Pandillismo
En una y otra ocasi¨®n, los analistas de la historia espa?ola han llegado a afirmar que el particularismo aparec¨ªa como una actitud, tan extendida, que pod¨ªan atribu¨ªrsele bastantes yerros y aun quiebras, que se reiteran en la trayectoria de nuestra vida nacional; incluso se advierte que la insolidaridad alcanza el l¨ªmite de que los sujetos ni siquiera se sienten comprometidos consigo mismos y se prestan, en su biograf¨ªa, a mutaciones que hacen imprevisible su conducta. Y en una sociedad, antes que leyes escritas y aun usos consuetudinarios, tiene que darse un consenso de integraci¨®n y de mutua dependencia, y es m¨¢s sobre ¨¦sta que sobre aquellos como son posibles los proyectos y presunciones gen¨¦ricos, de cuyo cumplimiento depende que la vida com¨²n logre un curso ordenado y no sometido a tensiones que fracturan su imprescindible unidad.El dato influye en m¨²ltiples consecuencias, pero en los comportamientos contempor¨¢neos esa viciosa conducta se manifiesta bajo una forma aguda que podr¨ªa llamarse el ?pandillismo?.
El t¨¦rmino
El t¨¦rmino pandilla es una herencia g¨®tica si, como pretende el diccionario acad¨¦mico, procede de banda, signo o distintivo de grupo. Las connotaciones son, en parte, aviesas, por ejemplo, bandido; y el alcance atribuido a pandilla es el de gente que se agrupa para enga?ar o hacer da?o a otros. Pero quiz¨¢ el t¨¦rmino proceda del latino ?pando?, que significa abrir, pero separando, no destapando. Aunque ?tapa?, tambi¨¦n g¨®tico, al levantarse separa. En fin, la etimolog¨ªa, aunque dudosa, apunta claramente a la acci¨®n de apartarse, al particularismo, y, por tanto, al prop¨®sito de romper el conjunto y aislarse, y no contar con los dem¨¢s. Tras las palabras, y por eso conviene asomarse a su fondo y hurgar su ra¨ªz, reaparece viva, la acci¨®n y el designio, para nombrar al cual naci¨®, servicialmente, la palabra.Cuando el pandillismo es norma colectiva resulta obvio que el conjunto padece porque su integridad no es respetada. Aunque tambi¨¦n ocurre a veces que el defecto se hace virtud, por una resultante compensatoria. En Espa?a, con frecuencia, no se cumplen las leyes, y la ambig¨¹edad de las situaciones se resuelve con la red de los amigos. Pero no es este aspecto, al cabo en parte positivo, sino la vertiente ¨¢spera del caso, la que quisiera comentar.
Mas, en verdad, son ambas inseparables. Probablemente ocurre que el lado negativo es la degeneraci¨®n de lo que fue valioso. Como en el caso de los infortunios de la virtud, el gran tema de Donato de Sade. Pues la amistad es un valor muy noble.
La supervivencia del medievalismo
En una reciente intervenci¨®n en que han actuado juntos S¨¢inz Rodr¨ªguez y S¨¢nchez Albornoz han afirmado (a la vez que otras cosas menos felices: las imputaciones a Castro reflejaban un di¨¢logo de sordos) que el medievalismo perdura anormalmente en Espa?a. Y Albornoz insist¨ªa en que nos han faltado, en su hora europea, las tres revoluciones -religiosa, pol¨ªtica y social- mediante las que las restantes naciones continentales han ido distanci¨¢ndose y clausurando su edad media, y que por ello seguimos sin llegar a ser un pueblo moderno. Graves palabras que importa considerar.La inspiraci¨®n diferencial de la edad contempor¨¢nea ha sido el liberalismo. Pas¨® porque ha triunfado y, salvo en situaciones de subdesarrollo pol¨ªtico, es ya una adquisici¨®n irrenunciable. Lo que en sustancia vino a promover e instaurar es la abolici¨®n del privilegio, y un ¨¢mbito de libertad bajo una ley impersonal. En cifra: libertad personal, pero condicionada a la responsabilidad social objetiva. Frente a este principio el medievalismo significa el predominio de la relaci¨®n, de la confianza mediante la lealtad obligada. El r¨¦gimen de la extinguida magistratura vitalicia se hab¨ªa construido, deliberada y declaradamente, a trav¨¦s de una vinculaci¨®n de lealtades, a que responde su t¨ªtulo singular, el caudillo, pervivencia del cabdiello medieval. Pero caudillo y pandilla suelen ser complementarios. Es un modo de organizarse para persistir. Y si el caudillo comete el error -casi inevitable en todo r¨¦gimen personal- de organizar su hueste como pandilla, el sistema acarrea como resultado una infrautilizaci¨®n de las personas, porque s¨®lo bajo la norma de libertad y responsabilidad el hombre da de s¨ª cuanto puede. Y como s¨ªntoma, delata, por otra parte fragilidad en el mando. En rigor, todo poder personal en una funci¨®n p¨²blica constituye una suplantaci¨®n del m¨¢s fuerte y leg¨ªtimo, que es el servicio al fin y a los principios a que se debe la actuaci¨®n emprendida.
Lo m¨¢s grave es que esa macroestructura genera innumerables microestructuras que la repiten. Y esa forma de aglutinaci¨®n, por entero anacr¨®nica y antiliberal, se multiplica en el tejido de la convivencia. Cualquier empresa colectiva, que por fuerza ha de ser p¨²blica y compartida, que debiera regirse por el principio de la libertad y de la responsabilidad personales, se organiza, muy al contrario, bajo el dictado de la confianza y la lealtad a terceros. Revise el lector los ejemplos que tenga m¨¢s cerca, empresas mercantiles, culturales, publicaciones, c¨¢tedras, ministerios, etc., etc. La jerarqu¨ªa de subordinaci¨®n no la constituye una escala objetiva de valores reconocidos y acreditados, sino los grados subjetivos de la fidelidad privada. Es decir, pandillismo.
Espa?a est¨¢ llamando in¨²tilmente a las puertas de Europa. El Tratado de Roma exige la pr¨¢ctica efectiva de la democracia. Mas para llegar a la democracia hay que haber salido de la edad media.
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