La Resistencia palestina: un Estado dentro del Estado
Desde que comenz¨® la guerra civil del L¨ªbano, las agencias de noticias hablan de ?derechas cristianas? e ?islamo-progresistas-palestinos?. La Resistencia feday¨ªn es, indudablemente, un factor importante de la crisis libanesa. Unas veces, se la presenta como culpable, otras como v¨ªctima de la confrontaci¨®n. ?Cu¨¢l es su verdadera implicaci¨®n, y por qu¨¦? La derrota ¨¢rabe de 1976 introduce un cambio fundamental de actitud entre los palestinos deciden tomar por ellos mismos la iniciativa de, la lucha contra Israel. La batalla de Karameh, de marzo de 1976, primera confrontaci¨®n abierta entre el Ej¨¦rcito israel¨ª y los fedayines, primera victoria de estos ¨²ltimos, les estimula moralmente. A partir de entonces todas las fronteras ¨¢rabes con Israel ser¨¢n sus puntos de partida.En 1969 tienen lugar, por este motivo, los primeros incidentes graves entre la Resistencia y el Ej¨¦rcito liban¨¦s. Se originan, en protesta, disturbios civiles que mantendr¨¢n al L¨ªbano sin gobierno durante seis meses. El entonces primer ministro, Rachid Karame, renuncia y declara que no volver¨¢ a gobernar hasta que cristianos y musulinanes no se pongan de acuerdo sobre el car¨¢cter y estatuto de la presencia palestina en el L¨ªbano.
En ausencia del gobierno civil el general Emile Bustany, jefe del Ej¨¦rcito, firma en la capital egipcia, bajo los auspicios de Gamal Abdel Nasser, los llamados ?Acuerdos de El Cairo de 1969?. Aunque estipulan una coordinaci¨®n militar entre Ej¨¦rcito liban¨¦s y Resistencia reconocen a los palestinos que viven en el L¨ªbano el derecho a integrarse a la lucha armada a pasar y moverse en las regiones fronterizas con Israel, a instalarse en el Arkub (Fatahland), y a organizar por s¨ª mismos la vida en el interior de los campamentos de refugiados.
Los precedentes de la lucha
La derogaci¨®n de esos acuerdos, que implican una limitaci¨®n consentida de la soberan¨ªa nacional libanesa ser¨¢, y era, en 1975, el n¨²cleo central de las exigencias de los partidos cristianos de derecha. Mantenerlos en todas sus cl¨¢usulas se convirti¨®, por el contrario, en un principio irrenunciable para las masas musulmanas. Sobre todo, despu¨¦s que la Resistencia viera su capacidad militar pr¨¢cticamente destruida en Jordania en 1970 y 1971.
Durante los a?os 1971, 1972 y 1973 Israel castig¨® duramente las regiones del sur del L¨ªbano. Primero para perseguir a los fedayines; luego para ?disuadir? a las poblaciones nativas, acusadas de proteger a aqu¨¦llos.
1973 es un punto de partida importante en las relaciones l¨ªbano-palestinas. En mayo un comando israel¨ª mata en pleno centro de Beirut a tres dirigentes palestinos. Una dudosa actuaci¨®n del Ej¨¦rcito liban¨¦s lleva al primer ministro musulm¨¢n, Saeb Salam, a pedir la renuncia del m¨¢ximo jefe militar general Iskander Ghanem. El presidente, Soleim¨¢n Frangie protege a Ghanem, y es finalmente Saeb Salam quien dimite.
Entre tanto, tuvieron lugar choques entre los fedayines y el Ej¨¦rcito. Ambas partes toman rehenes. El presidente Frangie da 48 horas a la Resistencia para que entregue a los militares secuestrados. Pasado ese plazo, ordena a la aviaci¨®n y a los tanques atacar los, campamentos de refugiados. Desde entonces la izquierda musulmana sospecha que en L¨ªbano se pretende tambi¨¦n destruir la fuerza militar palestina.
La guerra ¨¢rabe-israel¨ª, que estalla en octubre de 1973, es interpretada por los comandos como un intento concertado entre las grandes potencias para hacer salir el conflicto de la situaci¨®n de ?ni paz ni guerra?, en que se encontraba. Participar junto a los ej¨¦rcitos ¨¢rabes, pero evitar al mismo tiempo que su capacidad militar sea totalmente aniquilada, ser¨¢ el objetivo de la Resistencia durante la contienda.
Terminada la guerra, y despu¨¦s de varios acuerdos de separaci¨®n de fuerzas, se sugiere a los palestinos que constituyan un Estado en los territorios que se cree Israel devolver¨¢ en una negociaci¨®n global del conflicto. La proposici¨®n dividir¨¢ a la Resistencia: aparece el Frente del Rechazo, que insiste en la estrategia de guerra prolongada contra Israel. En la Cisjordania palestina la propuesta despierta esperanzas dormidas.
Mientras que la OLP logra ¨¦xitos diplom¨¢ticos de resonancia mundial, el Frente del Rechazo, consecuente con sus posiciones, intensifica la acci¨®n armada contra Israel, para boicotear las otras perspectivas.
Todo comenz¨® en Sid¨®n
En febrero d e 1975, despu¨¦s de nuevos ataques israel¨ªes contra el L¨ªbano, Pierre Gemayel, jefe del Partido Falange (Kataeb), solicita formalmente la derogaci¨®n de los ?Acuerdos de El Cairo?. Ese mismo mes, la concesi¨®n del monopolio de la pesca en las costas del sur del L¨ªbano a una compa?¨ªa norteamericana, que perjudica a una poblaci¨®n pescadora en su mayor¨ªa palestina, enfrenta en Sid¨®n al Ej¨¦rcito con los pescadores y la Resistencia. All¨ª se pone en marcha un enfrentamiento civil, que a¨²n no ha concluido. En abril de 1975, la guerra se extiende a Beirut, y d¨ªas despu¨¦s a todo el pa¨ªs.
Hasta septiembre, no obstante, la participaci¨®n palestina es relativamente secundaria. En septiembre, Egipto firma otro Acuerdo de Separaci¨®n de Fuerzas en el Sina¨ª, a cambio de un virtual tratado de no beligerancia con Israel. Los palestinos y Siria se sienten traicionados.
Un comando guerrillero ocupa la Embajada egipcia en Madrid. La ?Operaci¨®n Madrid? termina felizmente, pero en Beirut comienza un ciclo de violencia sin igual: Siria, aunque solidaria, trata de controlar f¨¦rreamente la evoluci¨®n de la crisis libanesa. Una rupturadel equilibrio confesional tradicional del L¨ªbano, en beneficio de la izquierda, estiman en Damasco, ser¨ªa susceptible de provocar la extensi¨®n del conflicto que Siria no puede permitir en las circunstancias desventajosas en que le coloca el Acuerdo egipcio.
En enero de 1976, la evoluci¨®n de la guerra libanesa es netamente favorable a las fuerzas progresistas. Los sirios intervienen militarmente e imponen un, acuerdo que recoge s¨®lo las exigencias que no tienden a modificar el ?statu quo ante? confesional. La persistencia de Siria en esta actitud, rechazada por la izquierda libanesa, lleva a una nueva polarizaci¨®n de fuerzas. La organizaci¨®n Al Saeka, del baas pro-sirio palestino, el Ej¨¦rcito de Liberaci¨®n de Palestina que comandan oficiales sirios, y el baas prosirio liban¨¦s, se solidarizan con Damasco.
La divisi¨®n del Ej¨¦rcito liban¨¦s, entre musulmanes y cristianos, completa la desintegraci¨®n del pa¨ªs, ya dividido territorialmente en un cant¨®n cristiano y otro musulm¨¢n. El general Barakat, con los militares cristianos, se une al presidente Soleim¨¢n Frangie, y el teniente Ahmed el Khatib a las fuerzas progresistas, en el que se llamar¨¢ Ej¨¦rcito ¨¢rabe del L¨ªbano?.
La elecci¨®n anticipada de un nuevo presidente, autorizada por el Parlamento, y la nominaci¨®n de El¨ªas Sarkis, impuesta por Siria en contra de Raymond Edde, candidato de la izquierda musulmana, hubiera podido ser un factor de apaciguamiento provisional, de no persistir la negativa del presidente Frangie a renunciar antes de que se cumplan determinadas condiciones.
A fin de cuentas Raymond Edd ,aunque liberal, es un mimbro destacado de la clase feudal libanesa que la izquierda quiere, destruir, mientras que El¨ªas Sarkis, candidato de la derecha y Siria, es un probado y eficaz administrador y tecn¨®crata.
Una paz dificil
La ¨²ltima palabra no est¨¢ dicha. La guerra contin¨²a causando m¨¢s estragos que nunca. El pa¨ªs cuenta con dos presidentes legalmente instalados: el uno, porque ha sido elegido en virtud de una modificaci¨®n constitucional, el otro, porque no ha renunciado. Beirut es ya una ciudad en ruinas. El pan, la electricidad, el agua y los alimentos escasean. Las enfermedades y epidemias amenazan. Las ratas pululan alrededor de las basuras amontonadas en las calles. Por las alegres avenidas de anta?o s¨®lo se ven rostros furtivos, trange¨²ntes huidizos, que pegados a las aceras van a las interminables colas en busca de un poco de pan. No hay plazas libres ni en los hospitales, ni en el necrocomio. Un resfriado puede ser mortal. La ciudad alegre y, confiada, se ha transformado en triste y despoblada.
?Hay que lamentar el pasado? Un cierto, pasado, s¨ª. El L¨ªbano, a pesar detodas las deficiencias de sus estructuras sociales, del poder econ¨®mico privilegiado de los se?ores feudales, de la insoslayable y necesaria transformaci¨®n de las estructuras sociales, era el pa¨ªs m¨¢s liberal y abierto del mundo ¨¢rabe. Son numerosas las paradojas de esta guerra: la mencionada es una de ellas. Siria, el pa¨ªs socialista del Cercano Oriente, impide la satisfacci¨®n de las aspiraciones de la izquierda. ?Qu¨¦ izquierda?, se ha preguntado el presidente Hafez el Assad.
La destrucci¨®n es producto de la obstinaci¨®n de unos cuantos. El programa de la izquierda tampoco era, tampoco es, tan inaceptable; tan radical. Exig¨ªa la reforma del sistema pol¨ªtico porque el poder, desde la independencia en 1943, se lo transmiten hereditariamente una docena de familias. Ped¨ªan la distribuci¨®n igualitaria de los recursos para el desarrollo del presupuesto entre las regiones, porque hist¨®ricamente, las zonas de poblaci¨®n musulmana mayoritaria han sido relegadas.
La pr¨®xima paz, venga cuando venga, ser¨¢ tan dificil como la guerra. Los cristianos se organizan en su ?ghetto? de la Monta?a, como un aut¨¦ntico Estado. Una buena parte de la poblaci¨®n, cristiana y musulmana, ha emigrado. Cuando la situaci¨®n se normalice, el gobierno tendr¨¢ que hacer frente a un paro casi generalizado. ?Qu¨¦ compa?¨ªas extranjeras estar¨¢n dispuestas a correr una nueva aventura libanesa? ?C¨®mo lograr la integraci¨®n de las sectas y destruir las barreras invisibles levantadas por la guerra civil?
El L¨ªbano independiente tiene la edad de una generaci¨®n. Tal vez se necesite otra para recomponerlo.
FIN DE LA SERIE
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.