La generaci¨®n del 98
No s¨¦ si Maragall es muy le¨ªdo en nuestro tiempo; su nombre es recordado con alguna frecuencia; se citan algunos de sus versos, se comenta alguna opini¨®n suya. Mi preferencia va hacia ¨¦l entre todos los poetas catalanes, en la imperfecta medida en que los conozco, y es uno de los poetas espa?oles que m¨¢s me conmueven, y desde luego de los de su tiempo, sin que su lengua catalana sea obst¨¢culo. Para los catalanes de hoy, Joan Maragall es un hombre ilustre, pero quiz¨¢ no lo tienen verdaderamente presente. Acaso -no estoy seguro- su catal¨¢n no es demasiado ?ortodoxo?; otro d¨ªa intentar¨¦ explicar esta sospecha. Y quiz¨¢ olvidan la ampl¨ªsima porci¨®n de su obra -tan catalana como el resto- escrita en castellano, en la lengua general de su Espa?a.En cuanto a los no catalanes, temo que se desanimen previamente ante el temor a no ?entender? la poes¨ªa de Maragall; temor que tiene muy poco fundamento, y que no tendr¨ªa ninguno si los editores tuvieran la costumbre de a?adir un m¨ªnimo vocabulario -tal vez cuatro o seis p¨¢ginas- con las palabras en que puede tropezar un espa?ol o un hispanoamericano que no haya aprendido catal¨¢n. Y, a consecuencia de ese temor, luego no leen los miles de p¨¢ginas admirablemente escritas en su lengua com¨²n.
Creo que Maragall era visual, que tend¨ªa a comprender con los ojos. Es admirable su claridad para entender situaciones hist¨®ricas, hechos literarios, problemas pol¨ªticos, circunstancias personales, lanzando una mirada en torno suyo para ?hacerse cargo?. Lo que en otros puede ser unilateral, esquem¨¢tico o mani¨¢tico, en ¨¦l se integra en una mirada abarcadora: sus ojos corrigen con frecuencia las ideas parciales, y es capaz de ver fisiogn¨®micamente, y bien temprano, fen¨®menos complejos que ha costado largo tiempo analizar. Dada nuestra propensi¨®n a lo abstracto, me parece obligado aprovechar bien lo que nos han ense?ado los hombres de nuestro pa¨ªs capaces de intuici¨®n, de abrir bien los ojos y mirar alrededor (y luego hacia adentro).
Maragall naci¨® en Barcelona el 10 de octubre de 1860; muri¨® -m¨¢s joven de lo que parece- el 20 de diciembre de 1911. Por raz¨®n de una amistad profunda y significativa, tendemos a emparejarlo con Unamuno; pero no era de su generaci¨®n, sino de la anterior, y su trayectoria vital est¨¢ mucho m¨¢s pr¨®xima a la de Men¨¦ndez Pelayo (1856-1912). Si no me equivoco, pertenec¨ªa a la generaci¨®n de 1856 (los nacidos entre 1849 y 1863), mientras que la del 98 es la de los nacidos en torno a 1871 (1864-1878, entre Miguel de Unamuno y Luis de Zulueta).
Esto resulta especialmente claro si se lee a Maragall, que reconoci¨® a la generaci¨®n de 1898 como un grupo nuevo, joven, y precisamente en el a?o que, seg¨²n mis c¨¢lculos, corresponde a la ?entrada en la historia? de la generaci¨®n como tal. El 28 de febrero de 1901, publica en el Diario de Barcelona un art¨ªculo titulado ?La joven escuela castellana?.
Naturalmente, falta la fecha; pero no el concepto de generaci¨®n. ? De alg¨²n tiempo a esta parte -escribe Maragall- van llegando a nuestras manos obras literarias de una nueva generaci¨®n de escritores en lengua castellana; y cada una de ellas sucesivamente va afirmando en nosotros la idea de una evoluci¨®n saludable en aquella literatura; de una evoluci¨®n hacia la sinceridad, hacia la expresi¨®n directa y viva del sentimiento.? Una nueva generaci¨®n, que naturalmente no es la suya: bastar¨ªa esto para situar a Maragall en la anterior. Son los ?j¨®venes?; Maragall, que ha cumplido cuarenta a?os, ya no lo es. Habla de Valera, Pereda y Gald¨®s, como el pasado: ?han escrito -dice- en siglo de oro cuando el suyo no lo era?.
Pero no es esto solo: Maragall advierte que ?ya en la generaci¨®n literaria que precedi¨® a la ahora reci¨¦n llegada se not¨® una mayor naturalidad en la expresi¨®n?.
Y agrega Maragall: ?Pues bien, en los j¨®venes que llegan la saludable tendencia se acent¨²a: es m¨¢s, se nota un esfuerzo de sinceridad? ?En qui¨¦nes piensa? En Azor¨ªn (es decir, Mart¨ªnez Ruiz), en Bernardo G. de Candamo, en P¨ªo Baroja. Del primero recuerda El alma castellana, y ahora habla del Diario de un enfermo, con el que ?ha afirmado nuevamente su personalidad literaria que vemos formarse vigorosa en su sensibilidad, intensa en la sobriedad de su estilo?. De Candamo menciona sus Estrofas, libro que le parece prematuro, pero interesante. Del que m¨¢s habla es de Baroja, ?m¨¢s formado?, cuya obra, ?aunque influida por los grandes maestros extranjeros, impresiona ya fuertemente por lo que tiene de original y propio?.
Maragall est¨¢ convencido de que algo nuevo empieza. ?Todo lo que acabamos de indicar de los j¨®venes autores mencionados, y otras se?ales que hemos cre¨ªdo descubrir en peque?os trabajos sueltos de peri¨®dicos y revistas, coinciden en anunciar que la literatura castellana tiende a salir del estacionamiento en que tantos ingenios se malograron en parte; que el movimiento ha empezado, y que entre los que lo impulsan hay ojos penetrantes y brazos fuertes. Ojos penetrantes para ver lo que pasa en el mundo y orientarse en la luz: brazos fuertes para sujetar el ideal y conducirlo por el camino propio, pero levant¨¢ndolo muy en alto para que la luz le d¨¦ bien de lleno.?
Poco despu¨¦s, en carta a Josep Pijoan del 14 de enero de 1904, vuelve a aparecer el tema de la joven generaci¨®n que se inicia. Iba a hablar Pijoan de la poes¨ªa popular catalana en el Ateneo de Madrid. Y Maragall le dice: ?Perqu¨¦ lo que anem a fer es principalment coneixer'ns i estimar-nos. An aixo em sembla que hi esta molt ben disposada l'actualjove generaci¨® madrilenya, molt m¨¦s ben disposada que l'anterior, la dels homes de quaranta anys per am unt ?.
La cosa no puede estar m¨¢s precisa: la joven generaci¨®n se contra pone a la anterior, la de los que tienen m¨¢s de cuarenta a?os, es decir, con extremado rigor, los nacidos antes del 1864. Es claro que Maragall no hab¨ªa pensado sobre la teor¨ªa de las generaciones, y por supuesto no hab¨ªa hecho una cronolog¨ªa de las generaciones espa?olas y europeas; ni sab¨ªa que se iba a llamar ?generaci¨®n del 98? la que estaba entrando en el escenario hist¨®rico. Simplemente, la estaba viendo, percib¨ªa una variedad literaria y humana, promisora, sin cera, abierta, amistosa para Catalu?a, con deseo de abrir esos ojos penetrantes con los cuales se sent¨ªa en esencial afinidad. Porque Joan Maragall fue el hombre que supo poner, con extra?a y sobrecogedora met¨¢fora, la paz de Dios dentro de nuestros ojos; el que escribi¨® en su ?Cant espiritual? ese verso que siempre me estremece: Amb la pau vostra a dintre de I'ull nostre.
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