Las reca¨ªdas en la Espa?a oficial
Empieza a sentirse la urgencia de la educaci¨®n pol¨ªtica entre los espa?oles, distra¨ªdos por cuestiones apremiantes, por confusos temores y esperanzas, por un cambio de r¨¦gimen que no acaba de serlo -es decir, de ser cambio, y por eso mismo no acaba de constituirse en verdadero nuevo r¨¦gimen-, hemos olvidado que en Espa?a se interrumpi¨® la pol¨ªtica hace 40 a?os, y hay que aprenderla. Sustituida primero por la violencia, luego por la maquinaci¨®n, la intriga y el favor, siempre por la amenaza de la fuerza, que en general ni siquiera necesitaba ejercerse, la pol¨ªtica desapareci¨® del repertorio de las actividades espa?olas. De vez en cuando, alg¨²n viejo pol¨ªtico parece recordarla. pero sin cuidarse demasiado de ponerla al d¨ªa; los m¨¢s j¨®venes la desconocen como experiencia vivida, y a lo sumo saben lo que se aprende en los libros, o en el mejor de los casos, lo que puede adivinar la vocaci¨®n. En algunos casos, muy pocos, aparece la huella de la experiencia de otros pa¨ªses en que la pol¨ªtica existe; pero no s¨¦ si se ha intentado siquiera ?traducir? esa experiencia a las condiciones y las exigencias espa?olas.Nada de esto es demasiado dram¨¢tico, y no deber¨ªa inducirnos al pesimismo. Es natural que en Espa?a falte educaci¨®n pol¨ªtica, y se puede adquirir; pero lo grave es que no se advierta, que no se intente; o que no se quiera, simplemente, esa educaci¨®n pol¨ªtica necesaria, y se prefiera continuar con los sustitutivos.
La prepotencia que ha definido la vida p¨²blica espa?ola, desde 1939 hasta 1975 ha permitido a unos cuantos grupos -m¨¢s complejos de lo que se dice, y que no quiero enumerar apresuradarnente- presentarse como ?el equivalente de Espa?a? (no ya su ?representaci¨®n?, que hubiera sido m¨¢s tolerable y menos peligroso). Lo hemos visto una vez m¨¢s con ocasi¨®n de la ¨²ltima crisis, planteada y resuelta -sea cualquiera el posible acierto de esa soluci¨®n- absolutamente a espaldas del pa¨ªs, sin que este intervenga para nada en ello. Ni siquiera se ha fingido una ?representaci¨®n? del pa¨ªs, por ilusoria que fuera: el organismo a quien el poder fue legado por quien lo ten¨ªa en la mano, sin lanzar siquiera una mirada a la opini¨®n de los 35 millones de espa?oles, ha, usado una vez m¨¢s ese poder, acaso con la avidez de quien no conf¨ªa en poder seguir us¨¢ndolo mucho tiempo.
La vieja disyunci¨®n entre la ?Espa?a oficial? y la ?Espa?a real? ha tenido en nuestro tiempo un agravamiento que no pudo sospechar Ortega cuando us¨® estas expresiones en 1914: entonces, la Espa?a oficial estaba ?superpuesta? a la otra, ocult¨¢ndola en parte, en alguna medida parasitaria de ella, contribuyendo a su paralizaci¨®n; en nuestro tiempo, gracias a la inspiraci¨®n totalitaria, la cosa ha ido mucho m¨¢s lejos: la Espa?a oficial ha pretendido ser Espa?a, su ?equivalente? -como antes dije- Esto es lo que se ha intentado -y se sigue intentando- perpetuar. Y es de la m¨¢xima urgencia que todos vean que esto es imposible; incluso en inter¨¦s de esos grupos espa?oles cuya existencia interesa conservar, porque hay que salvar y aprovechar todo lo que hay en Espa?a, si hemos de hacer algo interesante; para m¨ª, la voluntad de exclusi¨®n es seguro indicio de incapacidad para cualquier empresa hist¨®rica que valga la pena.
Y hay un segundo aspecto, aparentemente opuesto, que me parece muy semejante, e igualmente inquietante. El que la Espa?a oficial haya sido de tal manera avasalladora, ha llevado a muchos a no ver la realidad m¨¢s que en sus t¨¦rminos y planteamientos. Es lo que le est¨¢ ocurriendo a lo que se llama ?la oposici¨®n?. Ya esa sus tantivaci¨®n es un poco alarmante: tiene el peligro de institucionaliarse, de convertirse en una extra?a figura monol¨ªtica a la vez que internamente fragmentada. Sin cuidarse demasiado de mostrar ;un respaldo efectivo, confiando m¨¢s en nombres y siglas y comit¨¦s, que en opiniones certeras y fuerzas reales, muestra una peligrosa inclinaci¨®n a actuar en el vac¨ªo.
Ya el nombre de ?oposici¨®n? es in tanto anormal, porque no que la muy claro a qu¨¦ se opone. Hace un a?o, hace nueve meses, todav¨ªa esto ten¨ªa sentido; pero como el aparato que hoy, nos gobierna, por muchas que sean sus deficiencias, por precaria que sea la confianza que suscita, es en gran medida ,posici¨®n a lo anterior, la autom¨¢tica oposici¨®n a ese aparato pudiera muy bien resultar un reverdecimiento de los principios dominantes el a?o pasado.
El car¨¢cter m¨¢s negativo que program¨¢tico de los grupos pol¨ªticos, especialmente de los m¨¢s locuaces, su tendencia a dar por supuesto que la opini¨®n est¨¢ con ellos, m¨¢s que a conquistarla, todo eso recuerda de un modo alarmante los usos de la pol¨ªtica (de la no pol¨ªtica) de los decenios pasados. Se ha concentrado durante un semestre largo el 90 por 100 de la energ¨ªa pol¨ªtica en el ¨²nico objetivo de la amnist¨ªa (a reserva de sustituir autom¨¢ticamente esa petici¨®n por la de ?amnist¨ªa total? tan pronto como se ha conseguido, para dejarla vana e inv¨¢lida?. En cambio, no se ve que esos grupos o partidos pol¨ªticos tengan ninguna prisa en que haya elecciones democr¨¢ticas, normales, seguras y pac¨ªficas. No las piden razonablemente, no se preparan para ellas, no muestran su conveniencia y su urgencia. Extra?amente coincidentes con esos organismos que conservan en sus manos el poder, no parecen apasionarse por lo que constituye el nervio del ejercicio de esa democracia que todo el mundo verbalmente invoca.
Ser¨¢ acaso que no conf¨ªan en el resultado de esas elecciones? ?Ser¨¢ que prefieren suponer que la opini¨®n est¨¢ con ellos, mejor que comprobarlo? ?O acaso que, lo mismo que los grupos sociales que han acaparado el poder durante cuatro decenios, se consideran, por sus mismos t¨ªtulos nominales, ?equivalentes? de Espa?a?
No cabr¨ªa tentaci¨®n m¨¢s inoportuna ni m¨¢s arriesgada. Representar¨ªa la reca¨ªda en la Espa?a oficial. la herencia de los usos abusivos que han esterilizado pol¨ªticamente a un pa¨ªs, cuya vitalidad ha impedido que sea esterilizado en el resto de sus dimensiones.
Hay que acometer, y pronto, la empresa de educar pol¨ªticamente a los espa?oles; quiero decir, de que los espa?oles nos eduquemos pol¨ªticamente, empezando, claro es, por los que pretenden ejercer funciones pol¨ªticas. No creo que se pueda seguir abusando de Espa?a mucho tiempo, ni empezar a abusar de ella de otra manera. La Espa?a real tiene suficiente vitalidad para desmontar a los que quieran cabalgarla sin su consentimiento.
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