?Espa?a potencia at¨®mica?
Uno de los puntos de la resoluci¨®n a?adida por varios senadores norteamericanos de Madrid, entre Espa?a y Estados Unidos, pendiente a¨²n de ratificaci¨®n, aboga por que Espa?a suscriba el tratado de no proliferaci¨®n nuclear, esto es, por que Espa?a renuncie para siempre a ser una potencia armada con la bomba at¨®mica.Sabido es que Espa?a se halla entre los pa¨ªses con la capacidad t¨¦cnica y econ¨®mica para hacerse con la bomba at¨®mica. Tambi¨¦n es sabido que el tratado de Madrid aboga espec¨ªficamente por la colaboraci¨®n entre los dos pa¨ªses, en el uso pac¨ªfico de la energ¨ªa nuclear. Por ¨²ltimo, el programa de desarrollo energ¨¦tico nuclear de Espa?a, por valor de 16.000 millones de d¨®lares, es superior al de ninguna otra potencia europea, excepto Francia y Alemania.
Espa?a podr¨ªa, pues, si diera los pasos necesari¨®s hacerse con la bomba at¨®mica en un per¨ªodo de tiempo relativamente corto. Pero decir ¨¦sto es decir muy poco. Una ?bomba at¨®mica? es algo que los yugoslavos sostienen que ellos podr¨ªan obtener con unos cientos de d¨®lares, mientras que loos franceses han venido gastando entre 500 y 1.000 millones de d¨®lares anuales, para hacerse con una fuerza nuclear ¨²til y digna de cr¨¦dito.
El ministro espa?ol de Asuntos Exteriores es conocido partidario de la fuerza at¨®mica espa?ola. Poco m¨¢s se sabe de su pensamiento y de su conocimietno del problem. El primer indicio de su inter¨¦s por la bomba lo dio en enero de este a?o, cuando en sus declaraciones a Willians Buckley, corresponsal de una cadena de televisi¨®n norteamericana hizo saber (como lo reprodujeron los corresponsales de prensa norteamericanos en Madrid que Espa?a podr¨ªa hacerse con la bomba ?si ¨¦se es el camino que han de seguir las naciones?. El se?or Areilza, consciente de los factores de ejercicio puro y f¨ªsico del poder, constata que Espa?a est¨¢ rodeada de potencias nucleares: Estados Unidos en Rota y Torrej¨®n, Gran Breta?a en Gibraltar, Francia al norte de los Pirineos; la URSS en el Mediterr¨¢neo. Su deseo arranca de un sentimiento altamente patri¨®tico, por el que se niega a que Espa?a siga renunciando a los instrumentos m¨¢s avanzados del ejercicio del poder militar y pol¨ªtico.
Desafortunadamente, el problema rebasa la capacidad de determinaci¨®n del ministro Areilza, de cualquier otro ministro, y a¨²n dir¨ªa del propio Gobierno, pues es un asunto que entra totalmente en una esfera de inter¨¦s colectivo. Un planteamiento de fuerza nuclear para Espa?a afectar¨ªa a las Fuerzas Armadas, que se ver¨ªan obligadas a dr¨¢sticas reestructuraciones de su org¨¢nica y de sus medios.
Afectar¨ªa tambi¨¦n a la comunidad cient¨ªfica, que se ver¨ªa fuertemente embargada para este fin que no solo comprende la tecnolog¨ªa nuclear, sino que se extiende al problema de la propulsi¨®n de vectores, la log¨ªstica, Ias comunicaciones y la inform¨¢tica a escala intercontinental. Afectar¨ªa por fin al conjunto de la sociedad espa?ola, abocada a soportar gastos muy superiores en materia de defensa, cuando los gastos del presente no est¨¢n sujetos todav¨ªa al sistema de controles y aprobaciones dimanantes de un sistema parlamentario.
El perseguir y ambicionar la versatilidad y practicidad del arma nuclear, con todo lo que significa de autonom¨ªa estrat¨¦gica, de palanca pol¨ªtica, de instrumento de seguridad a toda prueba (el d¨¦bil puede disuadir al fuerte, con s¨®lo amenazarle con que puede destruir una fracci¨®n de su poblaci¨®n y de su territorio, aunque el fuerte pueda destruir cien veces al d¨¦bil), es una noble tarea, en la que deben probarse los pa¨ªses que a¨²n aspiran a situarse entre el grupo de los que r¨ªo pueden ser ignorados en el mundo. Pero la Espa?a de hoy debe dar a¨²n muchos, pasos, para alcanzar ese nivel. Para empezar, Espa?a no se puede poner en la situaci¨®n de pa¨ªs en la terminal de la ayuda (el tratado de Madrid hace de Espa?a un pa¨ªs recipiendario de ayuda); para continuar, no puede enajenar ni un solo de sus ases pol¨ªtico-estrat¨¦gicos (Ias bases entregadas a Norteam¨¦rica, sirven en gran parte finalidades que no se deducen de las necesidades espa?olas); igualmente, las Fuerzas Armadas han de exhibir en todo instante la entereza de su responsabllidad acrecida por el ¨¢tomo, en un contexto democr¨¢tico, que es, social y pol¨ªticamente, m¨¢s inc¨®modo y sacrificado que un contexto autoritario.
Otro problema es el del tipo de arma nuclear a que se aspira. Est¨¢ bien que Yugoslavia se haga con unos ingenios nucleares baratos, para despanzurrar unos cuantos tanques sovi¨¦ticos que aparecieran por las llanuras de Eslovenia. Otra cosa es lo que una potencia como Espa?a necesitar¨ªa, alejada de los frentes, enfrentada si acaso a amenazas navales y a¨¦reas, provinientes de tierras lejanas. El tipo de armamento nuclear que su posici¨®n reclamar¨ªa se acercar¨ªa al adoptado por Francia, de uso estrat¨¦gico, de disuasi¨®n, y arrojable por vectores muy sofisticados, entre los que cabe mencionar el submarino at¨®mico y el bombardero de largo alcance. Esto es un reto que no se aborda con cientos de d¨®lares, sino con cientos de millones; y a¨²n hace falta la recia voluntad pol¨ªtica de hacerse con el explosivo nuclear, por encima de controles y garant¨ªas exigidas por los suministradores de material industrial at¨®mico.
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