Camacho, en el Retiro
Los j¨®venes estudiantes y las j¨®venes estudiantes, los progres con una primavera socialista florecida en la barba, los buenos burgueses paseantes que intuyen y temen, t¨ªmidos por su querida parcela, una mitolog¨ªa marxista de ahora mismo, todos quer¨ªan ver a Marcelino Camacho firmando libros en la Feria del Libro, en el Retiro.Osea la mele¨¦, la debacle, el tumulto, el foll¨®n, la cosa. Suasorio de voz y acento, el se?or del micr¨®fono lo anunciaba por los altavoces de la Feria: ?Camacho en la caseta tal?. Como si no pasase nada. Pero hace unos a?os al que m¨¢s anunciaban era a S¨¢nchez-Silva, que hasta puso caseta propia, caseta de escritor. De Marcelino pan y vino a este Marcelino a pan y agua durante tanto tiempo, toda la evoluci¨®n pol¨ªtica espa?ola y,toda la evoluci¨®n de una Feria, que no es la de Jerez cantada por Pem¨¢n, pero casi lo parec¨ªa, anta?o, por lo latifundista de la derecha que les habla salido, con jacas jerezanas altas, de lomo c¨®mo las novelas de don Manuel Halc¨®n.Marcelino en la Feria, digo. Alvaro Cunqueiro se pasea entre los libros con la paz abacial de Mon-1 do?edo en el rostro, pero reci¨¦n viene de Suecia -perm¨ªtanme el argentinismo, en gracia de la mucha literatura latinoamericana que hay en la Feria-, qui¨¦n sabe si de ver bruj*asj*¨®venes en cueros. Gabriel y Ainparo, los Celaya, cruzan hacia su, caseta, viene,n como de tomarse un piscolabis o tentempi¨¦ (que la palabra exacta la dir¨¢ Gabriel cuando sea acad¨¦mico, que va siendo hora). Tiempos entra?ables en que la Feria limitaba por, la izquierda con las firmas de Gabriel Celaya. Ahora, 'mi querido arc¨¢ngel rojo y donostiarra, a t¨ª y a m¨ª nos ha desplazado gozosarnente Marcelino. Bendito sea.
Marcelino en el Retiro, firmando libros, firmando ese su libro. delgado que no se atreve al desgarr¨®n rojo de la portada, y lo tiene marroncillo. Recuerda, Marcelino, esta fionda en que don Pablo Iglesias hablaba al personal obrero y a la hueste rala y enlutada de? noventa y ocho, los domingos de? principio de siglo. Creo que don Antonio y don P¨ªo lo cuentan, Marcelino.
Marcelino Camacho, con el pelo rizado y corto de los comisionados por la historia, con el su¨¦ter ligero, el gesto abierto y su letra clara de metal¨²rgico aplicado: ?De un militante obrero a un amigo?, pone en algunas dedicatorias. Siempre dice lo de su mano, algo. Una multitud.
Y este Retiro primaveral donde algunas tardes hay rosarios oiasivos y l¨ªoy se ha aparecido un santo laico de otro culto, un santo modesto y atroz llamado Marcelino. Hab¨ªa una subasta de coches antiguos, en el Retiro, viejos Austin arqueol¨®gicos, la-matr¨ªcula treinta. mil de Barcelona, como las ruinas melanc¨®licas y esbeltas de un tiempo dorado y capitalista que se viene abajo por impulso, entre otros, de Marcelino Camacho. Peir¨®, viej?o,p¨²gil de los a?os cuarenta, campe¨®n entra?able de mi infancia, pasa entre los libros de la Feria atiz¨¢ndole ganchos cortos al ment¨®n del aire. Ram¨®n Tamames es otro santo laico que se le ha aparecido a la gente, en olor de multitud, firmando libros, y Cannen, su mujer, bella como otra primavera en ot ' ro Retiro, me dice que tiene nostalgia de mar. Jos¨¦ Mar¨ªa Valverde, estilizado de exilios,' me da un abrazo. Mientras t¨² firmas libros, Marcelino, han vuelto los poetas, ha vuelto la poes¨ªa, Mareelino.
Tambi¨¦n gracias a t¨ª, Mardelino.
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