Estreno madrile?o de "Los demonios de Loudun "
Por todos conceptos, la representaci¨®n de Los demonios de Loud¨²n, de Penderecki, alcanz¨® niveles que llegaron a hacernos olvidar la tristeza oper¨ªstica de la capital espa?ola. No se puede sacar m¨¢s partido a un escenario de las dimensiones de la Zarzuela, y en cuanto a reparto, orquesta, coro y directores, la labor puede calificarse de perfecta.Es sabido que, dado el argumento de los demonios, caben muy distintas posibilidades de montaje, desde la m¨¢s cruda hasta la que refuerza un realismo l¨ªrico y colorista. Ejemplo de lo primero fue, sin duda, el estreno de Stuttgart seg¨²n Regie, de G¨¹nther Rennert; modelo de lo segundo la art¨ªstica versi¨®n de la Opera de Varsovia, en la que se nos ahorra todo g¨¦nero de excesos. Innecesarios, por otra parte, ya que la ¨®pera de Penderecki es buen teatro y, por lo mismo, el argumento se entiende de cabo a rabo a pesar de los parlamentos en polaco.
Los demonios de Loundun
De Krysztof Penderecki. Opera en tres actos. Int¨¦rpretes principales: Krystyna Jamroz, Mar¨ªa Olkisz, Halina Slonicka, Irena Slifiarska, Urszula Trawinska Andrzej Hiolski Jerzy Ostapiuk, Roman Wegrzyn Edward Pawlak, Kazimierz Pustelak, Bogdan Paprocki, Feliks Galecki, Leslaw Waclawik, Zdislaw Klimek, EdMund Kossowski, Wladyslaw Skoraczewski, Eugeniusz Banaszcyk. Orquesta y coros del Gran Teatro de la Opera de Varsovia. Director, Mieczyslaw Nowakowski. Teatro de la Zarzuela
Lo importante en la concepci¨®n de Kazimierz Dejmek es la absoluta coincidencia entre cuanto sucede en la escena y plantea la partitura. De la falta de tal coincidencia es de lo que Penderecki se quej¨® cuando la premier de Hamburgo, y no como se ha dicho, de que estuviera resuelta con poco realismo. La multiplicaci¨®n de escenarios -practicada en Alemania- fue sustituida aqu¨ª por meras situaciones de los distintos personajes, cada uno de los cuales encarna un determinado s¨ªmbolo. Como fondo permanente, un a modo de bosque sacralizado, en el que los ¨¢rboles son, en realidad, grandes custodias barrocas. Ah¨ª est¨¢ lo que constituye el ambiente de todo el drama de endemoniados, su ra¨ªz y su entorno: la presencia viva de lo religioso que en un determinado lugar y en una ¨¦poca concreta se manifiesta como un poder agobiante y cruel y, al mismo tiempo, como una posibilidad de juego pol¨ªtico.
En el centro de ese m¨¢gico y terrible bosque se consumar¨¢ la pasi¨®n y muerte de Urbano Grandier, torturado primero, quemado despu¨¦s. El coro -ese coro que va de la m¨²sica al grito como en toda la obra religiosa de Penderecki- se alza como testigo multitudinario, como cortejo de esa pasi¨®n. Las partes encomendadas al conjunto de voces humanas son bell¨ªsimas, del mismo modo que consigue plena eficacia el constante paso del parlato al cantado en los personajes individuales.
La pl¨¢stica esceneogr¨¢fica, debida a Andrzewki estiliza todo el concepto -barroco como sentimiento incluso en su carga de elementos contradictorios, t¨ªpicos del estilo seg¨²n d'Ors- Y la vida de la acci¨®n, tan natural, organizada, y como resultado bien pensada, espont¨¢nea, logr¨® tales l¨ªmites de fuerza incisiva que acab¨® por apoderarse del p¨²blico, incluido el m¨¢s renuente a la expresi¨®n musical contempor¨¢nea. Soberbio como voz, como psicolog¨ªa y como cantante, el bar¨ªtono Andrzej Hiolski, que fue quien estren¨® la obra en Hamburgo, y perfectamente contrastado con ¨¦l ese c¨²mulo de fuerzas religioso-sexuales que alberga el alma de Sor Juana, interpretada por Krtyna Jamroz. Habr¨ªa que citar a todos y cada uno de los int¨¦rpretes, ya que su labor constituye aportaci¨®n individual a un todo concebido con tal precisi¨®n y fuerza unitaria como la impuesta por los directores de la escena y de la m¨²sica, Dejinek y Nowakowski.
Sin duda alguna, esta presentaci¨®n de Los demonios de Loudun contar¨¢ en el historial de los Festivales de la Opera como uno de los espect¨¢culos mejor conseguidos, aparte el inter¨¦s que el estreno en Madrid de la pieza de Penderecki presentaba por s¨ª mismo. Los demonios de Loudun es un buen teatro aliado a una m¨²sica de suma funcionalidad, escrita con verdadero preciosismo sonoro, y todo ello arrancado de la mejor tradici¨®n del teatro musical. ?No hay muchos momentos en los que, a pesar de la diferencia de lenguaje, Verdi est¨¢ al fondo, siquiera sea en la lejan¨ªa?
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