El carlismo en la transici¨®n espa?ola
La sociedad democr¨¢tica de los pa¨ªses avanzados parece haber resuelto todos los problemas individuales del hombre. En primer lugar el problema de la igualdad, tanto econ¨®mica como de promoci¨®n, que en estos pa¨ªses llega a unos grados totalmente impensables hace cincuenta a?os. En segundo lugar el problema de la seguridad del individuo frente a los dramas de la vida: la enfermedad, la infancia, la vejez. El modelo de la socialdemocracia parece haberse impuesto, a pesar del sistema capitalista, garantizando la libertad individual pol¨ªtica, con el m¨¢ximo respeto posible a la persona.
Pero este formidable progreso, que nadie se atreve hoy a criticar, abandonados aspectos no menos fundamentales de la vida. El primero es que este progreso se sit¨²a exclusivamente en el marco de la sociedad que contempla. Afecta s¨®lo a los miembros de estas comunidades, que han escogido democr¨¢ticamente una v¨ªa de capitalismo compensado, democratizado, socializado o como se quiera llamar. En la pr¨¢ctica, no han logrado extender estas mejoras al mundo circundante.
En segundo lugar, esta sociedad deja de lado al hombre como ser social. Son unas sociedades democr¨¢ticas con magn¨ªficos mecanismos para administrar al hombre con justicia, con igualdad, pero no desarrollan el aspecto m¨¢s importante del hombre, que es su libertad. No es que repriman la libertad. Incluso crean todas las condiciones necesarias para la libertad. Pero la libertad no es un fen¨®meno individual y personal. La libertad es la capacidad de configurar, no s¨®lo la propia vida, sino la vida misma de la comunidad. La libertad es m¨¢s que el no estar reprimido. La libertad es la capacidad de crear.
La caracter¨ªstica com¨²n de todos los sistemas democr¨¢ticos u occidentales, con mayor o menor perfecci¨®n, es que son democracias basadas en la delegaci¨®n individual del ciudadano de todo su poder, o de la mayor parte de su poder, a un sistema pol¨ªtico, en momentos de elecciones. Despu¨¦s de las elecciones el ciudadano, de alg¨²n modo, por lo menos la inmensa mayor¨ªa, abdica de toda responsabilidad en cuanto a la administraci¨®n de ese mismo poder. Hay delegaci¨®n de poder, pero adem¨¢s, y esto es muy grave, hay simult¨¢neamente abdicaci¨®n de poder. La delegaci¨®n es necesaria, pero la abdicaci¨®n es nefasta.
As¨ª, si bien es verdad que el Estado es de origen democr¨¢tico, no es menos verdad que toda la administraci¨®n que baja de ese Estado hasta el ciudadano, desciende con escaso control democr¨¢tico, con escaso control responsable, con escasa participaci¨®n del ciudadano en la ejecuci¨®n de las decisiones tomadas por los organismos soberanos. Pr¨¢cticamente, s¨®lo los medios de opini¨®n p¨²blica, que act¨²an de un modo difuso sobre la sociedad, son una barrera contra la arbitrariedad de cualquier Estado moderno para administrar, controlar o incluso aplastar al ciudadano.
Descentralizaci¨®n o autogesti¨®n global
Partiendo de este an¨¢lisis se pueden idear dos tipos de soluciones. La primera considera imprescindible llegar a alguna descentralizaci¨®n, para asegurar el control ciudadano sobre los grandes mecanismos que bajan desde el Estado. La segunda, por el contrario, considera imprescindible idear un sistema pol¨ªtico que surja de las entidades m¨¢s pr¨®ximas al hombre y resuelva, a partir de ellas, cuantos problemas se pueden y se deben resolver al nivel m¨¢s pr¨®ximo al hombre, antes de recurrir a los estamentos superiores, a los mecanismos nacionales o internacionales. En el primer caso hay descentralizaci¨®n desde el poder. En el segundo caso hay una centralizaci¨®n selectiva que parte de la base, del pueblo, del ciudadano y va, poco a poco, configurando una pir¨¢mide de mecanismos econ¨®micos, ideol¨®gicos, locales, nacionales, federales, internacionales, que permiten en cada nivel resolver los problemas que le son propios y, adem¨¢s, permite al hombre participar m¨¢s f¨¢cilmente en la vida de su comunidad, de su polis. El carlismo ha optado por esta segunda soluci¨®n. Y es lo que el carlismo presenta con su concepci¨®n de autogesti¨®n global dentro de un Estado socialista federal.
Si el carlismo habla de autogesti¨®n global, es porque cree que el concepto de autogesti¨®n o de gesti¨®n democr¨¢tica de abajo arriba, debe aplicarse simult¨¢neamente a la vida econ¨®mica, a la vida ideol¨®gica ya la vida de los pa¨ªses o pueblos.
Autogesti¨®n en lo econ¨®mico
Si partimos de la autogesti¨®n en lo econ¨®mico, debemos empezar por la empresa. Creemos que la empresa del ma?ana debe de ser una rep¨²blica del trabajo. Es decir, la direcci¨®n de una empresa debe ser elegida por los trabajadores de la misma. El capital, evidentemente necesario en cualquier empresa, debe estar al servicio de esta rep¨²blica del trabajo, de esta empresa, para que no sean los trabajadores los servidores del capital, sino el capital el servidor del trabajo. De forma que el capital vuelva a ser lo que debe ser, una herramienta en manos de unos trabajadores. Esta concepci¨®n de la empresa de auto gesti¨®n, permitir¨¢ resolver colectivamente a los trabajadores el dominio sobre su instrumento de producci¨®n. Lo mismo que el artesano dominaba su instrumento de producci¨®n individualmente, hoy en d¨ªa el mundo del trabajo puede dominar colectivamente su instrumento de producci¨®n, puesto que las grandes unidades imponen la uni¨®n de muchos, en un proceso productivo, para realizar un trabajo creador.
Pero la autogesti¨®n en la empresa debe estar orientada, adem¨¢s hacia las necesidades de toda la sociedad. Y si queremos que la sociedad y sus orientaciones partan de las decisiones de los trabajadores, es preciso utilizar un mecanismo federador de la voluntad de los trabajadores para proponer la gesti¨®n democr¨¢tica de la econom¨ªa, es decir, para proponer la planificaci¨®n econ¨®mica. Por ello considerarnos que el sindicato debe ser el instrumento que sirva para canalizar las propuestas de planificaci¨®n econ¨®mica del trabajador, desde el nivel local hasta el nivel de federaci¨®n de los pueblos. El sindicato puede ser el conducto de an¨¢lisis de las posibilidades econ¨®micas y de las propuestas que, en cada nivel, provincial, regional, nacional, federal o mundial, podr¨¢ proponer soluciones a los estamentos pol¨ªticos, de modo que, en cada uno de estos niveles, se pueda planificar la econom¨ªa en funci¨®n de las necesidades, de las posibilidades y de las metas alcanzables en el futuro. Este mecanismo sindical de planificaci¨®n completa la autogesti¨®n econ¨®mica, porque le da dimensi¨®n universal.
Autogesti¨®n de los pueblos o federalismo
Para realizar una sociedad democr¨¢tica no basta la autogesti¨®n econ¨®mica. Es preciso la autogesti¨®n de las nacionalidades, de los pueblos que, cada vez m¨¢s, reclaman una libertad para poder crear, para poder desarrollarse seg¨²n su propia inventiva. La federaci¨®n de los pueblos es su autogesti¨®n comunitaria, es el poder unificador, pero unificador con libertad, que permitir¨¢ a cada pueblo, manteniendo su plena responsabilidad, ser co-creador de mayores unidades pol¨ªticas. En efecto, el derecho a la autodeterminaci¨®n de los pueblos, no es solamente el derecho a separarse es tambi¨¦n el derecho a unirse. Adem¨¢s la realidad del mundo actual, el separatismo, en el sentido estricto de la palabra, no puede existir., salvo para pueblos que fuesen capaces de vivir en r¨¦gimen de autarqu¨ªa. Y no veo ejemplos de ellos, al menos que sean pueblos de tama?o continental. E incluso estos pueblos, como es el caso de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, de China o de los EE UU, se muestran hoy incapaces de vivir en autarqu¨ªa.
La concepci¨®n federal de la sociedades lo que nos har¨¢ posible realizar una sociedad democr¨¢tica, porque permitir¨¢ al hombre integrarse en su comunidad local, en primer lugar, y, a trav¨¦s de ella, en su comunidad nacional y en su comunidad internacional, para llegar al final a realizar la comunidad mundial, soluci¨®n indispensable si queremos establecer la justicia entre todos los pueblos del futuro.
Autogesti¨®n ideol¨®gica y partidos de masas
La autogesti¨®n ideol¨®gica, es decir, la independencia de la creaci¨®n ideol¨®gica con respecto a las metas ideol¨®gicas que hoy existen en el mundo y que enfeudan o domestican las grandes corrientes actuales, es imprescindible si queremos llegar a una sociedad capaz de evolucionar a la velocidad de las necesidades democr¨¢ticas de nuestro tiempo. Y esto por dos razones.
En primer lugar, al centralizar las interpretaciones ideol¨®gicas en un pa¨ªs o en un pueblo, se tiende a subordinar la problem¨¢tica de esta ideolog¨ªa a los intereses o problem¨¢ticas concretas de esos pa¨ªses o pueblos, que pretenden ser los verdaderos int¨¦rpretes de ese tipo de pensamiento. En segundo lugar, impone una rigidez en el pensamiento que va contra la libertad creadora del mismo pensamiento.
El pluralismo pol¨ªtico o ideol¨®gico no es un mal necesario o inevitable. Es un bien. No s¨®lo porque respeta la libertad de las personas sino, sobre todo, porque presenta constantemente a la sociedad con ideas otras materias de di¨¢logo, otras visiones, que impiden la esclerosis. La ausencia de pluralismo tiende a frenar la evoluci¨®n de los pueblos. Sin embargo, para que haya presentaci¨®n de opciones ideol¨®gicas en el presente, libres de enfeudamiento centralista es tambi¨¦n preciso que los partidos pol¨ªticos dejen de ser simples m¨¢quinas electorales y se transformen, poco a poco, en comunidades pol¨ªticas de afiliados, de partidarios o simpatizantes, de forma que la vida democr¨¢tica interna de los partidos no se vea reducida a un voto cada X a?os. Es preciso que, adem¨¢s, sea permanente, dentro de los partidos y entre los partidos, el di¨¢logo de los simpatizantes, partidarios o militantes. As¨ª es como vemos la autogesti¨®n ideol¨®gica en el mundo moderno a trav¨¦s de los partidos de masas.
Conclusi¨®n
Este planteamiento, hecho para Espa?a, equivale a una verdadera revoluci¨®n democr¨¢tica. No porque en nuestro pa¨ªs llegar a la democracia es, de por s¨ª, una verdadera revoluci¨®n, sino porque dentro del mismo concepto de democracia actual o democracia formal, es plantear el problema de la participaci¨®n como anterior y m¨¢s importante que el problema de la simple elecci¨®n.
Las grandes revoluciones pol¨ªticas y pac¨ªficas no se pueden realizar en un d¨ªa, porque son proyectos de sociedad. Por ello, el Partido Carlista propone como instrumento que garantice la marcha de este proyecto con libertad, un sistema mon¨¢rquico, pero de una monarqu¨ªa elegida por el pueblo, cuya funci¨®n est¨¦ determinada por el pueblo y cuyas metas est¨¦n fijadas por el pueblo. La monarqu¨ªa, si no es garant¨ªa a largo plazo de una construcci¨®n de sociedad nueva, si no es garant¨ªa de revoluci¨®n democr¨¢tica en su perspectiva hist¨®rica, no tiene para nosotros sentido. Por ello el carlismo siempre ha presentado la monarqu¨ªa como un poder pol¨ªtico pactado, para garantizar, y esto es exclusiva funci¨®n, el libre juego de las libertades democr¨¢ticas. Pero volviendo al presente, la monarqu¨ªa que representa el carlismo, ajena a pleitos din¨¢sticos, debe ser tambi¨¦n un instrumento para poder crear estas libertades, no solamente formales, no solamente individuales, sino comunitarias, logrando as¨ª libertades concretas que permitan transformar la democracia en participaci¨®n responsable de todos los ciudadanos.
Sabemos, que los ideales siempre son lejanos. Pero sirven de punto de referencia a fin de que los ¨¢rboles no nos oculten el bosque. Permiten realizar una obra pol¨ªtica creadora y coherente cara al futuro para alcanzar, lo m¨¢s posible, los dos grandes valores humanos por los que lucha cualquier dem¨®crata: la defensa simult¨¢nea de la justicia y de la libertad.
Sabemos tambi¨¦n que, quiz¨¢, la libertad y la justicia s¨®lo se pueden alcanzar paso a paso, que quiz¨¢ sea una larga y dif¨ªcil lucha para construir la democracia o. simplemente, incluso para abrir los primeros cauces. Pero sabemos que todas las presas que se interponen en el cauce de la libertad, acaban un d¨ªa cediendo a la presi¨®n constante del inmenso caudal de fuerza que representa para el hombre el luchar por la causa de la libertad.
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