Los ¨²ltimos d¨ªas de Saig¨®n / 2
Visitamos con Coutard el mercado de los ladrones, una de las grandes atracciones de Saig¨®n. Se encuentra todo lo que ha sido robado o sacado de las bases de aprovisionamiento norteamericanas: transistores, c¨¢maras fotogr¨¢ficas, equipos estereof¨®nicos, botellas de whisky, de ron, golosinas, bolsas de dormir, carteras, gemelos... etc¨¦tera.Los precios no han cambiado en absoluto y son siempre las mujeres de los polic¨ªas quienes atienden los puestos.
Parecen grandes gallinas que empollan bajo sus faldas, como si fueran huevos, c¨¢maras Nikkon, Canon, aparatos Sony, etc¨¦tera.
Tropezamos con un importante grupo de gendarmes. En previsi¨®n de disturbios, el personal de la embajada de Francia ha sido reforzado con trece gendarmes solteros que parecen llegados de P¨¦rigord o de Larzac, robustos, con el pelo brillante y el acento monta?¨¦s.
Se los ve muy c¨®modos en medio de todos esos ladrones, discutiendo el precio de las c¨¢maras, ya al corriente de las cotizaciones, y no dej¨¢ndose trampear, felices de vivir, rebosantes de salud, listos para las trompadas o los tiros, seg¨²n convenga, y admirando a las muchachas que andan a la pesca. Las encuentran lindas, inclusive educadas, todo lo contrario del estilo putas. S¨®lo quieren que uno conozca a la familia. Personas respetables que se exhiben a la luz del d¨ªa.
El soltero franc¨¦s o norteamericano alcanza en estos d¨ªas precios exorbitantes, y la mercader¨ªa m¨¢s cara en todos los mercados de Saig¨®n son estos gallardos, muchachones. La vietnamita que se casa con un franc¨¦s adquiere autom¨¢ticamente la misma nacionalidad de su marido yTecibe su pasaporte. Se soluciona as¨ª el problema del visado para salir del pa¨ªs.
Como encuentro que mi pelo, o lo que queda de ¨¦l, est¨¢ muy largo para la estaci¨®n (una temperatura media d e 35/38 grados), me decido a cortarlo. Entro en una gran peluquer¨ªa, en la parte baja de la calle Catinat, donde el personal es exclusivamente femenino. Resulta evidente que las actividades del sal¨®n no se limitan exclusivamente al cuidado de la belleza y que se sabe tambi¨¦n aliviarla soledad de la clientela. El negocio est¨¢ pr¨¢cticamente vac¨ªo. Las empleadas libres se arreglan las u?as y fuman.
Mientras me lavan la cabeza, me cortan mis pocos pelos y me arreglan las u?as (m¨¢s tarde me preguntar¨¢n si quiero el tratamiento completo en el piso superior, con ?masaje y relajamiento?) observo a una chica bell¨ªsima, lista para salir de viaje. Maleta Sansonite y gran cartera de cuero en el brazo. Exhibe todas sus joyas. La luz de una l¨¢mpara hace brillar los diamantes incrustados en sus orejas. Instalado a mi costado, sobre un asiento giratorio, hay un gordo norteamericano cuya camisa floreada se despliega sobre una barriga imponente. La chica parece nerviosa; el norteamericano, al contrario, muy tranquilo. Pide 3.000 d¨®lares para inscribir a la bella en su lista. Los precisa estrictamente al contado.
Cada norteamericano tiene derecho, a t¨ªtulo privado, de inscribir ocho personas en su lista de embarque. Su mujer, la familia vietnamita de su mujer o su concubina.
La china regatea, con los labios apretados. Es visible que su belleza no le interesa al gordo, s¨ª su dinero. Se llega a un acuerdo, delante de mis narices, por 2.700 d¨®lares. El norteamericano se levanta y ella lo sigue con su valija. Direcci¨®n: al aeropuerto Tan Son Nhut.
La manicura me informa. La chica es la due?a del sal¨®n y el norteamericano un empleadito de los innumerables servicios de la embajada que ha encontrado ese medio para juntarse con unos cuantos miles de d¨®lares. M¨¢s o menos 20.000 d¨®lares al completar su lista.
Las diez y media de la ma?ana. Estamos en la embajada de Francia, donde nos recibe S.E. Jean-Marie M¨¦rillon. Lo he conocido en Anam y en Jordania. Presenci¨® el ?septiembre negro?, los desv¨ªos de aviones y los combates entre beduinos y palestinos. Hab¨ªa hecho de su embajada una especie de fort¨ªn enclavada entre dos fuegos y, durante tres meses, ¨¦l mismo y su personal vivieron como refugiados.
Vivo, despierto, de escasa estatura (el general De Gaulle lo habr¨ªa nombrado embajador ante el rey Hussein porque se adecuaba a la poca altura del monarca), brillante, nos resume r¨¢pidamente la situaci¨®n con la ayuda de un mapa de Vietnam del Sur que est¨¢ atr¨¢s de su escritorio.
-Los comunistas, norvietnamitas o vietcongs, como m¨¢s les guste, rodean a Saig¨®n con fuerzas considerables. No queda m¨¢s que una salida, el general Minh. Una vez en el poder es el ¨²nico que puede dialogar con ellos. Pero estamos perdiendo tiempo. El viejo Huong, que se cree el mariscal P¨¦tain, no quiere dejar la presidencia. Espera quedarse ocho d¨ªas para dejar su recuerdo en la historia de Vietnam, por modesto que sea. Me ha dicho: ?Se?or embajador, soy como el mariscal P¨¦tain, mi persona pertenece a Vietnam?. (Algunas malas lenguas afirman que ha llevado su identificaci¨®n tan lejos como para cometer un lapsus y afirmar: ?Mi persona pertenece a Francia?.)
?Huong es un viejo encantador, pat¨¦tico, que se aferra desesperadamente a la legalidad. Un buen radical-socialista meridional en el momento del 13 de marzo. Su razonamiento es el siguiente: Thieu, que era el -presidente de la Rep¨²blica, me ha transmitido legalmente el poder porque yo era el vicepresidente. Debo actuar de la misma manera y, a mi turno, transferirlo al presidente del Senado, que es Tran Van Lam. Una vez en el cargo, reunir¨¢ al Congreso, el ¨²nico que puede tomar la decisi¨®n de llevar directamente al poder al general Minh, a costa, claro est¨¢, de una cierta irregularidad constitucional.
?Pero los comunistas no lo quieren a Huong bajo ning¨²n concepto. Es un traidor. Durante cuatro a?os pele¨® junto a ellos.
?Trato de que este valiente anciano deje su sitial, pero ¨¦l se aferra. Ciego, apenas si camina, y ahora se hace tambi¨¦n el sordo.
?Una vez libres de Thieu y de su pandilla de militares nos hemos reencontrado con los viejos pol¨ªticos de la Cochinchina francesa. Se han quedado en las comisiones y en las subcomisiones, en los discursos vibrantes e in¨²tiles, en todo ese ritual que tan bien les conocemos. Las mismas figuras de la cuarta Rep¨²blica y sus juegos est¨¦riles antes de que De Gaulle tomase el poder. Pero la situaci¨®n en Vietnam es infinitamente m¨¢s tr¨¢gica que en Francia.
?Tengo la impresi¨®n de que nadie sabe muy bien d¨®nde est¨¢ y de tratar con son¨¢mbulos.?
A trav¨¦s de una ventana se?ala el gran edificio de la embajada de los Estados Unidos:
-Y esos tambi¨¦n, un grupo de son¨¢mbulos.
Son las dos. Coutard parte de inmediato. Nuestro equipo es probable que llegue con el avi¨®n de Air Vietnam que cubre el trayecto entre Saig¨®n y Bangkok.
Vuelvo a pie de la embajada, tratando de poner un poco de orden en mis ideas.
La situaci¨®n militar es desesperante. Los norteamericanos evacuan su personal y a los vietnamitas de su confianza, sin apresurarse, seg¨²n los planes previstos. Como si tuviesen mucho tiempo.
Sinti¨¦ndose abandonados por los norteamericanos, los sudvietnamitas, y especialmente los saigoneses, se vuelven instintivamente hacia Francia. Tienen necesidad de un padre. Habi¨¦ndolo perdido, piensan en el abuelo, pero el abuelo franc¨¦s se siente fatigado. Est¨¢ alejado de todas las aventuras pol¨ªticas y militares y no puede hacer otra cosa que prodigar consejos y palabras sensatas. Los saigoneses no fueron jam¨¢s due?os de su propia historia. Siguieron siempre a un padre, franc¨¦s, japon¨¦s o norteamericano.
Y el abuelo franc¨¦s regresa con muletas. En todas partes ondean banderas tricolores, sobre casas y negocios.
Inclusive en los peri¨®dicos que todav¨ªa siguen saliendo ha cambiado el tono. A los comunistas se los llama ahora ?el bando opuesto? y se acepta un ?cesar el fuego?.
El gobierno militar de Saig¨®n emite por Fin un comunicado: el toque de queda, en lo sucesivo, durar¨¢ desde las ocho de la noche hasta las seis de la ma?ana.
Millares de vietnamitas, advertidos de que deben partir incesantemente, han hecho sus valijas y abandonado sus casas en direcci¨®n a ciertos lugares de concentraci¨®n donde pasan a buscarlos camiones y autom¨®viles de la embajada norteamericana.
Tomarnos una copa con un coronel sudvietnamita quien, despu¨¦s de haber servido como paracaidista, se ocupa ahora de la oficina de prensa del Estado Mayor.
Est¨¢ furioso. ?Quiere tranquilizarnos o tranquilizarse a s¨ª mismo?
-Es cierto que la situaci¨®n es tr¨¢gica, pero no desesperada. Hemos decidido, con la ayuda de unidades de paracaidistas y tropas de choque, mantener grupos de guerrilleros en el Delta. Terminaremos por hacer la guerra revolucionaria y emplear contra los comunistas sus propias armas y sus propias t¨¢cticas.
Le pregunto, muy interesado:
-?Qu¨¦ har¨¢ ma?ana? ?Podemos vemos?
-Estar¨¦ muy ocupado como para verlo. Debo preparar la partida de mi hijo al extranjero.
Seguramente va a preparar la suya. Al mismo tiempo que proclama la resistencia hasta el final, mientras toma un whisky, se prepara a abandonar el terreno. Lo mismo que esos jefes que le han dado el ejemplo, los generales presidentes Thieu, Yhiem, los generales consejeros como Quang, jefes de zonas o gobernadores de provincias, todos esos que, una vez llenos los bolsillos, han disparado a Taiwan, las Filipinas o los Estados Unidos.
Si los soldados no merec¨ªan la derrota, -sus jefes, con algunas excepciones, son los responsables. Todos locos y despreocupados olvidando que frente a ellos ten¨ªan un ej¨¦rcito de monjes soldados que ignoraban las coimas, con verdaderos jefes que compart¨ªan la suerte de sus soldados y los mismos sacrificios.
La b¨®veda de todo este edificio que se derrumba ha sido durante a?os el peque?o general Nguyen Van Thieu. Mantuvo hasta el final a sus soldados y conciudadanos en este estado de sonambulismo. Justo hasta el momento en que, cay¨¦ndose del techo, tom¨® la catastr¨®fica decisi¨®n de ordenar el repliegue desde la regi¨®n de las Altas Mesetas sin consultar a nadie y sin haber previsto nada.
Thieu ya est¨¢ vencido. Nadie puede ayudarlo ni despertarlo. Debi¨® haberlo hecho el embajador norteamericano, Graham Martin, pero, a su manera, es tambi¨¦n un son¨¢mbulo. A su hijo lo han matado en Vietnam y para ¨¦l esta guerra se ha convertido en un asunto personal. No puede admitir que Estados Unidos abandone a Vietnam. Act¨²a como si Nixon fuese todav¨ªa el presidente de su pa¨ªs, elegido por el pueblo, como si Watergate no hubiese ocurrido.
No obstante, la desaparici¨®n de Thieu, ese hombre extra?o aparentemente sin personalidad, provocar¨¢ un gran vac¨ªo.
En el aspecto interno, Thieu hab¨ªa seguido la pol¨ªtica de Diem: partido ¨²nico, jerarqu¨ªa paralela. Sus sucesores, poco preparados para acceder al poder, van a continuar por ese camino o, m¨¢s bien, no har¨¢n absolutamente nada.
En ese s¨¢bado del 26 de abril, Saig¨®n se desangra lentamente, pierde su sustancia, pero no se nota por ning¨²n lado.
Corre un rumor: los viets habr¨ªan anunciado que para el 15 de mayo tendr¨¢n a la ciudad en su poder, celebrando el aniversario del nacimiento de Ho Chi Minh. Por otra parte, el operativo que han puesto en marcha, lleva tambi¨¦n el nombre del viejo l¨ªder tonkin¨¦s.
Me pregunto por qu¨¦ tendr¨¢n que esperar al 15 de mayo. Las divisiones comunistas no tienen m¨¢s que avanzar. A menos que en Hanoi no est¨¦n enterados de la situaci¨®n. Desde el comienzo, Hanoi ha sido due?a del juego.
?No es posible, me dice un vietnamita, no se oye m¨¢s el ca?¨®n?. Tengo ganas de zamarrearlo para que abra los ojos. Si sale de la ciudad en un taxi, lo que va a o¨ªr son r¨¢fagas de ametralladoras. Raoul Coutard ha vuelto de Tan Son Nhut. El avi¨®n de Air Vietnam no ha querido despegar de Bangkok. Seguimos sin equipo.
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