Un futuro incierto y una gran incertidumbre
Aqu¨ª no pasa nada. D¨ªgame cu¨¢ntos polic¨ªas ve usted por la calle. John Vorsier es un gran primer ministro, fuerte, consciente y con autoridad. Mejor que aproveche para hacer turismo y deje de especular sobre conflictos inexistentes. Aqu¨ª vivimos en paz. Los negros son incapaces de gobernarse y menos a¨²n de imponer sus criterios sobre nosotros. Estas son las respuestas m¨¢s frecuentes que vengo escuchando desde hace un par de d¨ªas cuando pregunto a los blancos de la capital sobre los disturbios pasados.Efectivamente, Johannesburgo es una ciudad agradable, tranquila, moderna, rica y extraordinariamente blanca, a pesar del denso hormigueo de doscientos mil negros que llenan las aceras del centro urbano en las horas punta de la tarde, en busca del autob¨²s que les conducir¨¢ a su respectivo ?township?, al ?ghetto? que les ha asignado el Gobierno. Son estos negros los que mantienen toda la infraestructura de la ciudad. Son los camareros, los basureros, los empleados de tiendas, los que limpian los edificios, los obreros manuales de las f¨¢bricas, los que cargan y descargan camiones, los que venden los peri¨®dicos en la calle, los ascensoristas, los que llevan paquetes... Son los que acaparan todos aquellos trabajos peor remunerados y socialmente menos considerados.
Estos mismos hombres est¨¢n, por la naturaleza de su trabajo, casi todo el d¨ªa en la calle. Van y vienen, hablan alto, r¨ªen, comen bocadillos en una esquina o miran los escaparates en otra. Su presencia masiva en el centro hace pensar que se trata de una ciudad donde los blancos son una minor¨ªa. Pero a medida que se va descubriendo, no s¨®lo las viviendas de Johannesburgo, sino las oficinas, quien conduce los coches, los cajeros de las tiendas, los empleados en los edificios oficiales, los mismos taxistas, se nota enseguida que es una ciudad en la que los blancos no han cedido ni pizca de responsabilidad a los negros.
No se advierte ni la m¨¢s m¨ªnima discusi¨®n o enfrentamiento racial. Aunque los blancos, entre otros privilegios, tienen sus propias ventanillas en los organismos oficiales, gozan de sus puestos separados en los transportes p¨²blicos y pueden ir al lavabo atravesando una puerta en cuyo dintel se lee ?s¨®lo blancos?, todo esto no provoca ning¨²n disturbio, porque es algo a lo que todo el mundo est¨¢ acostumbrado.
?Aqu¨ª no pasa nada?, si se tiene en cuenta que Johannesburgo, la ciudad m¨¢s pr¨®spera y europea de Africa del Sur, funciona con estas coordenadas. Lo mismo ocurre en Pretoria, en Ciudad del Cabo o en Durbam. Los doscientos mil negros que trabajan en Johannesburgo se limitan a cumplir su misi¨®n durante el d¨ªa, a servir con su trabajo a los blancos, y por la noche regresan a su casa -si la tienen-para estar con los suyos.
La Ley y el orden
En cualquier momento del d¨ªa o de la noche pueden ser interrogados por la polic¨ªa, que les pedir¨¢ el famoso pase que en lengua oficial se denomina el ?reference book?. La ley y el orden imperan en la ciudad. Nadie se propone, dif¨ªcilmente lo conseguir¨ªa, alterar esta consigna m¨¢gica del Gobierno.
Los agentes de seguridad, el Ej¨¦rcito, el primer ministro, el Parlamento y la gran mayor¨ªa de los casi cuatro millones de blancos de Sud¨¢frica, est¨¢n dispuestos a que la ?paz p¨²blica? se mantenga a toda costa.
Se acaban de publicar las cifras oficiales sobre las matanzas de Soweto, y de los otros ?townships?. Las 176 v¨ªctimas -la polic¨ªa dice, y es muy probable, que m¨¢s de cincuenta murieron a consecuencia de sus disparos mientras que el esto fueron eliminados por los propios negros- constituyen el episodio racial m¨¢s sangriento desde la formaci¨®n de la Uni¨®n Sudafricana, en 1910. A diferencia de los disturbios precedentes, la nota m¨¢s significativa de lo que ocurri¨® en la la segunda quincena del mes de junio, es que el conflicto se extendi¨® una zona muy extensa de los alrededores de las grandes urbes.
Y a pesar de todo, no pasa nada. Y si por no pasar nada se entiende que la situaci¨®n no va a cambiar en una semana, o en un mes, o en mucho tiempo, estoy de acuerdo. Por mucha presi¨®n internacional que exista. La primera reacci¨®n en una gran mayor¨ªa de la comunidad blanca de la Rep¨²blica ha sido la de fortalecer su posici¨®n. La l¨ªnea dura, el no dejar que se acerquen, el cortar cualquier brote de violencia, est¨¢ ahora m¨¢s arraigado que nunca.
Desde un pa¨ªs sin problemas raciales serios, como puede ser Espa?a, Francia o incluso Inglaterra, es f¨¢cil reducir toda la problem¨¢tica del continente sudafricano dominado por blancos a pedir, simple y llanamente, una transici¨®n hacia una sociedad multiracial como la que existe, por ejemplo, en Brasil. Esto, aqu¨ª, ahora, es imposible. Y el no admitir esta imposibilidad es desconocer la realidad de Africa del Sur.
Ha pasado m¨¢s de una generaci¨®n en la que la diferencia social, pol¨ªtica, econ¨®mica y cultural entre las distintas comunidades ha sido tan extraordinaria -hoy, por ejemplo, el suelo medio de un blanco es cinco veces superior al de un negro- que no cabe situar a los 15. 100.000 negros, 3.770.000 blancos, 2.110.000 mestizos, y 650.000 asi¨¢ticos, en una base de igualdad. El nivel cultural es tan desproporcionado que es dif¨ªcil imaginarse un pa¨ªs tan rico y avanzado como ¨¦ste, dirigido por la clase social menos instruida. De ah¨ª que la panor¨¢mica de Africa del Sur sea compleja, dif¨ªcil de entender y sobre todo sin muchas soluciones.
Estados ?clientes?
La minor¨ªa blanca est¨¢ pagando -y quiz¨¢ termine a la larga sufriendo unas consecuencias fatales- sus propios errores. La pol¨ªtica del ?apartheid?, a pesar de su inadaptaci¨®n manifiesta, ha creado ya las t¨ªpicas ?patrias negras? para institucionalizar el ?desarrollo separado?. Durante m¨¢s de veinte a?os, el Gobierno de Africa del Sur -primero bajo el primer ministro asesinado Verwoerd, y ahora con John Vorster-, ha ido forjando su propia visi¨®n, una utop¨ªa podr¨ªa decirse, de lo que debe ser una gran confederaci¨®n multiracial en la que, entre otros, existir¨ªa un estado formado solamente por blancos o, mejor dicho, en el cual no existir¨ªan ciudadanos de color. La inmensa muchedumbre de negros que trabaja en las ciudades y en las f¨¢bricas de lo que pasar.a a ser el Estado blanco, ser¨ªa considerada como ?trabajadores inmigrantes?, ciudadanos de las rep¨²blicas de Transkei -cuya independencia se declara el pr¨®ximo oto?o-, Kwa Zulu, Ziskei, o cualquiera de los otros cinco embri¨®nicos Estados clientes, creados por los bur¨®cratas y administrativistas de Pretoria.
Cada de los Estados se encargar¨ªa de resolver sus propios problemas de vivienda, educaci¨®n y de apa?arse con toda su estructura econ¨®mica. Si se echa una r¨¢pida mirada al mapa trazado por el Gobierno, se observa que las mayores riquezas minerales, las zonas agr¨ªcolas m¨¢s f icas y gran parte de las f¨¢bricas, quedan encuadradas dentro de lo que ser¨ªa la rep¨²blica blanca.
Esta visi¨®n del Partido Nacionalista, que lleva m¨¢s de veinte a?os en el poder, s¨®lo se podr¨ªa llevar a cabo si gran parte de la mano de obra de las zonas urbanas de Africa del Sur no fuera de procedencia negra. A pesar de todas las fuertes presiones sobre los negros las ?townships?, que seg¨²n estimaciones ascienden a ocho millones, el Gobierno no ha conseguido que se inscriban todos en los censos de sus respectivas rep¨²blicas. De ah¨ª surge, l¨®gicamente, el temor que tantos miles de negros tienen a que los pidan la documentaci¨®n y no puedan ense?ar un pase en regla.
La polic¨ªa, con el objeto de hacer cumplir la esencia de la pol¨ªtica del ?apartheid? -la inscripci¨®n de todos los ciudadanos en una de las llamadas ?patrias?-, practicacontinuamente interrogatorios, registro de domicilios, interrumpe d¨ªa y noche la intimidad de tantos hogares. No todo el mundo aqu¨ª tiene derecho a estar donde quiera. Y como me dec¨ªa un colega brit¨¢nico, los casos son tan variados corno peregrinos. Puede tratarse de un joven que se encuentre viviendo con su madre en una zona en la qu¨ª e s¨®lo est¨¢ permitido que residan blancos, o bien de un marido que vive ?iIegalmente? con su esposa, o de tantos negros que est¨¢n obligados, seg¨²n la ley, a pasar la noche al raso, ya que al no poder obtener un permiso de trabajo, tampoco est¨¢n autorizados a vivir cerca de una Pran ciudad.
Y para explicar este fen¨®meno, el Gobierno ofrece una versi¨®n que dif¨ªcilmente se adapta a la realidad. Los altos funcionarios de Pretoria insisten en que la presencia de tantos millones de negros alrededor de las ciudades en las que los blancos tienen la propiedad y el control, es puramente temporal.
Tarde o temprano, quiz¨¢ muy pronto, el Gobierno de Mr. Vorster tendr¨¢ que admitir que los negros no pueden irse de las ciudades, ya que constituyen un elemento b¨¢sico, son el lubricante para el funcionamiento de la sociedad blanca de Africa del Sur.
El futuro se ve desde aqu¨ª con mucha incertidumbre y con gran desconfianza. Los sucesos de los ¨²ltimos d¨ªas han polarizado las posiciones. Sin embargo, la fuerza de los blancos, si se emplea tan inoportunamente y, hay que decirlo, salvajemente, esa misma fuerza puede ser su propia debilidad.
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