Hemingway, uno de los grandes "h¨¦roes" de la cultura actual
El pasado d¨ªa 2 se cumpli¨® el quince aniversario de su muerte
?Cuando me siento deprimido me gusta pensar en la muerte y en las diversas maneras de morir. Y pienso que el medio m¨¢s efectivo sea, probablemente, saltar de un transatl¨¢ntico en la noche, a menos que se pueda encontrar un modo de morir durante el sue?o. No hay duda de que, as¨ª, la cosa resultar¨ªa y, en ¨²ltima instancia, no parece ser una muerte muy desagradable. Habr¨ªa, apenas, el instante de dar el salto, y, para m¨ª, es muy f¨¢cil dar cualquier tipo de salto. Adem¨¢s nunca terminar¨ªan de saber lo que pas¨® realmente; no habr¨ªa autopsia ni nadie tendr¨ªa que cargar con los gastos y siempre quedar¨ªa la posibilidad de que nos concedan que fue un lamentable accidente?.Es posible que en aquel domingo, 2 de julio de 1961 en su casa de Ketchmun, Idaho, Ernest Miller Hemingway recordara esta nota escrita 35 a?os antes. Quiz¨¢s cuando se dirig¨ªa al h¨²medo s¨®tano en busca de la escopeta Boss, so?aba con un transatl¨¢ntico en medio del oc¨¦ano. Subi¨® las escaleras, atraves¨® el comedor y ya en el peque?o vest¨ªbulo, apoy¨® la culata del arma en el suelo, inclin¨® la cabeza hacia adelante hasta que los dos ca?os tocaron la frente, un poco m¨¢s arriba de las cejas, y mat¨® a uno de los m¨¢s grandes escritores norteamericanos de todos los tiempos, poniendo un final digno de la leyenda que hab¨ªa rodeado su vida. Diecisiete d¨ªas despu¨¦s, el 19 de julio, habr¨ªa cumplido 62 a?os.
Para algunos este acto era la culminaci¨®n de un asesinato que hab¨ªa comenzado a preparar en 1936. En septiembre de ese a?o public¨® Las nieves del Kilimanjaro, relato sobre las mujeres, el dinero y la muerte, sobre la imposibilidad de escribir, que tiene la estructura misma del suicidio: no narra otra cosa que el fin de su escritura. Es su testamento y hasta aqu¨ª, en 15 a?os, hab¨ªa construido una de las narrativas m¨¢s perfectas de este siglo, enfrentada -con la blancura de sus descripciones que aniquilaban toda an¨¦cdota- a la tradici¨®n psicologista de la novela burguesa, basada en el mito de la esencia del hombre. Es a partir de ese a?o cuando lo que escribe parece destinado a desmentir su obra primera.
Instinto democr¨¢tico
Explicar esta p¨¦rdida supone pensar en las relaciones entre literatura y ¨¦xito, producto y dinero, demanda y mercado, que una sociedad como la norteamericana impone. Esta problem¨¢tica se puede encontrar en Las nieves del Kilimanjaro, tanto en el texto como en el hecho de que por ella su editorial le pag¨® 125.000 d¨®lares. ?Los escritores norteamericanos -dec¨ªa Scott Fitzgerald- no tenemos segundo acto?. ?C¨®mo explicar si no ese pasaje que va desde Despu¨¦s de la tormenta hasta El viejo y el mar?Toda su vida estuvo escindida entre el escritor cuyo objetivo central era escribir cada vez mejor y el hombre que, poco a poco, fue reconoci¨¦ndose como un presumido. El personaje al que le encantaba contar sus proezas, que se consideraba un amante irresistible y un campe¨®n de todo lo que emprend¨ªa, termin¨® desplazando al verdadero Hemingway. Lo cierto es que era un compendio de tremendas contradicciones: aquel grandull¨®n presumido fue, no pocas veces, un hombre t¨ªmido y retra¨ªdo; un arrogante que estallaba en l¨¢grimas con frecuencia. Sabemos que en sus ¨²ltimos a?os el proceso de desmoronamiento de su personalidad ya estaba avanzado; sin embargo, estos ejemplos son anteriores. Es que los desencuentros de quien por un lado, trat¨® de vencer el desaf¨ªo que la vida supone y, por otro, persigui¨® -sin alcanzar- ?la paz por separado?, terminaron por sumergirlo en una amarga y dolorosa lucha.
Su posici¨®n pol¨ªtica era la suma de todas las contradicciones de su personalidad. Ten¨ªa una especie de instinto democr¨¢tico que lo impulsaba a defender los derechos humanos a trav¨¦s de su obra y de muchos actos generosos y colmados de coraje. Estimaba valores que tem¨ªa ver perdidos en la humanidad: la honestidad y la verdad, sobre todo. Estuvo en cuatro guerras y, en tres de ellas -la de 1914, la civil espa?ola y la segunda mundial- intervino directamente. Fue en Espa?a donde intent¨® algunas definiciones pol¨ªticas y fue aqu¨ª tambi¨¦n donde trat¨® tenazmente de sobreponerse a los horrores de la guerra mediante la b¨²squeda del coraje, la honestidad, el honor y la integridad del ser humano. Sin embargo, m¨¢s de una vez, en la segunda guerra, su comportamiento roz¨® el rid¨ªculo.
Si bien en su novela Por qui¨¦n doblan las campanas hizo una nueva defensa de los derechos humanos, en sus declaraciones, en cambio, no se molest¨® en disimular su desinter¨¦s por la causa espa?ola una vez que comprendi¨® que la estrategia de la Rep¨²blica era err¨®nea. Y cuando la izquierda literaria norteamericana atac¨® su libro por el flanco ideol¨®gico, se limit¨® a reaccionar como lo hac¨ªa siempre: respondi¨® que era capaz de escribir mejor que cualquiera de ellos, amenaz¨® con pelear contra tres o m¨¢s de sus cr¨ªticos a la vez y emprendi¨® una dura batalla verbal contra los que ¨¦l llamaba, peyorativamente, escritores pol¨ªticamente comprometidos.
Ideolog¨ªa vitalista
Hemingway, sostenido por una ideolog¨ªa vitalista, anti-intelectual, t¨ªpica del pragmatismo norteamericano que le dio vida, se ha convertido en uno de los grandes h¨¦roes de nuestra cultura. Y ¨¦sta es hoy -probablemente- su mayor influencia y la mayor dificultad para abordar su obra, ya que esta especie de culto a la personalidad se interpone entre texto y lector. Pocos escritores han sufrido tanto esta distorsi¨®n. As¨ª, toda esa elaborad¨ªsima construcci¨®n verbal que va desde En nuestro tiempo hasta Las nieves del Kilimanjaro, en la que no se escribe otra cosa que la imposibilidad de narrar la experiencia, es le¨ªda como una afirmaci¨®n de la ideolog¨ªa literaria que estos textos -que constituyen su mejor obra- intentan destruir.Este hombre que dijo que no hay mejor gente que los espa?oles cuando est¨¢n a favor ni peor cuando est¨¢n en contra, que hoy escrib¨ªa Quinta Columna en el Hotel Florida, de Madrid, y ma?ana llenaba cuartillas en el Ambos Mundos de La Habana, que, ya famoso -cuando cobraba 15.000 d¨®lares por un simple art¨ªculo-, viv¨ªa en la isla como podr¨ªa hacerlo el administrador norteamericano de alguna compa?¨ªa azucarera; este escritor que muchos han cre¨ªdo primitivo, espont¨¢neo, lo que en realidad hizo fue crear los procedimientos de un tipo de narraci¨®n: predominio del di¨¢logo, lenguaje directo, repeticiones, sintaxis antigramatical; es decir, un conjunto muy elaborado de t¨¦cnicas que buscaban naturalizar el relato, ocultando sus reglas. En este sentido, existen pocos escritores tan literarios -tan conscientes de la t¨¦cnica- como este supuesto anti-intelectual.
Nadie puede decir si los tiros de la ma?ana del 2 de julio fueron el resultado de la b¨²squeda de la paz por separado, la paz individual, la paz imposible. Sus sue?os dif¨ªcilmente habr¨ªan resistido una realidad que, cada d¨ªa con m¨¢s fuerza, proclama la utop¨ªa de mantenerse ajeno. Fue, sin duda, un hombre que am¨® mucho muchas cosas y que, por tanto, exigi¨® tambi¨¦n mucho. Resisti¨® cuanto pudo; no es f¨¢cil cuando se est¨¢ condenado a la paradoja.
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