hablan, para ser ciclista hay que tener manos grandes, para ser algo en la vida, para triunfar con las mujeres¡ Sonre¨ªa p¨ªcaro despu¨¦s ¨CFederico, el Picador, le llamaba Poulidor¡ªy se extend¨ªa platicando sobre lo malo que era el sexo en las carreras, sobre c¨®mo cos¨ªa la bragueta de su pijama para huir de las tentaciones solitarias las noches de Tour. Examinada la mano, Bahamontes miraba fijo en los ojos a su interlocutor, y le med¨ªa la pupila, su dilataci¨®n. Ay, los estimulantes, exclamaba ¨¦l, que se dopaba con carajillos, t¨¦s y galletas Mar¨ªa, qu¨¦ malos. M¨ªrame a m¨ª que sano y fuerte estoy, y ten¨ªa entonces 79 a?os y andaba tieso como un palo, y todos mis rivales ah¨ª est¨¢n, criando malvas, Gaul, Anquetil, Bobet¡ A todos les sobrevivi¨®.
Fermina, Tourmalet, Puy de D?me, Parque de los Pr¨ªncipes, y la Puerta Visagra como sin¨®nimo del mayor honor posible¡ Bahamontes introdujo en el lenguaje cotidiano de la Espa?a de los 50 y de los 60 palabras que no lo han abandonado nunca, ni su significado ¨¦pico, solitario, de haza?a insondable, sugerentes de enso?aci¨®n maravillada. Y ninguno de los chavales nacidos en los a?os 40, que hoy le lloran y recuerdan, y a todos los que les quieran o¨ªr les dicen, ¨¦l, Bahamontes, fue mi primer ¨ªdolo deportivo, ha olvidado esas palabras. Bahamontes las clav¨® en su memoria en una Espa?a pobre y hambrienta, como muchos a?os m¨¢s tarde abri¨® los ojos a tantos sobre la verdadera historia de Espa?a cuando empez¨® a soltar la lengua y a contar su hambre, sus a?os en Madrid durante la Guerra Civil viviendo todos, sus padres y sus tres hermanas y ¨¦l en un carro, su padre en el pared¨®n salvado en el ¨²ltimo minuto ¨C¡±Yo he visto con nueve a?os c¨®mo cog¨ªan a mi padre y le quer¨ªan matar contra la pared¡±, recordaba. ¡°A¨²n recuerdo aquella escena, mis hermanas agarr¨¢ndole del pantal¨®n mientras lloraban¡±¨C, su padre, pe¨®n caminero construyendo la carretera de Oca?a con prisioneros republicanos castigados a trabajos forzados, derrotados, su estraperlo, su bici cargada con verduras del mercado por la cuesta de Zocodover. Antes de ser para siempre el ?guila de Toledo.
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