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Reportaje:

Los ¨²ltimos d¨ªas de Saig¨®n/y 7

En esta ma?ana, para hacer frente a las divisiones norvietnamitas, ya no queda ning¨²n ej¨¦rcito organizado, apenas algunos elementos dispersos que todav¨ªa pelean, pero sin esperanzas, por el honor, porque se trata de soldados que no pueden ni quieren aceptar la dictadura de los norte?os.En eso reside el episodio del Sur. Arranca ya desde la ¨¦poca de los franceses (la Rep¨²blica de Cochinchina) y no ha cesado de afirmarse durante los veinte a?os en que Norte y Sur han permanecido separados, transform¨¢ndose cada uno de ellos en un planeta diferente, con el solo nexo, muy fr¨¢gil, del GRP, en el cual se cree ¨²nicamente en Par¨ªs.

El GRP es una ficci¨®n militar. Vietnam del Sur, seg¨²n el catecismo marxista, debe liberarse por s¨ª mismo, con sus propios guerrilleros. Por obra y gracia del Comit¨¦ Central, en Hanoi, han sido bautizadas GRP veinticuatro divisiones norte?as y un cierto n¨²mero de milicias populares que ascienden, en algunas regiones, al cincuenta por ciento y en otras al ochenta por ciento, constituidas por ?guerrilleros?,venidos de Hanoi. Todo el plan ha nacido en el Norte.

Es una ficci¨®n pol¨ªtica similar a la de ese pretendido Frente Nacional que debe agrupar a todas las clases y tendencias de Vietnam del Sur. Al margen de Nguyen Huu Tho, no se conoce a uno solo de sus miembros que no sea comunista. Verdaderos comunistas. No como en Mosc¨², bur¨®cratas que gozan de numerosos privilegios y forman una nueva clase. Son monjes-soldados viviendo exclusivamente para el partido, que pesa m¨¢s que cualquier otra cosa: el confort, el bienestar o la familia.

Un partido, m¨¢s bien un ej¨¦rcito, un pueblo entero en uniforme que est¨¢ en la guerra desde hace treinta a?os y que ha sido condicionado enteramente a esta guerra.

Un viejo amigo vietnamita, periodista de oficio, ha venido a levantarme de la cama. Me dice:

-Si yo pudiera convencerme de que el GRP existe, de que durante algunos a?os mantendr¨¢ aqu¨ª, en el Sur, la apariencia de un Estado democr¨¢tico, de que podremos esperar, si somos sensatos, visas de salida para Francia, entonces...

-Entonces te quedar¨ªas...

-Me quedar¨ªa de todas maneras. No quiero, ingresando en un campamento, que los norteamericanos me fumiguen con DDT como un animal piojoso, como si tuviese pulgas u oliese mal. Parece que es lo que est¨¢n haciendo en Filipinas. Para los norteamericanos seguiremos oliendo siempre mal. Tenemos un olor insoportable, que no podr¨¢n eliminar, que es el de la derrota. Quiero quedarme, aun dudando de que exista el GRP, sabiendo que vamos a ser ocupados por los de Hanoi, sometidos a su administraci¨®n, que ser¨¦ obligado, a mi edad, a volver a la escuela y abandonar mi profesi¨®n. Porque en un pa¨ªs comunista un periodista no existe. No hay m¨¢s que propagandistas entregados al dictado de los dirigentes del Comit¨¦ Central. Saig¨®n quedar¨¢ reducida al papel de una capital de provincia. Ni siquiera se la necesitar¨¢ como puerto; los norteamericanos nos han dejado en Cam Ranh un puerto de aguas profundas.

Se encoge de hombros:

-Para aceptar el porvenir de un exiliado se necesita ser muy joven o muy rico. No soy m¨¢s lo primero ni ser¨¦ nunca lo segundo. ?Sabes que en las farmacias que todav¨ªa han abierto esta ma?ana ya no se encuentran somn¨ªferos? Los han acaparado.

-?Te parece que no est¨¢n suficientemente dormidos?

Muestra esa risita de matraca que le agita la pera:

-Es para el ¨²ltimo sue?o. ?Ah! ?Si el GRP existiese! ?Sise pudiese creerlo!

El ?gran? Minh termina por firmar su Gobierno. Se compondr¨¢, b¨¢sicamente, de dos hombres: Nguyen Van Huyen, un cat¨®lico moderado conocido por su gran honestidad y su rigor moral, que ser¨¢ vicepresidente de la Rep¨²blica, y Vu Van Mau, un senador budista creador de un Frente de Reconciliaci¨®n, licenciado en Derecho, que ser¨¢ presidente del Concejo.

Demasiado tarde. El GRP acaba de hacer saber en Par¨ªs (donde parece que tiene su sede) que ?despu¨¦s de la partida del traidor Nguyen Van Thieu, los que lo reemplazan, o sea la pandilla de Duong Van Minh, Nguyen Van Huyen y Vu Van Mau, se obstinan en prolongar la guerra tratando de conservar el territorio que les queda a trav¨¦s de una negociaci¨®n. Est¨¢ claro que esa pandilla contin¨²a en su obstinaci¨®n de prolongar la guerra en la esperanza de mantener el neocolonialismo norteamericano. Nadie puede, sin embargo, enga?arse. Los combates no cesar¨¢n hasta que todas las tropas de Saig¨®n hayan depuesto sus armas y todas las naves de guerra norteamericanas hayan abandonado las aguas de Vietnam del Sur. Nuestras dos condiciones deben acatarse para que cese el fuego. Hasta ahora no ha sido as¨ª ?.

El GRP, siempre desde Par¨ªs, anuncia que ?la poblaci¨®n saigonesa se subleva en masa contra las autoridades? y que ?los soldados saigoneses dejan sus armas y se rinden?.

Yo, que estoy en el lugar, s¨¦ que nada cie eso es cierto. Pero ?de qu¨¦ vale mi testimonio contra el de todas las propagandas gritadas a coro en Par¨ªs por todos aquellos que, por estupidez, convencionalismo o conformismo, o para estar a la moda, danzan con los violines de Mosc¨²... y la ¨¢cida flautita del GRP?

S¨®lo los comunistas son l¨®gicos. Les importa un bledo la verdad. Es una noci¨®n burguesa, una noci¨®n clasista.

?Qu¨¦ calma permanece en Salg¨®n esta ma?ana!

?Los otros que van a venir nos prohibir¨¢n pensar libremente. Prohibidas las mujeres, el juego, los bares. Reemplazados por sesiones de autocr¨ªtica y danzas folkl¨®ricas.

?Los peces gordos han disparado, pero nosotros, los chiquitos, nos hemos quedado encerrados en la trampa. ?Thieu se ha ido con sus diecis¨¦is toneladas de equipaje! Los norteamericanos le brindaron un avi¨®n de carga para llevarlo a Taiw¨¢n, a ¨¦l, a los suyos y a todo el bot¨ªn?.

-?Por qu¨¦, despu¨¦s de su renuncia, cuando se retir¨® a la villa del Estado Mayor, no lo hicieron prisionero, lo pusieron contra una pared y lo fusilaron?

-Porque nunca estuvo en esa villa de Tan Son Nhut. ?D¨®nde estuvo? No lo supimos jam¨¢s. Ya no val¨ªa la pena pegarlo contra una pared. Hubi¨¦semos aumentado la confusi¨®n. Los comunistas hubieran proclamado que el Ej¨¦rcito se hab¨ªa sublevado a favor de ellos, obedeciendo a sus consignas y fusilando a los generales; que Vietnam del Sur se hab¨ªa liberado a s¨ª mismo y no hab¨ªa sido conquistado poi tropas extranjeras. Era servir a su propaganda. Eso lo salv¨® a Thieu.

-?Consideran a los del GRP como extranjeros?

-No hay GRP. No hay Vietcong. Nada m¨¢s que soldados del Norte. Esos a quienes se llama vietcongs son los hijos de gente del Stir replegada en 1954 hacia Tonkin consus familias y nacidos en territorio comunista.

?Los verdaderos vietcongs se hicieron matar casi todos durante la batalla de Tet en 1968. Los otros furon liquidados en el transcurso de la operaci¨®n Phoenix. Se elimin¨® a muchos. Quedan ¨²nicamente los soldados de Hanoi y los de Salg¨®n. Los de Hanoi ayudados por los rusos y los chinos, los checos y los polacos, los h¨²ngaros y los alemanes del Este, y nosotros, los ¨²ltimos soldados de Salg¨®n, abandonados por los norteamericanos. ?

Tres aviones a reacci¨®n A-37, con los colores sudvietnamitas, han ametrallado el palacio y, de regreso, han bombardeado Tan Son Nhut.

Desde los techos, en la calle, todos los que ten¨ªan un arma se han puesto a tirar.

En el primer momento pensamos que se trata de un golpe montado por Cao Ky, el ¨²ltimo combate ?kamikaze? de sus pilotos quienes, juzgando que todo est¨¢ perdido, han decidido volar el palacio antes que Minh capitule incondicionalmente e impidiendo que los norteamericanos contin¨²en tranquilamente la evacuaci¨®n.

La verdades muy diferente.

Los tres aviones y sus pilotos ven¨ªan de Phan Rang. Se hab¨ªan pasado a las filas comunistas. Uno de ellos, un teniente, hab¨ªa ya bombardeado el palacio en tiempos de Thieu y, por eso, promovido a capit¨¢n. Lo que significa que los comunistas no quieren m¨¢s al Gobierno de Minh que al de Huong o Thieu, y que no tienen intenciones de formalizar tratativas con nadie. La rad lo vietcong no se cansa de repetir que no es cuesti¨®n de entenderse con el ?belicista? Minh y su s¨¦quito, ya que no sue?an en otra cosa que prolongar el ?neocolonialismo? norteamericano. Cuando se quiere matar a un perro se dice que est¨¢ rabioso.

Minh y su equipo, el budista Vu Van Mau y el cat¨®lico Nguyen Van Huyen, hacen lo que pueden para intentar complacer a los comunistas.

Han pedido a los norteamericanos que abandonen cuanto antes el territorio sudvietnamita y que aceleren todo lo posible la evacuaci¨®n. Todav¨ªa no se sabe si la embajada de los Estados Unidos va a cerrar completamente o si seguir¨¢ funcionando con su personal reducido, como lo desear¨ªa el embajador Graham Martin. Se rehusa a partir en tren de cat¨¢strofe, como su colega de Phnom Perth, con la bandera de las rayas y las estrellas enrolladas bajo el brazo.

Los ecos del desastre nos llegan un poco de todos lados. El ?gran? Minh no consigue echar mano a ning¨²n jefe de Estado Mayor. Lo necesita mucho, aunque no sea m¨¢s que para dar ¨®rdenes al ej¨¦rcito, intentar un reagrupamiento de las unidades que todav¨ªa resisten y prepararlas a la idea de un cese del fuego.

El general Cao Van Dien se ha ido con los norteamericanos igual que su adjunto. Quedar¨ªa el ?peque?o? Minh que debiera sucederlo, pero no hay ?peque?o? Minh. En seguida es el general Vinh Loc quien hace una elegante declaraci¨®n por radio.

?Soldados, no se comporten como ratas que huyen, como el ex presidente Nguyen Van Thieu?. Y ¨¦l se escapa. Un DC-6 de Air Vietnam ha partido sin ning¨²n permiso; atestado de refugiados acaba de aterrizar en las Filipinas.

A las 22.51 horas exactamente se da por fin la orden de evacuaci¨®n por helic¨®ptero. Nombre de c¨®digo: ?Opci¨®n IV?.

En los Estados Unidos, el secretario de Guerra, Schlesinger, aprovecha para felicitar a las Fuerzas Armadas norteamericanas: ?En el combate han sido vencedores. Abandonan el terreno con todos los honores. Vietnam ha sucumbido a fuertes presiones del exterior, pero las fuerzas norteamericanas le han dado una razonable oportunidad de supervivencia?.

Kissinger, por su parte, declara:

?Ten¨ªamos la esperanza de que los norvietnamitas no buscar¨ªan una soluci¨®n exclusivamente por los medios militares; cambiaron de opini¨®n no sabemos todav¨ªa por qu¨¦.?

En consecuencia, todo el rnundo se ha vuelto un poco loco.

?Cu¨¢l ser¨¢ el ¨²ltimo vietnamita que morir¨¢ por la bandera de bandas amarillas de la Rep¨²blica, por la de la estrella amarilla del GRP o por la bandera roja de Hanoi?

Tres millones de hombres han muerto ya en esta guerra. ?Por qui¨¦n? ?Para qu¨¦? ?Para qu¨¦ se llega a este balletsurrealista?

Los comunistas est¨¢n sorprendidos de su avance y de su victoria. No han previsto nada, y apoderarse de una ciudad hirviente, hostil y extranjera coino Saig¨®n les da miedo. Preferir¨ªan ?romperla?, castigarla. Para esos puritanos es el s¨ªmbolo del vicio y de la colaboraci¨®n con el extranjero.

Los ¨²ltimos d¨ªas de Saig¨®n/y 7

29 abril, 1975

Toque de queda de veinticuatro horas para permitir que los norteamericanos evac¨²en sus ¨²ltimos s¨²bditos, cerca de un millar, y las decenas y decenas de miles de vietnamitas a quienes han prometido llevar con ellos.

No podemos salir de Saig¨®n, totalmente rodeada, ni del hotel, si nos atenemos a las medidas del toque de queda decretado por el Gobierno. Peto este Gobierno no existe y s¨®lo es reconocido por un grupito de pol¨ªticos. El ej¨¦rcito, o lo que queda del ej¨¦rcito que estaba en el poder desde Diem, no ha sido consultado. Es dif¨ªcil tratar de imaginarlo haciendo respetar este toque de queda. La polic¨ªa est¨¢ curiosamente ausente.

La transmisi¨®n del poder, ayer por la tarde, ha sido tambi¨¦n una hermosa representaci¨®n del teatro de las sombras.

El valiente Huong cuid¨®, no obstante, su discurso:

?Una p¨¢gina de la Historia ha sido dada vuelta, otra nueva ser¨¢ escrita, por el general Duong Van Minh... Tendr¨¦is necesidad no s¨®lo de buena voluntad, sino tambi¨¦n de coraje, mi general. Rechazando una soluci¨®n militar hemos elegido ?a voz de la reconciliaci¨®n, de la concordia y, finalmente, de la paz...?

En Par¨ªs, el GRI> reclama la destrucci¨®n de la m¨¢quina de guerra saigonesa, pero en Saig¨®n, donde el GRP parece no tener derecho a la palabra, los jefes norte?os rehusan todo di¨¢logo y mandan bombas.

Saig¨®n ser¨¢ castigada. Saig¨®n ser¨¢ destru¨ªda porque ha pecado porque ha vivido a costa de la guerra mientras otros la hac¨ªan.

Ocho de la ma?ana. Ly Thi Doung, nuestra monja int¨¦rprete, que ha cambiado su conjunto rosa de Dior por ropa menos vistosa, llega para decirnos que conoce un edificio cuya azotea va a ser utilizada por los helic¨®pteros norteamericanos encargados de la evacuaci¨®n. Nos puede hacer entrar porque el edificio... es de su propiedad.

Llegamos al inmueble. De construcci¨®n reciente, muy moderno y de seis pisos, est¨¢ situado en un espacioso y bello lugar, en el n? 6 de la plaza Truorig Vien Ho. Esta plaza tiene la sombra de los tamarindos, pero una l¨¢stima, est¨¢ tambi¨¦n desfigurada por un horrible monumento de cemento armado.

El edificio est¨¢ enteramente ocupado por funcionarios de la embajada norteamericana y sus numerosos servicios anexos. Sobre la azotea, una especie de pista de baile pintada de negro con un n¨²mero en amarillo: 23. El helipuerto de la fortuna.

Las verjas rodean el edificio: guardias armados lo protegen y no libran el paso, sino a las personas que conocen la contrase?a. De un pesado coche blanco, cuyo techo lleva sirena y faros azules, bajan dos hombres que se precipitan en el inmueble y se encierran en seguida en un departamento.

Uno de ellos, una especie de atl¨¦tico James Bond, mal afeitado y al borde de la depresi¨®n nerviosa, cuando pasa me insulta. Interesados, los guardias vietnamitas nos miran esperando que nos agarremos a trompadas.

Los departamentos del sexto piso est¨¢n ocupados. Llamo con el timbre, pero nadie responde, salvo un gordo en calzoncillos, con barba recortada que recorre el borde de la cara, quien me pide que lo deje dormir en paz. No tiene aspecto de querer partir. Aqu¨ª se encuentra muy bien.

?Evacuaci¨®n? No ha o¨ªdo nada. Me cierra la puerta en la nar¨ªz. Pero tuve tiempo de ver, apoyado contra un mueble, un M-16 con su cargador.

Alrededor de nosotros el cielo se ha llenado de helic¨®pteros de todos los tipos. Esas extra?as lib¨¦lulas o moscones dan vueltas, titubean y terminan por posarse sobre el borde de un techo. Frente a nosotros, la embajada norteamericana. En la plataforma que la domina aterrizan al mismo tiempo dos aparatos.

?Cu¨¢ndo ser¨¢ nuestro turno? Escondidos detr¨¢s de una garita que protege el motor del ascensor, acechamos como entom¨®logos a nuestros monstruosos insectos.

Aqu¨ª llega finalmente uno. Parece detenerse y aterriza con gran estr¨¦pito de sus palas. Un hermoso ejemplar: un Iroqu¨¦s que puede transportar a doce personas. No es un aparato militar. Pertenece a Air America, compa?¨ªa al servicio de la CIA. Pero lo acompa?an, dos mercenarios filipinos con cascos, chalecos antibalas y debidamente armados.

Por la trampa del piso que da a la terraza aparece el caballero que estaba en calzoncillos, ahora vestido. De su cartuchera asoma una pistola y lleva un talkie-walkie con el que habla constantemente.

Comienzan a hacer su aparici¨®n los personajes m¨¢s diversos. Hemos ca¨ªdo justo en el lugar de evacuaci¨®n de los peces gordos de la CIA. Hay algunos guardaespaldas como aqu¨¦l con el que estuve a punto de trompearme, pero tambi¨¦n ?patrones?. Uno de ellos aparece particularmente impecable. Corbata, traje de seda, pantal¨®n planchado, calmo, cort¨¦s, estilo profesor de universidad importante. Sus pares lo tratan con deferencia. En tanto, los otros me enfrentaron con aspereza, ¨¦l consiente en charlar. Me muestra su estuche de cosas personales:

-Esto, es todo lo que me llevo de este pa¨ªs, al que realmente he querido. Yo, al menos, me voy pero ?cu¨¢ntos se quedar¨¢n aqu¨ª?

?Esta retirada catastr¨®fica, este abandono de toda esta gente que crey¨® en nosotros, ?qu¨¦ verg¨¹enza para Occidente! Y m¨¢s todav¨ªa para el Gobierno de los Estados Unidos, si se puede llamar Gobierno al que se encuentra en Washington. Han muerto 50.000 soldados norteamericanos para concluir en esto.?

El piloto nos explica que traslada sus pasajeros hasta un trasporte de helic¨®pteros de la S¨¦ptima Flota que se encuentra en alta mar, y que todo el operativo debe estar terminado a medianoche. Despu¨¦s, los comunistas tirar¨¢n sobre cualquier cosa que vuele.

Existe, por lo tanto, un acuerdo entre los norteamericanos y los viets. Probablemente negociado en Par¨ªs, en el m¨¢s alto nivel, entre Hanoi y Washington...

Un puesto de polic¨ªa. Los polic¨ªas, que han dejado de llevar armas, no hacen nada hasta que uno de ellos se junta en el lodazal con las hormigas y los gusanos para robar tambi¨¦n. Los otros lo siguen.

La polic¨ªa se mezcla con los salteadores. Dos mujeres viejas, vacilantes, transportan un pesado mostrador mientras pasan tres camiones cargados de paracaidistas que disparan al aire con todas sus armas. No les importa nada el desorden. Van atropelladamente hacia las ¨²ltimas posiciones que tratar¨¢n de defender. Salvo que se dirijan camino del Delta, donde todo un cuerpo de ej¨¦rcito mantiene sus posiciones y parece querer resistir.

En la ciudad empiezan a aparecer muchachos de aspecto inquietante, vestidos con mamelucos negros y armados con M-16 y carabinas norteamericanas. Se asemejan extra?amente a ?cow-boys? montados en motonetas que roban carteras y c¨¢maras fotogr¨¢ficas. Aparentemente se trata de milicianos encargados de mantener el orden. ?O de provocar desorden? ?De d¨®nde salen?

Pasan grupos de soldados andrajosos, con los ojos perdidos y muchas veces descalzos. La multitud se agolpa frente a los muros y a la puerta de entrada de la embajada de los Estados Unidos, ofreciendo a los infantes de marina, con los ojos enrojecidos de fatiga, pu?ados de d¨®lares a cambio de que se los deje entrar, por lo menos, dentro del recinto de la embajada. Las manos que se aferran son rechazadas a culatazos.

Han cortado la electricidad y comemos a la luz de las velas. Silencioso ballet de la servidumbre y rugido cada vez m¨¢s cercano de los ca?ones y de las r¨¢fagas de metralla. Una bala perdida acaba de aterrizar sobre un plato. Courtard, excelente especialista en armas, la examina y concluye; ?M-16?.

Nos enteramos de las escenas atroces que se han desarrollado en el puerto. Millares de personas han tomado por asalto los cargeros, chalupas, barcas y todo lo que pod¨ªa flotar. Pero el r¨ªo est¨¢ minado. Algunos barcos pasar¨¢n y otros no, volar¨¢n por aire.

En el palacio de Doc Lap, el general Minh busca desesperadamente entrar en contacto con los comunistas, que no quieren saber nada de ¨¦l.

Algunas ambulancias pasan sonando l¨²grubremente. Se desencadena de golpe la artiller¨ªa, pero no es m¨¢s que una tormenta, una fant¨¢stica tormenta tropical con sus trombas de agua y rel¨¢mpagos que agujerean la noche.

Los ¨²ltimos saqueadores doblan la espalda bajo los chaparrones, cargando sobre triciclos lo que en Francia exigir¨ªa un cami¨®n.

Los presos pol¨ªticos han sido puestos en libertad... y los delincuentes comunes han aprovechado para escaparse. No hay m¨¢s que agacharse para recoger un arma y toda esa chusma est¨¢ armada hasta los dientes.

Hay 250.000 soldados en pleno desbande, de 700.000 a 800.000 refugiados tratando de forzar la entrada a Saig¨®n, un hampa incontrolable lista para transformarla ciudad en un infierno donde se enfrentar¨¢n las bandas de traficantes, de desertores, de bandidos y drogadictos. Y todos los desesperados de las Brigadas Especiales que ya no pueden esperar nada.

Contin¨²a el pillaje. Esta vez es la residencia del embajador Mart¨ªn la que resulta totalmente desvalijada; despu¨¦s le toca el turno a la del embajador ingl¨¦s. Las bandas de saqueadores armados se acercan al centro de la ciudad. Pero las escenas m¨¢s atroces tienen lugar en el puerto.

Son las 10. 15 horas. Por radio, el general Minh difunde la orden de capitular incondicionalmente:

?La l¨ªnea pol¨ªtica que preconizamos es la reconciliaci¨®n entre los vietnamitas para evitar el in¨²til derramamiento de sangre. Por esta raz¨®n, pido a los soldados de la Rep¨²blica de Vietnam que pongan fin a las hostilidades con calma y permanezcan en los lugares donde se encuentran.?

A las 11.30 horas, Loan, un coronel de la polic¨ªa se levanta la tapa de los sesos frente al horrible monumento de los infantes de marina que se alza delante de la Asamblea Nacional. Permanece ca¨ªdo con su cuerpo extendido. Su gorra, adornada con hojas de plata, colocada sobre el pecho. Parece la puesta en escena de un fot¨®grafo.

De la oreja izquierda corre la sangre, mezclada a restos de enc¨¦falo. Todav¨ªa respira, mientras alrededor de ¨¦l ronronean las filmadoras y los disparos de c¨¢maras fotogr¨¢ficas. Morir¨¢ un poco m¨¢s tarde en el hospital Grall.

A las 12.05 horas, baja un jeep por la calle Catinat, enarbolando una gran bandera del Vietcong, mientras los tanques ocupan el palacio Presidencial. Uno de ellos, un T-54, derriba las verjas que tardaban en abrirse y dispara un ca?onazo de advertencia y varias r¨¢fagas de metralla. Lo siguen otros 14 tanques, cubiertos de ramas, con las torrecillas abiertas. Soldados con cascos tipo colonial hechos de fibras vegetales, ropa verde y sandalias Ho Chi Minh, fabricadas con pedazos de neum¨¢ticos, y armados con fusiles chinos de asalto AK-47, saltan de los blindados y corren hacia el palacio.

En el balc¨®n se iza la bandera del GRP. Saig¨®n ha ca¨ªdo, pero no ha volado. Se hubiera necesitado muy poco.

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