Carapaz engrandece los Juegos Ol¨ªmpicos al proclamarse campe¨®n de ciclismo en Fuji
El ciclista, que termin¨® tercero el Tour, supera en fuga a Van Aert, plata, y Pogacar, bronce, y se convierte en el segundo ecuatoriano que alcanza el oro ol¨ªmpico tras el marchador Jefferson P¨¦rez
Su imagen brilla en forma de llama en el estadio ol¨ªmpico, y el pebetero que la abriga del viento es la ola de Hokusai, pero el monte Fuji, Jap¨®n, tiene la cabeza en las nubes cuando Alejandro Valverde dice basta, le pesa la v¨ªspera, el miedo al contagio de covid, la tristeza de pasarse el d¨ªa encerrado a la espera del resultado de una PCR, el cansancio, y el comentarista del circuito lanza un ¡°oh¡± de pena en japon¨¦s que se entiende, y se lamenta. Y a¨²n sigue oculta su cima, en qu¨¦ pensar¨¢ el volc¨¢n, casi siempre en las nubes la cabeza, cuando Richard Carapaz, del Carchi, Ecuador, de tierra de monta?as y volcanes, su amigo y amigo del Cotopaxi, su primo hermano, de tierra de pastos y nubes, se va en su falda hacia la meta. Decidido, siempre decidido, siempre mirando adelante, sin temor ni aprensi¨®n. Hermoso. Fuerte, siempre fuerte, m¨¢s fuerte a¨²n. M¨¢s inteligente tambi¨¦n que ninguno. Quedan 25 kil¨®metros. A su alrededor, bosques de ¨¢rboles viejos, colores de oto?o en julio. Le acompa?a un tiempo un norteamericano del desierto, de Phoenix, Brandon McNulty, que llega hasta la extenuaci¨®n tirando en el llano con sus largas piernas y pulmones, y no puede m¨¢s cuando llega una cuesta, y le deja. Y es, entonces, el Carapaz que ataca hacia el Mont Blanc, otra monta?a en las nubes, en Aosta, en el Giro del 19, en mayo, y deja atr¨¢s, clavados, a Vincenzo Nibali y a Primoz Roglic, que se vigilan y le temen, y pierden.
Solo hasta la victoria. Entonces y el s¨¢bado 24 de julio, dos a?os m¨¢s tarde, y dos meses.
Su mejor victoria desde que lleg¨® de rosa a Verona en el Giro de 2019, y despu¨¦s un podio en la Vuelta y otro en el Tour. Un campe¨®n grande para un pa¨ªs que hasta ahora ten¨ªa solo en los altares al marchador de Cuenca Jefferson P¨¦rez. Otro deportista de lucha, de resistencia, campe¨®n ol¨ªmpico en Atlanta 96. ¡°Mi mejor victoria desde el Giro, no¡±, precisa el campe¨®n. ¡°La mejor de mi vida¡±.
Los otros favoritos, los sospechosos habituales, los m¨¢s fuertes del Tour, Tadej Pogacar y Wout van Aert, se marcan, se miran, se temen. Han le¨ªdo en todas las partes que son imbatibles, y se lo han cre¨ªdo, que sus fuerzas surgen de una fuente inagotable, eterna. Se ven diferentes. Superiores. Han corrido como si lo fueran. Solo piensa uno en el otro.
Pogacar ha atacado loco, como atac¨® para ganar el Tour, como atacaba en los Alpes, en los Pirineos, y Carapaz no pod¨ªa responderle, a 38 kil¨®metros de la meta, subiendo el Mikuni, el peque?o Mortirolo del Fuji, en la zona del 20%, donde m¨¢s sufre Van Aert. El belga que con todos pod¨ªa en el Tour se ha recuperado rodeado de los de siempre, de Mollema, de Fuglsang, de Woods, Rigo Ur¨¢n, Simon Yates. Viejos filibusteros todos. Viejos derrotados. Ninguno de ellos es espa?ol, ciclismo de resistencia, como en el Tour, actores de reparto. Valverde ha cedido antes. Llega a m¨¢s de 10 minutos. Tambi¨¦n cede el ¨²ltimo de los que aguantan, Gorka Izagirre.
Los que persiguen se atacan, se paran, calculan. A muchos les vale quedar segundos, quedar terceros. Un podio ol¨ªmpico es un ¨¦xito. Siempre suma. A Van Aert, no. Van Aert se aburre. Van Aert est¨¢ cansado de quedar segundo. Qued¨® segundo dos veces en el Mundial de ?mola y en su vida se hab¨ªa sentido peor. Van Aert persigue en serio hasta que se agota. Hasta que comprueba que la fuente de su energ¨ªa no es inagotable como lo fue en el Mont Ventoux, en Par¨ªs, en Burdeos. Es belga. Se cree amigo del viento y el viento le traiciona, le da fuerte de lado en un circuito de f¨®rmula 1 que se abre y no tiene un metro plano, curvas verticales, arriba, abajo. Carapaz es amigo de todos. Todos los ciclistas le abrazan, felices, al llegar a la meta, donde ¨¦l bota de alegr¨ªa. Es amigo de la naturaleza, tambi¨¦n del viento, que no le frena, que parece que hasta le empuja en la ¨²ltima recta, una autopista, que ¨¦l recorre pegadito a la valla, protegido por el p¨²blico que, autorizado excepcionalmente en un evento ol¨ªmpico, le aclama desde las gradas al entrar en el circuito como se aclama a los corredores de marat¨®n cuando entran en el estadio, y se amontona junto a las vallas para darle su aliento, su calor, pues la brisa refresca y seca la humedad que ha asfixiado a tantos al salir de Tokio.
Carapaz baila, el ni?o que se levantaba a las cinco de la ma?ana para orde?ar las vacas cuando su madre estaba en el hospital, y luego hac¨ªa los deberes e iba a la escuela, baila los ¨²ltimos metros sobre la bicicleta que cuando era peque?o ni ten¨ªa sill¨ªn, ni ten¨ªa neum¨¢ticos. Y sobre ella pedaleaba. Y sobre ella se fue hasta Colombia a crecer, y de Colombia, a Espa?a, a Pamplona, donde madur¨® en el Lizarte, cuidado y entrenado por Iosune Murillo, y se hizo ciclista, y grande.
Por detr¨¢s, los grandes del Tour, el m¨¢s grande y el m¨¢s aplaudido, Pogacar y Van Aert, se juegan la plata al esprint. Se juegan el segundo puesto como si el honor fuera la vida. Arranca Van Aert, el m¨¢s espr¨ªnter, y remonta Pogacar, y cuando parece que el esloveno se lleva la manga, el belga lanza la bici, h¨¢bil, experto, y le puede. Pero su felicidad dura un segundo. El tiempo en el que vuelve a darse cuenta de que no ha ganado, de que el campe¨®n es Richard Carapaz, de 28 a?os, del Carchi, Ecuador, en la cordillera, en los Andes. Y su nombre engrandece la lista de los ganadores del oro ol¨ªmpico.
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