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Tribuna:
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LOS ULTIMOS DIAS DE SAIGON

Acaba de caer el tel¨®n sobre Saig¨®n -dice Lart¨¦guy en la introducci¨®n de su libro- y sobre veinticinco a?os de mi vida. Desembarqu¨¦ all¨ª por primera vez en 1950. Hab¨ªa hecho la traves¨ªa a bordo de un hermoso barco, La Marsellesa, como tantos otros j¨®venes oficiales que nos hab¨ªamos comprometido con la muerte. En el bar de la primera clase hac¨ªamos sonar nuestras monedas para atraer la atenci¨®n de las bellas euroasi¨¢ticas que regresaban a ese ex¨®tico para¨ªso. Volv¨ªan para reunirse con sus maridos, generalmente funcionarios o propietarios de plantaciones.Fui expulsado el 28 de mayo de 1975, despu¨¦s de una agitada y larga relaci¨®n. Guerra entre sectas religiosas que pudo costarme la vida; asesinato de Diem; arribo masivo de los GI; golpes de Estado sucesivos; Khanh luciendo su perita y sin nada en la cabeza; Cao Ky exhibiendo sus brillantes uniformes de aviador; Thieu que carec¨ªa de rostro y el ?gran? Minh que prefer¨ªa permanecer callado porque no ten¨ªa nada que decir, pero que jugaba bien al tenis y cultivaba orqu¨ªdeas.

Esa ciudad de la que me echaban hab¨ªa dejado de llamarse Saig¨®n y era ahora Ho Chi Minh, la ciudad del t¨ªo Ho. Cada d¨ªa me resultaba m¨¢s extra?a; ya no ten¨ªa nada que hacer all¨ª.

La otra, aquella que hab¨ªa amado, muri¨® cuando los tanques sovi¨¦ticos, conducidos por tropas norvietnamitas, derribaron las verjas del Palacio Presidencial que s¨®lo requer¨ªan ser abiertas.

Los tres marcianos llegados de Hanoi, hombrecitos verdes que ten¨ªan cascos de fibra y rev¨®lver al costado, que, en un simulacro de juicio, me notificaron de mi expulsi¨®n ?a causa de mis escritos?, no se daban cuenta que yo estaba ya decidido a tomar el avi¨®n al d¨ªa siguiente y que me disgustaba permanecer m¨¢s tiempo a la cabecera de un cad¨¢ver. Estrech¨¦ sus manos como se hace con los enterradores que han realizado bien su trabajo.

Esto no es un libro. Alg¨²n d¨ªa quiz¨¢ lo escriba. Este no es m¨¢s que mi adi¨®s a Saig¨®n. Es tambi¨¦n la historia de los cinco d¨ªas que dur¨® su agon¨ªa y el relato de su muerte. Nada m¨¢s que anotaciones atropelladas recogidas sobre el papel en mi habitaci¨®n del hotel Continental.

25 de abril de 1975

Aqu¨ª estoy, por fin, en Saig¨®n. No ha sido f¨¢cil llegar. Hasta ¨²ltimo momento cre¨ª que no pasar¨ªa del aeropuerto de Tan Son Nhut.

Dos d¨ªas antes hab¨ªa solicitado visado en el consulado de Vietnam del Sur. Deb¨ªa realizar, con Raoul Coutard (?) un documental sobre la ca¨ªda de Saig¨®n para un programa de TV. Con una conceptuosa carta de la televisi¨®n francesa me present¨® bajo mi verdadero nombre, sin recurrir al de Lart¨¦guy, seud¨®nimo que invent¨¦ para publicar algunos art¨ªculos dejando de lado la obligaci¨®n de solicitar a mis superiores ?un permiso para escribir?. En esa ¨¦poca era todav¨ªa oficial del ej¨¦rcito.

Coutard obtuvo su visado; a m¨ª me lo negaron.

De nuevo me han jorobado. Figuro en la lista negra con mis nombres posibles. Tienen un expediente, muy completo, con todos mis antecedentes. Estoy prohibido como en los tiempos de Diem, o en los de Khanh, como al principio del reinado de Thieu. Pero Cao Ky, nada m¨¢s que para fastidiar a su rival, ha resuelto encontrar los medios de hacerme pasar la frontera.

Esta vez soy culpable de haber escrito algunas verdades desagradables sobre el r¨¦gimen de su jefe.

?Thieu es cat¨®lico, astuto, cavilador, y tan cauteloso que, seg¨²n se cuenta, no conf¨ªa en nadie, ni siquiera en su imagen cuando la ve reflejada en un espejo. Si sigue as¨ª terminar¨¢ por hacerla arrestar...?

?Vietnam tiende a parecerse, cada vez m¨¢s, a la China del Kuomintang antes de la llegada de Mao. Saig¨®n es Shangai, pero m¨¢s vistosa... El jefe de polic¨ªa de Cia Dinh ha comprado su cargo en diez millones de piastras y el de Thon Binh, en veinte millones. En Cholon el puesto est¨¢ todav¨ªa en venta. Cuando me fui ya se cotizaba en los veinticinco millones de piastras...?

El agregado de prensa de la embajada, un tal Ghia, pariente de otro Ghia que tiene su influencia en el Gobierno de Thieu, se niega a recibirme.

Por el tel¨¦fono interno del consulado, me repite:

-Estoy desolado, pero usted figura en la lista. Debo enviar un telegrama a Saig¨®n para pedir instrucciones a mi gobierno.

Le complico la vida:

-?Qu¨¦ gobierno? Thieu est¨¢ liquidado y lo va a reemplazar el general Minh. Y el general Minh, usted lo sabe muy bien, es uno de mis amigos. ?Qui¨¦n responder¨¢ a su telegrama? No hay m¨¢s gobierno, Saig¨®n caer¨¢ en un par de d¨ªas. Debo estar all¨ª con Coutard para filmar lo que va a ocurrir.

He querido a este pa¨ªs y a esta ciudad y he deseado siempre la victoria del Sur, pero eso no me ha Impedido descubrir que su r¨¦gimen estaba podrido y llevaba el pa¨ªs a su ruina.

Ghia se embarulla, se excusa de no poder hacer nada. Debe esperar la autorizaci¨®n de un gobierno que no existe y de un ministro que se ha escapado. Desde Saig¨®n no hay respuesta.

Thieu prepara sus valijas, embala sus tesoros en cajones y el valiente Houng que lo ha reemplazado est¨¢ sordo como una tapia. Es dif¨ªcil imagin¨¢rselo respondiendo a una llamada telef¨®nica. Tambi¨¦n est¨¢ ciego: se lo concibe menos todav¨ªa leyendo un telegrama. Lo recuerdo como si se tratara de un adorno, como un hombre valiente pero totalmente ineficaz.

Ma?ana partir¨¢ el avi¨®n que, probablemente, ser¨¢ el ¨²ltimo en aterrizar en Tan Son Nhut.

Decido correr el riesgo. Tomo un pasaje hasta Hong Kong, sabiendo que el aparato de Air France no pasar¨¢ de Saig¨®n, donde se llenar¨¢ con los refugiados franceses, vietnamitas y norteamericanos. All¨ª pedir¨¦ un visado de tr¨¢nsito y, en el bochinche que debe reinar, tendr¨ªa que aparecer un polic¨ªa muy maldito para fijarse en m¨ª. Especulo con el hecho de que todo franc¨¦s tiene derecho a un visado de siete d¨ªas, a menos que figure en la famosa lista negra.

El 24 de abril salimos en un Jumbo casi vac¨ªo. Parece un cine de Champs-Elys¨¦es donde se estuviese exhibiendo un filme intelectual de esos que recomienda el cr¨ªtico de Le Monde.

Entre los pocos pasajeros, con su facha de corso de los tr¨®picos, veo al senador Paul d'Ornano, representante de los franceses de Extremo Oriente, quien lleva para sus electores un mensaje del presidente de la Rep¨²blica pidi¨¦ndoles que permanezcan en sus puestos. Viajan tambi¨¦n cuatro enfermeras de Air France, chicas muy bien, que han conseguido permiso para ir a cuidar a los refugiados. Parecen bastante distintas a las muchachas que desfilan por mi barrio (Saint-Germain-des-Pr¨¦s), ¨¦sas que

Los ¨²ltimos d¨ªas de Saig¨®n

se visten generalmente en lo de Saint-Laurent y Giudicelli, pero llevan Le Nouvel Observateur bajo el brazo y ponen cara de pertenecer al caf¨¦ de Flore. En el interior del enorme avi¨®n el ambiente es el del fin del mundo. Formamos un peque?o grupo que no se conoce, pero nos sentimos todos muy pr¨®ximos. Quisi¨¦ramos abrazarnos unos contra otros. Con un poco de ansiedad me sigo preguntando: ?lograr¨¦ pasar o me rechazar¨¢n como indeseable? Si me retienen en el aeropuerto, encontrar¨¦ el medio para pasar distribuyendo unos cuantos d¨®lares.Llegamos a Saig¨®n. El coraz¨®n me, late m¨¢s r¨¢pido. Tengo suerte. En cuanto desembarco, encuentro al c¨®nsul general que conoc¨ª en Laos, monsieur de Beauvais, quien ha venido para recibir al senador Paul d'Ornano, y a mister Morgan, un astuto euroasi¨¢tico habituado a cualquier clase de trampas y maniobras, quien se ocupa en seguida de mi pasaporte. Veo que habla con el polic¨ªa sin imaginarme qu¨¦ historia le estar¨¢ contando, mientras el otro sella maquinalmente el documento. Ya tengo mi visado de tr¨¢nsito. Ni siquiera han mirado en sus fichas. Este Morgan debe ser un buen jugador de p¨®ker, o un excelente ilusionista. El bulto ha pasado.

Aqu¨ª estoy, en Saig¨®n. Una impresi¨®n sorprendente, porque la ciudad que descubro no ha cambiado nada desde mi ¨²ltima visita, en 1971. Siempre la misma oleada de motonetas, de Citro?ns desmantelados, como verdaderas cacerolas traqueteadas que caminan a gas-oil, los mismos olores de la nafta, la misma pestilencia. Jeeps y camiones militares transportan m¨¢s civiles que soldados y un verdadero cambalache de materiales que no tiene nada que ver con la guerra. La polic¨ªa se mantiene indiferente ante esa circulaci¨®n an¨¢rquica que es la imagen del pa¨ªs. Cada uno hace lo que se le antoja pese a que, seg¨²n los diarios franceses y norteamericanos, la situaci¨®n es dram¨¢tica. Se dice que los viets est¨¢n a veinticinco kil¨®metros de Saig¨®n, que una violenta batalla se est¨¢ desarrollando en Xuan-Loc, que se habr¨ªa utilizado la famosa bomba de ox¨ªgeno CBU, con millares de muertos.

En Vietnam hay que evitar siempre el contacto con los funcionarios importantes que no pueden reclamar decentemente su comisi¨®n; hay que recurrir a la multitud de peque?os intermediarios astutos que saben arreglar perfectamente las cosas, sin ruido.

Pero los acontecimientos se van a precipitar de tal forma que no tendr¨¦ jam¨¢s necesidad de pedir el visado.

Mi primer paseo por la ciudad. Salgo para tomar un poco de aire. Comienzo por averiguar c¨®mo est¨¢ el cambio. En Saig¨®n es un bar¨®metro infalible. Lo fijan no s¨®lo las fantas¨ªas de los periodistas que difunden noticias verdaderas y falsas, sino principalmente los chinos y los malabares, gente muy seria que sabe medir con certeza la situaci¨®n. La piastra se cotiza a 3.500 por d¨®lar, pero los billetes de cien se negocian a 4.000. Oficialmente, un d¨®lar vale 755 piastras. Saco en conclusi¨®n que ciertas personas bien informadas est¨¢n muy inquietas por los acontecimientos y se preparan a izar velas.

Trato de telefonear a mis amigos, personalidades del antiguo o del nuevo r¨¦gimen, senadores o generales, directores de diarios o simples periodistas. Un sirviente me responde invariablemente: ?El se?or ha salido? o ?El se?or y la se?ora han salido, no est¨¢n? o ?Es probable que el se?or regrese ma?ana?. A veces se trata de un sollozo entrecortado: ?El se?or parti¨® de vacaciones. ?Hi! ?Hi!?.

Me largo sobre la pista de algunos amigos chinos. La misma historia. Del otro lado no contesta nadie. Cierto n¨²mero de chinos y vietnamitas ya se han ido, entre ellos los ricos y los que ocupaban posiciones importantes. Se ha quedado la morralla o los indiferentes -forman legi¨®n- o los que todav¨ªa no han encontrado la forma de marcharse de una ciudad ya lista para el luto. Regreso a mi habitaci¨®n y comienza la cabalgata de los recuerdos.

La terraza del Continental, a las siete de la tarde, este viernes 25 de abril de 1975. Tomo una copa con algunos periodistas que han venido para presenciar el fin de Saig¨®n. Los veteranos ya no est¨¢n. Bodard, Clos Ullman y todos los otros, los llamados periodistas asi¨¢ticos. Schoendorffer, que termina una novela, no ha podido venir. Bernard Fall ha volado con una bomba.

Alrededor de nosotros, el habitual cortejo de travestis, putas, mendigos, inv¨¢lidos falsos y verdaderos que extienden sus mu?ones, y chicos como moscas que no se pueden atrapar. Est¨¢n al acecho, listos para obtener lo que uno quiera, muchacha o var¨®n, y no importa qu¨¦ droga. Tambi¨¦n para robarse una cartera si se presenta la ocasi¨®n.

Del otro lado de la calle, los peque?os caballeretes de los vendedores de cigarrillos. ?Todo est¨¢ tan calmo! ?D¨®nde est¨¢ la guerra?

Pero en el aeropuerto de Tan Son Nhut, camiones repletos desembarcan norteamericanos y vietnamitas sobre la pista. Sin pasar por la aduana o los controles de la polic¨ªa, se meten en el vientre de los gigantescos Galaxy que despegan en seguida, preferentemente de noche.

Entre 2.000 y 3.000 refugiados, desbordando a las fuerzas de la polic¨ªa, han intentado tomar por asalto uno de esos aparatos. Los norteamericanos se comprometen a evacuar 130.000 vietnamitas por los cuales estiman tener ?una obligaci¨®n moral?, entre ellos 50.000 clasificados en la categor¨ªa muy peligrosa que corren el riesgo de perder la vida si se quedan en Vietnam. Se trata de diferentes personalidades pol¨ªticas, agentes de los servicios de informaciones, polic¨ªas y adictos. Han partido ya unos 30.000. Un d¨ªa antes, los norteamericanos cre¨ªan poder disponer todav¨ªa de una semana y solucionar el problema acelerando la ronda de los C.130 y C.141, pero las informaciones del frente son muy malas. El cerrojo de Xuan Loc se mantiene, pero ha sido desbordado y la XVIII divisi¨®n de infanter¨ªa que defend¨ªa esa posici¨®n se ha replegado sobre Trang Ban, a mitad de camino entre Saig¨®n y Xuan Loc. La ca¨ªda de la provincia de Ham Tan deja en descubierto Vung Tau (el cabo Saint-Jacques), puerto mar¨ªtimo de Saig¨®n a 65 kil¨®metros de la capital, por donde podr¨ªa efectuarse una evacuaci¨®n masiva. Los norteamericanos podr¨ªan haber desembarcado tropas, algunos miles de infantes de marina para establecer un corredor entre Saig¨®n y el cabo Saint-Jacques. Es demasiado tarde. La base a¨¦rea de Bien Hoa ha sido devastada por la artiller¨ªa de los comunistas.

Si Bien Hoa cae -y ya nadie puede impedirlo- Vietnam del Sur no dispondr¨¢ m¨¢s que de un solo aeropuerto: Tan Son Nhut. Bastar¨¢n algunos cohetes para inutilizarlo.

El Chase Manhattan y el First National City Bank han cerrado sus puertas. El Bank of America no tardar¨¢ en hacer lo mismo. La mayor parte de las compa?¨ªas a¨¦reas, con la excepci¨®n de Air France, UTA y Air Vietnam, no aseguran ning¨²n vuelo. Pretexto: los C.130 y C.141 norteamericanos habr¨ªan atra¨ªdo el fuego de las armas enemigas.

Huong, honorable anciano enfermo que ha reemplazado al general Thieu, consulta a unos y otros, al embajador de Francia y al de los Estados Unidos, adem¨¢s de otras personalidades locales cuyos nombres han quedado ya en el olvido. Estudia la situaci¨®n. Atentamente. Ha tomado medidas importantes. ?Acaso no ha reemplazado a un general por un coronel como prefecto de Saig¨®n?

Se acerca el final y me cuesta creerlo. Saig¨®n, que tantas veces se ha salvado por milagro; pero esta vez es dif¨ªcil imaginar c¨®mo podr¨ªa ocurrir. Las cuatro divisiones encargadas de defender la capital est¨¢n pr¨¢cticamente aisladas.

Toque de queda a las ocho de la noche. Comemos en el jard¨ªn, atr¨¢s del hotel. Un cohete luminoso brilla por un instante, suspendido en el extremo de un paraca¨ªdas. Desde mi cuarto contemplo la calle vac¨ªa. No se ve a nadie, ni siquiera una patrulla. Algunos tiros en la noche, pero lejanos. Ma?ana, espero, llegar¨¢n Merlin y Mathurin, el c¨¢mara y el t¨¦cnico de sonido que integran nuestro equipo de filmaci¨®n. Ya tienen que haber tomado el avi¨®n en la escala de Bankok. Han intentado, en vano, entrar en Camboya por Laos.

Pasan cosas extra?as en Phnom Penh. La ?liberaci¨®n? de la ciudad empieza con una fiesta y termina en matanzas y deportaci¨®n masiva de la poblaci¨®n.

?Qu¨¦ liberaci¨®n nos tocar¨¢ conocer en Saig¨®n?

El presidente Thieu se habr¨ªa marchado esta noche para Taiwan con sus toneladas de equipaje, toda una colecci¨®n de jades, antig¨¹edades y, seg¨²n se dice, el oro del tesoro nacional.

El Correo del Extremo Oriente titula a lo ancho de su primera plana: ?El presidente Giscard d'Estaing ha conversado telef¨®nicamente con el embajador de Francia en Saig¨®n?.

Esta s¨ª es la gran novedad. Como si no existiese otra que lo que se hace y se discute en Par¨ªs.

Declaraci¨®n del senador de los franceses, Paul d'Ornano, que ha viajado en el mismo avi¨®n que nosotros: ?Me siento feliz de encontrarme entre los franceses de Saig¨®n, a quienes veo tambi¨¦n tan tranquilos y tan dignos como hace tres semanas, cuando estuve aqu¨ª, y me encuentro igualmente feliz de poder decirles que el presidente de la Rep¨²blica me ha recibido, justo antes de partir de Par¨ªs, para subrayarme toda su solidaridad hacia la comunidad francesa de Saig¨®n, cuyo coraje y calidad conoce tan bien...?

Paul d'Ornano espera permanecer en Saig¨®n unos diez d¨ªas y regresar a Par¨ªs ?No estar¨¢ tambi¨¦n delirando? ?D¨®nde estaremos dentro de diez d¨ªas? ?Bajo los escombros de Saig¨®n, lamiendo nuestras heridas? ?Prisioneros de los viets? ?Rehenes?

?La esperanza de negociar una soluci¨®n pac¨ªfica es todav¨ªa posible?, declara Jean Sauvagnargues.

Me gustar¨ªa verla, porque en esta ma?anita calurosa, mientras comemos frutas y tomamos caf¨¦, prestamos tambi¨¦n atenci¨®n a los ruidos que se perciben sordamente. ?Ese rumor? Un tanque. ?Esa explosi¨®n? ?De d¨®nde viene?

Un chiquil¨ªn pelirrojo se desliza entre las mesas. Trabaja con un equipo de radio y est¨¢ ?colaborando?. Es el hijo de nuestro ministro de Relaciones Exteriores y le provoca sudores fr¨ªos a Jean-Marie Merillon, nuestro embajador, que lo ha hecho detener por dos gendarmes. Conducido a la embajada, se esperaba despacharlo a Francia, pero el peque?o Sauvagnargues salt¨® el muro y est¨¢ de nuevo entre nosotros.

Se confirma una tregua.

He aqu¨ª las condiciones impuestas por el GRP antes de tratar:

1. Formaci¨®n en Saig¨®n de una nueva administraci¨®n que no excluya ning¨²n integrante del equipo de Thieu.

2. Esa administraci¨®n deber¨¢ pronunciarse por la paz, la independencia, la democracia, la concordia nacional y la aplicaci¨®n de los acuerdos de Par¨ªs.

3. Deber¨¢ exigir la partida inmediata de los militares norteamericanos con ropas civiles y la retirada de los buques de guerra y de los infantes de marina norteamericanos de las aguas territoriales de Vietnam del Sur.

4. Deber¨¢n garantizarse las libertades democr¨¢ticas y liberar a los prisioneros pol¨ªticos.

S¨®lo queda en la pista el general Duong Van Minh; pero el presidente Tran Van Huong, en el poder desde hace cinco d¨ªas, quisiera contar todav¨ªa con una semana. Le ha propuesto al ?gran? Minh. el cargo de presidente del Consejo con plenos poderes, pero aqu¨¦l lo ha rechazado.

Y aqu¨ª estamos.

El general Cao Ky, el desgraciado rival de Thieu, el peque?o aviador con bigotes y deslumbrantes mamelucos de vuelo, ha reaparecido, ?De d¨®nde sale?

Declara que sostendr¨¢ al general Minh. Seg¨²n su opini¨®n, un nuevo gobierno era necesario para reconquistar la confianza popular y establecer un plan que permita el cese del fuego. Tratar¨ªa inclusive de estabilizar: la situaci¨®n militar con un grupo de generales que son ?los mejores del ej¨¦rcito del Sur?. Tiene todav¨ªa tiempo disponible porque me hace saber, que est¨¢ dispuesto a concederme una entrevista.

El viceprimer ministro (debe ser el general Tran Van Don), que es tambi¨¦n ministro de Guerra, ha decidido, por su parte, tomar en¨¦rgicas medidas contra los ciudadanos que intenten abandonar el pa¨ªs.

?Qu¨¦ medidas? ?Qui¨¦n las puede tomar? No queda nada. S¨®lo el caos militar y el vac¨ªo pol¨ªtico. En cuanto a Don, no arriesga gran cosa. Nacido en Burdeos es ciudadano franc¨¦s. Y aunque ha quemado, susgalones de oficial franc¨¦s y su pasaporte -para quedar bien con Diem y su cu?ada- sabe que no puede perder su nacionalidad. ?Pura pantomima!

Pero, de improviso, llega el rumor que baja la cotizaci¨®n de la moneda y del oro. Lo recogen todos los diarios, tanto el Saig¨®n Post como El Correo del Extremo Oriente.

Se habr¨ªa producido un golpe de Estado en Hanoi. Giap estar¨ªa refugiado en Mosc¨², mientras cinco divisiones regresar¨ªan hacia Vietnam del Norte para restablecer el orden.

S¨®lo as¨ª se explicar¨ªa la tregua.

Se me da una versi¨®n m¨¢s realista: las tropas comunistas habr¨ªan hecho un alto esperando que se constituya un nuevo gobierno, el de Minh, con el cual Hanoi estar¨ªa dispuesto a negociar.

Por su parte, el portavoz del Pent¨¢gono se limita a comprobar la calma que reina en Vietnam del Sur. La atribuye a la necesidad de las tropas comunistas de reaprovisionarse de combustible y municiones.

Tengo m¨¢s bien la impresi¨®n que los norvietnamitas est¨¢n concentrando sus fuerzas alrededor de Saig¨®n para lanzar el asalto final. ?Qu¨¦ inter¨¦s pueden tener en tratar con Minh en lugar de hacerlo con Huong? El papel de mediadora que quiere jugar Francia no influir¨¢ sobre esos nacionalistas extremos, susceptibles, que, conviene no olvidarlo, recuerdan constantemente nuestra ocupaci¨®n del pa¨ªs a trav¨¦s de un siglo.

Delante de la embajada y el consulado norteamericanos, la multitud de aspirantes a ser evacuados es m¨¢s grande que nunca y el tr¨¢nsito ha debido der desviado.

Frente al hotel se venden libros -algunos antiguos- que pertenec¨ªan a bibliotecas privadas. Desconf¨ªo de sus op¨ªgenes. Los sirvientes han comenzado a robar en las casas abandonadas por sus due?os. Por unas pocas piastras adquiero el Viaje de exploraci¨®n a Hu¨¦, en Cochinchina (Par¨ªs, 1889).

En sus p¨¢ginas leo:

?Los anamitas no conoc¨ªan ni pactos, ni promesas, ni palabra de honor. Ni duelos ni venganzas. Para jurar que har¨¢n algo se grita: ?Si muero que me convierta en perro o en cerdo?, o bien ??Que Dios me aplaste!?, pero semejantes exclamaciones no se escriben ni comprometen a nadie.

A las nueve de la ma?ana hace ya mucho calor. Van a comenzar las grandes lluvias de los monzones, pero las pesadas nubes que cubren el cielo todav¨ªa no revientan.

(1) Raoul Coutard. Treinta a?os de experiencia indochina. Se enrol¨® como voluntario en 1945, despu¨¦s fot¨®grafo de los Servicios Oficiales. Junto a Jean-Luc Godard se convierte luego en uno de los grandes iluminadores del cine franc¨¦s y crea todo un estilo. Hizo con Schoendorffer La Secci¨®n 317 y realiz¨® un hermoso filme sobre ese pais que tanto am¨®, Hoa Binh, premiado en el festival de Cannes.

(Continuar¨¢)

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