?Qu¨¦ tuvo que ver Ia CIA con Watergate?
?Solamente te llamo para desearte a ti y a tu familia un feliz a?o nuevo?, dijo Alexander Butterfield cuando me telefone¨® inesperadamente a mi piso de Arlington (Virginia). Era el 31 de diciembre de 1974, la v¨ªspera del veredicto en el proceso por el asunto Watergate. Butterfield, que revel¨® la existencia de las grabaciones al Comit¨¦ Ervin, con lo que el esc¨¢ndalo se hizo a¨²n mayor, apareci¨® en un principio como testigo del fiscal en el proceso que presid¨ªa el juez John Sirica. M¨¢s tarde, Alex me ofreci¨® actuar de testigo en favor m¨ªo, cosa que el fiscal bloque¨® des veces con ¨¦xito, usando para ello diversas maniobras.
Mientras ve¨ªa a Butterfield en el banco de los testigos, intentando ayudarme, recordaba las largas relaciones que existieron entre nosotros, desde los tiempos de la UCLA, y las circunstancias por las que lleg¨® a trabajar en la Casa Blanca.
En un principio, Alex se acerc¨® a la Casa Blanca por sus propios medios e iniciativa, no porque yo le contratase para trabajar en ella. R¨¢pidamente lleg¨® a general de las Fuerzas A¨¦reas. Nunca comprend¨ª por qu¨¦ insisti¨®,"contra mi consejo, en dejar su empleo y por qu¨¦ de forma repentina quiso tomar parte en el equipo de Nixon.
Pero viendo cu¨¢l fue su papel, estas actitudes parecen curiosas, incluso en la actualidad. ?Fue Butterfield miembro de la CIA? Puede ser, pero no estoy seguro de ello. Contemplando las cosas que sucedieron no tengo mucha certeza, en cuanto al papel que la CIA desempe?¨® cerca de Nixon, y, particularmente, en su salida del poder. No creo que esto sea imposible en absoluto, pero simplemente creo que existen multitud de cuestiones sin resolver en todo el embro?o de Watergate. La CIA ten¨ªa capacidad para hacer muchas cosas, y posiblemente ten¨ªa tambi¨¦n la intenci¨®n de, realizarlas.
?Las gentes de Watergate?
Antes de aquel d¨ªa fat¨ªdico, me refiero al 17 de junio de 1972, siete hombres -Richard, Nixon, John Mitchell, John Ahrichamn, John Dean, Jeb Magruder, Charles Colson y yo actu¨¢bamos juntos en un equipo que.funcionaba a la perfecci¨®n. Eramos los llamados ?gentes de la Casa Blanca?.
Nuestra ¨²nica conexi¨®n con el asunto Watergate era el hecho de que John Mitchell viv¨ªa en un apartamento del complejo residencial de Washington que lleva este nombre. Pero a partir de la primavera de 1973 comenzamos a ser conocidos como las gentes de Watergate?. La Administraci¨®n Nixon hab¨ªa pasado a ser, de un gobierno constructivo, a un gobierno asediado y a la defensiva, hasta que se vino abajo en el verano de 1974. Repentinamente, en un tribunal federal, los tres veteranos ayudantes del presidente Nixon, ya dimitido, junto con dos ayudantes en la campa?a de 1972, Robert Mardian y Kenneth Parkifison, fueron acusados de diversos delitos. A veces tuve la sensaci¨®n de malestar durante el proceso, al observar que yo mismo contrat¨¦ a tres de las m¨¢s conocidas figuras en el proceso de Watergate, que ocuparon el banco de los testigos. Me refiero a Dean Magruder y Colson. Tanto a Mitchell como a Ehrilchman y a m¨ª mismo nos obsesionaba a lo largo de las interminables sesiones de proceso, la irritada presencia de Richard Nixon.Todav¨ªa existen muchos mitos sobre las relaciones que exist¨ªan entre las ?gentes de Watergate, no s¨®lo entre nosotros, sino, con el mismo presidente tambi¨¦n. Mitchell y yo, por ejemplo, trabaj¨¢bamos muy conjuntados y ten¨ªamos buenas relaciones, pese a la diferencia de edad, de modo de ser y de intereses. Generalmente est¨¢bamos de acuerdo en muchas cosas, aunque no faltasen roces personales en otros aspectos de menor importancia.Por otra parte, Ehrlichman y Mitchell apenas ten¨ªan ?relaciones, trabajaban de manera diferente y confiaban poco el uno en el otro. Frecuentemente manten¨ªan sus distancias en las cuestiones relativas a la polic¨ªa y a las operaciones del Ministerio de Justicia.
Las relaciones de John Dean y Mitchell -una especie de padre e hijo- no eran tan ¨ªntimas como se public¨® en su d¨ªa. No obstante, Dean era, hasta cierto punto, un protegido de Mitchell y esto supon¨ªa un gran punto de uni¨®n entre ellos. Mitchell, por ejemplo, estaba preocupado por el hecho de que la funci¨®n de Dean no fuese muy importante en la Casa Blanca y por el hecho de que se le hubiese trasladado del Ministerio de Justicia.
Mitchell y Jeb Magruder ten¨ªan, en la medida que yo puedo saberlo, buenas relacioneis de trabajo. Chuk Colson y Mitchell se odiaban mutuamente. Con el presidente, John Mitchell disfrutaba de una relaci¨®n de igual a igual, absolutamente ¨²nica en la Casa Blanca de Nix¨®n. Ten¨ªa libre acceso a su despacho, se tomaba la libertad de estar en desacuerdo con el presidente y manten¨ªa sus ideas con persevarancia. Nixon le utilizaba como agente especial categor¨ªa para sus relaciones con el Gobierno, con Kissinger y para cuestiones pol¨ªticas. Confiaba en ¨¦l completamente. John Ehrlichman y yo tuvimos relaciones muy amigables, por espacio de veinticinco a?os, desde los tiempos en que trabajamos en la UCLA. Desde el comienzo le consider¨¦ como un hombre de Haldeman? por el hecho de que yo le contrat¨¦ para la Casa Blanca. John mantuvo sus relaciones personales con Nixon con toda independencia, bajo mis consejos y mis impulsos.
Nixon ten¨ªa una alta opini¨®n de la capacidad y del criterio de Ehrlichman. Sin embargo, la relaci¨®n entre ambos hombres no siempre fue f¨¢cil. Anal¨ªtico y seguro de s¨ª mismo, Ehrlichman no ten¨ªa reparos en manifestar su desacuerdo con Nixon, a veces de forma incisiva y directa.
John pose¨ªa reservas en cuanto a la personalidad de Nixon. Aunque respetaba la capacidad de trabajo del presidente, se mostraba preocupado por su estilo de vida, especialmente en lo relativo a las cuestiones de la bebida.Dean Ehrlichman trabajaban juntos con satisfacci¨®n. Ehrlich-man ejerc¨ªa una especie de tutor¨ªa sobre Dean en algunos aspectos fundamentalmente cuando se tratataba de aconsejar al presidente, e igualmente le usaba como agente en otras cuestiones. Por otra parte, Magruder y Ehrlichman no se relacionaban entre ellos.
Me esforc¨¦ para lograr que cooperasen Chuck Colson y Ehrlichman, aunque no se soportaban el uno al otro. Si Ehrlichman ten¨ªa un defecto es que era, como Mitchell, comprensivo en sus juicios sobre los miembros del gabinete de Nixon.
No consegu¨ª el ?dossier? del FBI de Dean
John Dean era algo as¨ª como el ?vendedor de perritos calientes? en la plaza Nixon de la Casa Blanca, sin ning¨²n inter¨¦s especial por el due?o de la casa. Era listo, sab¨ªa comportarse bien y estaba entusi¨¢sticamente respaldado por Mitchell, por Richard Kleindienst (ayudante de Mitchell en el Ministerio de Justicia y su sucesor como fiscal general en marzo de 1972), por Egil Krogli (ayudante de John Ehrlichman, que fue nombrado, subsecretario de Transportes en diciembre de 1972) y por Ehrlichman.Las relaciones de Dean con el presidente, pese a lo que se dijese en contra, no existieron hasta Watergate; e incluso entonces no fueron muy estrechas. Yo le contrat¨¦ porque nunca llegu¨¦ a conocer su dossier en el FBI, que, por supuesto, no estaba incluido en su curriculum. Pero esto no me preocup¨®, desde el momento en que supe que Dean hab¨ªan sido absuelto por la Justicia. Mi gabinete debi¨® encontrar gracioso el hecho de que en lo que se refiere a Dean, viol¨¦ mi propio sistema de asumir los problemas de mis subordinados.
Si hubiese conocido el dossier del FBI sobre Dean le hubiese eliminado de la Casa Blanca. Determinadas cuestiones y acusaciones, por lo dem¨¢s no graves, sobre sus relaciones con una firma legal para la que trabaj¨® antes de entrar en la Casa Blanca, me hubiesen bastado para saber que all¨ª hab¨ªa humo antes de ver el fuego.
Chuck Colson fue siempre un problema. Francamente, era una persona que no me gustaba, como tampoco me gustaban otros. Sus particulares maneras le conced¨ªan una mala reputaci¨®n en todo el gabinete con la excepci¨®n, posiblemente, de Dean. Era un protegido de Bryce Harlow (ayudante y m¨¢s tarde consejero del presidente Nixon) quien le introdujo en la Caasa Blanca. Yo le ayud¨¦ a ascender y Nixon, que lleg¨® a tener estrechas relaciones con ¨¦l, encontr¨® que su ayuda era muy valiosa.
De temperamento muy pol¨ªtico, Colson era muy aficionado al juego, incluso con fanatismo. Pero Colson realizaba un juego oscuro cerca de Nixon. El no era un verdadero miembro del gabinete, en el sentido que no se entregaba totalmente a su trabajo. Si ten¨ªa un gran. defecto, ¨¦ste era su ausencia de voluntad, incluso de deseo, para que las ¨®rdenes del presente se cumpliesen sin excusa.
Jeb Magrudor era un completo lameculos. Aunque no le faltaban buenas ideas, era d¨¦bil y ego¨ªsta, pragm¨¢tico y sin convicciones propias. Estaba lleno de tonter¨ªas, aunque me di cuenta de que pod¨ªa controlarse para que no se notase. Yo ten¨ªa que estar siempre encima de ¨¦l para hacer que trabajase, asust¨¢ndole o aguijone¨¢ndole. Como con muchos j¨®venes miembros del gabinete de la Casa Blanca, ten¨ªa los intereses de Magruder y mantenerle en equilibrio en la cuerda floja en que se hallaba.
Magruder no ten¨ªa verdaderas relaciones con el presidente. En principio fue mi ayudante, y luego se convirti¨® en el hombre de John Mitchell por su propia voluntad.
Durante los tres meses que pasamos ante el tribunal de Washington tuve tiempo para reflexionar sobre los incidentes que me llevaron a la dimisi¨®n como jefe del gabinete. En particular, lo sucedido a finales de abril de 1973, cuando Henry Kissinger, visiblemente agitado, entr¨® en mi despacho en la Casa Blanca. Acababa de volver de una reuni¨®n que tuve con Nixon sobre el "problema de Haldeman? y lo que, se podr¨ªa hacer para resolverlo.
Kissinger, que nunca perteneci¨® a las ?gentes de Watergate? dijo que la idea de que yo dimitiese era ?incomprensible? para ¨¦l y que si Nikon la aceptaba, ¨¦l tambi¨¦n se marchar¨ªa inmediatamente.
?No quiero servir en una Administraci¨®n que permite que tales, cosas pasen?, dijo Kissinger. En varias conversaciones, a?os despu¨¦s de que yo dejase la Casa Blanca, Kissinger expres¨® el mismo deseo de apoyarme, pero nunca lleg¨® a dimitir.
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