Edificios viejos y fondos sin inventariar
La condici¨®n m¨¢s propia del museo concuerda de alg¨²n modo con la idea hegeliana de cadena hist¨®rica, cifra y s¨ªntesis del despliegue del esp¨ªritu universal. Si la historia es, seg¨²n Hegel, la explicitaci¨®n del esp¨ªritu del tiempo, cabe a?adir que el museo es la explicitaci¨®n de los objetos en aque aqu¨¦lla se plasm¨®, recabando todo un acuerdo entre ese contenido material y el continente m¨¢s af¨ªn a sus cuidados y demandas.Fondos y edificios se exigen mutuamente. Documentan aqu¨¦llos las etapas sucesivas (refutaciones o superaciones) del proceso vivo de la historia y dan ocasi¨®n a establecer series diacr¨®nicas y sincr¨®nicas con los objetos que contienen la huella de las diversas culturas forjadas por el hombre. Sin el auxilio de unas dependencias adecuadas a ellos ser¨ªa, de otro lado, impensable la labor de almacenar, restaurar, conservar, catalogar y exhibir los legados de la memoria humana.
Aun reconocido en la antig¨¹edad el testimonio suntuario de objetos coleccionados, debe asignarse el precedente de los museos propiamente tales al Renacimiento en general y a las particulares colecciones de los papas y otros jerarcas, proseguidas en el siglo XVII por reyes y arist¨®cratas. Reconocido igualmente el influjo de la Ilustraci¨®n en el destino p¨²blico que en el siglo XVIII hab¨ªa de conferirse a no pocas colecciones reales, la aparici¨®n del museo estatal corresponde al XIX, ¨ªntimamente ligado al ascenso de la clase burguesa, tras el triunfo de la Revoluci¨®n Francesa y las consecuencias de la Revoluci¨®n Industrial.
Fue Jos¨¦ Bonaparte, contando con los proyectos de Carlos III y a favor del progreso burgu¨¦s, el creador del primer museo espa?ol en el madrile?o palacio de Buenavista. El gobierno liberal de Mar¨ªa Cristina hace luego que las obras de arte de los conventos suprimidos (ley del 22-29 de julio de 1837), pasen al de la Trinidad, para quedar m¨¢s tarde confiadas al edificio que hab¨ªa construido Juan de Villanueva como Museo de Ciencias, convirti¨¦ndose as¨ª en el del Prado.
Los edificios
Quiero con la suma de estos datos significar c¨®mo los fondos de diverso origen comienzan a acomodarse a la disposici¨®n de edificios de destino harto dispar, costumbre que, salvo contadas excepciones y pese al cambio de las circunstancias, persiste en nuestros d¨ªas. En Espa?a existen s¨®lo cuatro edificios concebidos y alzados espec¨ªficamente como museos: el de Arte Contempor¨¢neo, de Madrid, y los de Ja¨¦n, Albacete y Huelva, aunque no alcance ¨¦ste a acoger, por su err¨®neo planteamiento, fondos etnol¨®gicos. Todos los otros hallan su sede, si la hallan, en mansiones viejas, cuando no ruinosas, enteramente ajenas a la m¨¢s remota funci¨®n muse¨ªstica.
Museos hay que ni siquiera tienen edificio (los de Segovia, Ciudad Real, Zamora... y el del Pueblo Espa?ol, en Madrid, cerrado al p¨²blico hace un par de a?os y celosamente empaquetados sus fondos), carecen otros de lugar estable (tal es el caso del de Almer¨ªa, instalado en la Casa de Cultura, que luego pas¨® a ser Instituto de Ense?anza Media), sin que cumpla a la restante e inmensa mayor¨ªa el m¨ªnimo vital de subsistencia.
Los museos viejos distan mucho de esas exigencias m¨ªnimas, y se han alzado los de nuevo cu?o de espaldas a la debida colaboraci¨®n entre conservador y arquitecto. Mal pueden un par de excepciones, cuatro a lo sumo, paliar deficiencias comunes de iluminaci¨®n, seguridad, vigilancia, emergencia..., o de cometido cultural. (La penuria, sea ejemplo, de laboratorios fotogr¨¢ficos hace que investigadores y editores hayan de recurrir a archivos privados como el de Mas o el de Oronoz.)
Debe el museo ser un complejo cultural con sede en un edificio capaz de albergar dos zonas espec¨ªficas: una, abierta al p¨²blico en las salas de exposici¨®n y en aulas y talleres que permitan extender did¨¢cticamente el alcance de lo expuesto y asistir in vivo a la pr¨¢ctica del arte; y otra interna, destinada al cuidado de las piezas, a su conservaci¨®n y estudio con el complemento de laboratorios y bibliotecas indispensable en el ejercicio de la investigaci¨®n ?Cu¨¢ntos museos espa?oles disponen de ellas y posibilitan el quehacer cient¨ªfico y la funci¨®n social, conquista, ayer, de la burgues¨ªa y hoy demanda de la formaci¨®n integral del individuo?
Los fondos
?Y los fondos? Lejos de ser espejo de la serie hegeliana y explicitar objetualmente la expansi¨®n del esp¨ªritu universal, corren suerte igual o peor que sus precarios albergues. Problema com¨²n a todos ellos es la necesidad de someterlos, apenas llegados, a una restauraci¨®n y consolidaci¨®n adecuadas, para la que no est¨¢n capacitados los m¨¢s de los museos, y la consecuente labor de inventariarlos y documentarlos, que no se cumple por falta de personal.
Raya en la paradoja la persistencia en la excavaci¨®n de yacimientos exentos de todo riesgo de desaparici¨®n y deterioro, fuente intempestiva, a la postre, de unos materiales abocados de hecho a agravar la ca¨®tica empresa de almacenamiento. No exigiendo la ley que el director de la excavaci¨®n entregue los objetos debidamente restaurados, se convierten en fondos perdidos o desprovistos de inventario. Aun restaurados e inventariados, ?c¨®mo garantizar luego su conservaci¨®n si para tal menester carecen de condiciones m¨ªnimas los almacenes de los museos?
Exige la norma consuetudinaria que los museos provinciales velen por la conservaci¨®n del patrimonio art¨ªstico, etnogr¨¢fico y arqueol¨®gico de su competencia. Pero, ?con qu¨¦ medios humanos y econ¨®micos? Mal puede ejercerse una labor responsable en tanto no haya al frente de cada museo un conservador titulado y de plena dedicaci¨®n. De otro lado, la dificultad de compras, dado lo irrisorio de los presupuestos y el car¨¢cter indirecto de la hipot¨¦tica gesti¨®n, salta a la vista y con ventaja clara para los traficantes. ?Habr¨¢ que confiar a la improvisada ciencia televisual de la Operaci¨®n rescate la tutela del patrimonio hist¨®rico?
El buen cuidado de los fondos reclama la actualizaci¨®n de un c¨®digo profesional, la descentralizaci¨®n administrativa en favor de los presupuestos y aumento de plantillas, arbitrar un plan general de rescate, subordinar la restauraci¨®n suntuario-tur¨ªstica de monumentos a su sola consolidaci¨®n, coordinar la labor de las Comisar¨ªas de la Direcci¨®n General del Patrimonio Art¨ªstico y Conservaci¨®n, someter de alg¨²n modo a su jurisdicci¨®n los fondos de otros departamentos estatales..., y realizar, con car¨¢cter prioritario a todo otro quehacer, cartas art¨ªsticas, etnogr¨¢ficas y arqueol¨®gicas, en cumplimiento de la ley de 1933 (Reglamento de 1936), que no creemos abolida.
Queden para otra ocasi¨®n otros tantos temas como el de la adquisici¨®n de fondos, las opciones de los particulares, la proliferaci¨®n de casas de anticuarios, el incumplimiento del derecho de tanteo... y la absurda situaci¨®n de no pocos tesoros, al servicio y ornato de ministerios y embajadas (para que luego ocurra lo que recientemente ocurri¨® en la de Lisboa). S¨®lo en la cabal confluencia de las dos zonas antes sugeridas, investigaci¨®n y docencia, pueden correr feliz pareja y reflejar los museos la cadena hegeliana de la historia. De otra suerte, los m¨¢s yacen en el desamparo de la ruina, y se convierten los menos en lujosos y anacr¨®nicos escaparates.
Babelia
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