Los laboristas, desunidos y decepcionados
Los primeros cien d¨ªas del Gobierno de Callaghan, en Gran Breta?a, han sido muy parecidos a los ¨²ltimos cien d¨ªas del Gobierno de Harold Wilson, su predecesor. Harold Wilson dimiti¨® de su cargo de l¨ªder del Partido Laborista un mes despu¨¦s de haber amenazado a sus compa?eros con convocar elecciones generales si se segu¨ªan manteniendo las divisiones en el seno del laborismo. Callaghan acaba de hacer la misma amenaza, pero en su caso es menos probable que dimita.
En efecto, el Partido Laborista est¨¢ profundamente desunido en una serie de puntos fundamentales y eso se empieza a reflejar en la propia actitud de los electores, que cuando han sido convocados a las urnas mientras Callaghan ha estado en el poder se han mostrado o reticentes o decepcionados.En las elecciones que se han producido ¨²ltimamente para suceder a diputados fallecidos, el partido del que es l¨ªder Callaghan ha ganado por minor¨ªas exiguas, en lugares donde los triunfos laboristas hab¨ªan sido siempre holgados y resonantes.
En la jornada electoral m¨¢s reciente, la diferencia que el Partido Laborista sac¨® sobre el candidato conservador es inquietante. Un hecho que ilustra la decepci¨®n o el absentismo de los electores laboristas es que muchos de los que van a votar muestran su desacuerdo con el partido votando por el National Front, un grupo racista de ultraderecha cuya importancia ha crecido de forma alarmante durante este a?o.
El estado en que se halla la base laborista brit¨¢nica es un reflejo de la propia situaci¨®n por la que pasan los rectores del partido. En sus cien d¨ªas de mandato, Callaghan, que era un hombre que parec¨ªa mejor dispuesto que Wilson a asimilar las demandas de la izquierda, se ha enfrentado no s¨®lo a esa facci¨®n laborista, refugiada en el parlamento, sino incluso a sus propios compa?eros de Gabinete.
Las amenazas de elecci¨®n general las ha hecho James Callaghan a ra¨ªz de la controversia que se ha levantado sobre las propuestas gubernamentales de recortar sustancialmente el gasto p¨²blico. En principio, s¨®lo la izquierda parlamenteria laborista mostr¨® su desacuerdo con tales intenciones. Pero ahora los ministros del Gabinete de Callaghan cuyas carteras se ver¨ªan reducidas con aquellos recortes dan a conocer tambi¨¦n su oposici¨®n. A¨²n m¨¢s grave en ese mismo terreno ha llegado a ser la relaci¨®n Gobierno-sindicatos. Los trade unions, que otorgaron su apoyo a la Administraci¨®n en el punto crucial de las restricciones salariales, se sienten furiosos ante la posibilidad de unos recortes del gasto p¨²blico que podr¨ªan traer mayor desempleo y m¨¢s sacrificios para los trabajadores brit¨¢nicos. ?Nuestro acuerdo, se?alan los sindicalistas, se basaba en las seguridades dadas por el Gobierno de que no iba a haber m¨¢s recortes de la naturaleza de los que ahora se pretenden.?
Para unos y otros, el Gabinete actual est¨¢ haciendo demasiado caso de los consejos que vienen de m¨¢s all¨¢ del Canal de la Mancha. Unas declaraciones que el canciller alem¨¢n Schmidt sobre la habilidad que ha tenido Callaghan para llevar la econom¨ªa brit¨¢nica al terreno decidido en Puerto Rico, ilustran los temores sobre esa injerencia extranjera en el desarrollo de la vida de Gran Breta?a, aunque sea s¨®lo a nivel econ¨®mico. Estas peleas son especialmente graves porque provienen de una acusaci¨®n que pone en cuesti¨®n el liderazgo de Callaghan. Seg¨²n los representantes del ala izquierda del partido, el mantenimiento del gasto p¨²blico se concretaba en los manifiestos con los que los laboristas fueron elegidos en 1974. Eliminar ese compromiso supondr¨ªa eliminar, dicen ellos, las razones que pod¨ªa haber para que se mantuvieran las lealtades parlamentarias y sindicales. Ante la perspectiva, Callaghan ha hecho lo que Wilson: ha amenazado con el espectro de las elecciones generales y con la vuelta al poder de los conservadores.
Frente a todas estas ri?as internas, la guerra de guerrillas que la l¨ªder de la oposici¨®n le ha vuelto a declarar al Gobierno es s¨®lo una escaramuza. De nuevo, Margaret Thatcher ha acusado a la Administraci¨®n de antidem¨®crata, por su manera de llevar los procedimientos parlamentarios. La intenci¨®n del Gobierno de adoptar con m¨¢s urgencia que la habitual varias leyes, ha hecho que estallen en los comunes acusaciones ya habituales contra los laboristas.
Otra circunstancia que ha hecho inc¨®modos los cien d¨ªas de gobierno de Callaghan es la situaci¨®n por la que atraviesa el Foreign Office, cuyos ¨²ltimos problemas est¨¢n en Africa y concretamente en Uganda. El presidente Idi Amin ha vuelto a poner nerviosos a los brit¨¢nicos, aunque en esta ocasi¨®n realmente no han perdido su flema. Ayer un peri¨®dico ingl¨¦s dijo que estaban enviando armas a Kenya, para que se defendiera de probables ataques ugandeses. El Gobierno se ha negado a comentar esta informaci¨®n, aunque ha admitido que prepara la evacuaci¨®n de los ingleses que viven en Kampala. Lo cierto es que de todo el affaire Uganda ha salido una acusaci¨®n muy grave que o¨ªmos el otro d¨ªa en los Comunes: ?¨¦ste es el Ministerio de Asuntos Exteriores m¨¢s d¨¦bil que hemos tenido en toda nuestra historia?.
Los posibles fallos de este Foreign Office comenzaron con la rendici¨®n en la guerra del bacalao, que Gran Breta?a libr¨® contra Islandia. El martes comienza otra batalla pesquera. El Foreign Office espera conseguir del Mercado Com¨²n privilegios especiales que permitan a los ingleses pescar en solitario en las aguas que rodean a las islas Brit¨¢nicas. Si el Gobierno de Londres consigue convencer a sus colegas europeos en este terreno, el Foreign Office podr¨ªa superar ante los parlamentarios las cr¨ªticas que ha merecido su manera de llevar el caso de Uganda.
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