Lopera y nosotros
Urge entre el aficionado b¨¦tico separar al autor de la obra porque el autor no compuso un pu?ado de canciones sino que le devolvi¨® a la afici¨®n el f¨²tbol de Primera y las victorias, ?pero a qu¨¦ precio?
Fue en 1995 cuando aquella liga de los hombres extraordinarios que retrat¨® Movistar en un documental reciente hizo cumbre. Jugaban el Betis contra el Sevilla y los dos presidentes, Manuel Ruiz de Lopera y Luis Cuervas, se sentaron en una tertulia de radio separados por Amparo Rubiales, delegada del Gobierno. Comida de hermandad, se dijo. Pero los dos se calentaron entre acusaciones de alcoholismo y, a¨²n peor (iron¨ªa, compa?eros: emoji de gui?o), homosexualidad.
¡ªQue te vayas a tomar por culo, co?o.
¡ªA tomar por culo te vas t¨², maric¨®n.
¡ªMaric¨®n eres t¨².
D¨ªas despu¨¦s del intercambio, Lopera dijo que qu¨¦ se pod¨ªa esperar de un borracho que dedicaba el Roc¨ªo a quitarle las mujeres a sus amigos. A unos cientos de kil¨®metros andaba Gil y Gil resoplando de alivio porque estuvo a punto de fichar a un jugador importante antes de que le avisaran de que era ¡°maric¨®n¡±: ¡°A ese no lo meto en el vestuario. S¨®lo faltaba que dijeran que Gil tiene a uno de estos ah¨ª¡±. Casi a la altura de aquella declaraci¨®n sobre un ¨¢rbitro que rescat¨® Iv¨¢n Vargas para Jot Down: ¡°Es un maric¨®n. S¨¦ de muy buena tinta que despu¨¦s de quedar nosotros eliminados de la Copa de la UEFA a ese colegiado le buscaron los italianos un ni?o rubio de ojos azules¡±.
La muerte de Lopera no es el fin de una ¨¦poca ni nada que se le parezca, por m¨¢s que la muerte siempre impresione un poco. Lo que ofrece la mirada atr¨¢s al tiempo en que Lopera y los ¡®loperas¡¯, esa clase empresarial que de repente vio en los clubes de f¨²tbol la oportunidad de ganar cr¨¦dito (social, pol¨ªtico, econ¨®mico), mandaba en los medios de comunicaci¨®n, es el negocio tenebroso que estos hicieron con ellos: a m¨¢s sandeces, m¨¢s disputas y m¨¢s guerras fingidas o no, m¨¢s audiencia para todos. Es dif¨ªcil no ver en nosotros, los periodistas, un puntito alocado de nostalgia detr¨¢s de nuestra severa denuncia moral: ?qu¨¦ tiempos, qu¨¦ titulares, qu¨¦ vi?etas! Era el todovalismo, una filosof¨ªa t¨®xica seg¨²n la cual el espect¨¢culo tiene un precio que, curiosamente, solo pagan quienes apenas tienen voz en los medios (?se imaginan a un homosexual quej¨¢ndose de la bronca de Cuervas y Lopera?, ?a un musulm¨¢n por el ¡®le?a al moro¡¯ de aquella portada?)
Volvamos, pues, al poder omn¨ªvoro y desatendido ¨¦ticamente del f¨²tbol: ?puede un aficionado del Betis preferir que Lopera nunca hubiese presidido el club? Lo subi¨® a Primera, lo llev¨® repetidamente a Europa y le hizo ganar un t¨ªtulo. Urge entre el aficionado b¨¦tico separar al autor de la obra porque en esta ocasi¨®n el autor no compuso un pu?ado de canciones o cuadros o libros o pel¨ªculas para la eternidad, sino que le devolvi¨® a la afici¨®n el f¨²tbol de Primera y las victorias, y ah¨ª cualquier frontera se difumina. Sin comparar en su dimensi¨®n, obviamente, ?qu¨¦ se recordar¨¢ de Qatar, su impresionante final y el marciano canto de cisne de Leo Messi o los muertos en condiciones precarias levantando los estadios y el aplastamiento de derechos humanos relativos a mujeres y homosexuales?
El f¨²tbol como reflejo de la sociedad o la sociedad como reflejo del f¨²tbol. Da un poco de miedo pensar que da lo mismo. Aquella ¨¦poca y aquel Lopera era lo que Espa?a merec¨ªa y la culpa no puede ser atribuida al f¨²tbol (¡°la pelota no se mancha¡±) sino a nuestra demanda: la de la grada, la de los medios, la de la sociedad que los m¨¢s cerriles de hoy llaman como una sociedad ¡°m¨¢s libre¡± solo porque los objetos de burla no se pod¨ªan defender y los otros, nosotros, no sab¨ªamos que aquello era burla.
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