De Bellver a San Carlos
Jovellanos fue ministro de Carlos IV. Entre destierro y destierro de la corte de Godoy, fue un par de a?os ministro de Gracia y Justicia. As¨ª, como suena, como suceden, y siguen sucediendo, sin coherencia alguna., las cosas -casi siempre muy tristes- en nuestra geograf¨ªa. Y con enga?o, adem¨¢s, naturalmente. Porque aquello de ?al pan, pan, y al vino, vino?, en castellano, o eso otro de ?clar i catal¨¢?, en catal¨¢n, s¨®lo el buen y sufrido pueblo llano lo dice y, sin duda, en¨¦rgicamente, con u?as y dientes, lo reclama y se le debe. Se le debe la verdad y el desenga?o, no como lo sufre a diario y desde siempre, sino en el buen sentido que la palabra desenga?o tiene.Tambi¨¦n a Jovellanos, igualmente pueblo, como todos los habitantes de estas tierras de ?Mar¨ªa Sant¨ªsima? lo somos, por muy glorioso e ilustre Ilustrado -la izquierda de su ¨¦poca- que fuera.
Jovellanos era asturianista, y a su injusta defenestraci¨®n ministerial sigui¨® un ?gracioso? destierro en Gij¨®n -mor¨ªa el siglo XVIII con encargo de informes t¨¦cnicos y trabajos acerca de aquel otro Principado. La verdad, era el castigo, templado (se le confin¨® a su querida Asturias), pero castigo, en cualquier caso. Jovellanos, en sus apasionantes Diarios, lo transparenta muy en directo, como se dir¨ªa en nuestro televisivo tiempo. Pero don Melchor Gaspar trabaja y teje pa¨ªs. Es incansable y no ceja en su empe?o de tejer, cambiar y mejorar -en apariencia, lleva encargo de hacer eso, precisamente-, pero. la caverna, bunker hoy, y los covachuelistas que la sirven, e este tiempo los tecn¨®cratas, se resiente. lo m¨¢s ¨ªntimo de su inmovilismo y le temen. Por eso le retiran la ?gracia? de su destierro en Gij¨®n y, sin mayor explicaci¨®n que unos despachos u ¨®rdenes ministeriales, de simple car¨¢cter interior y de rutina, lo trasladan a Palma de Mallorca.
Primero vive, como indultado y con contactos con el mundo exterior, en Valldemosa. Pero, al poco tiempo -1802-, el cerco se cierra de finitivamente y es trasladado al Castillo de Bellver. A continuaci¨®n se transcribe simplemente, ya que por s¨ª mismas hablan, algunas de las ¨®rdenes que el marqu¨¦s de Caballero, ministro del Gobierno entonces, y que fue quien lo desterr¨®, persigui¨® e incomunic¨®, al fin, por completo, dict¨® a su respecto.
?... siempre que el criado de dicho se?or haya de entrarle la comida, hacerle la cama u otro cualquiera servicio que necesite para su comodidad y aseo, deber¨¢ estar presente el oficial para precaver que hable reservadamente con su amo o pueda darle papel y tinta.? Sus Diarios se interrumpen en 1801 y no son reemprendidos hasta 1806. Jovellanos no puede escribir. Caballero s¨ª. Caballero escribi¨® las citadas instrucciones a primeros de mayo de 1802, cuando orden¨® su traslado de Valldemosa a Bellver. M¨¢s adelante, ordena una mayor vigilancia, ofreci¨¦ndole, incluso, al gobernador del castillo, el enviarle m¨¢s fuerzas si fuese necesario. A continuaci¨®n, ni del gobernador se f¨ªa y lo sustituye por uno nuevo, m¨¢s represivo a¨²n y m¨¢s de su cuerda.
Si Jovellanos tiene que confesarse, si se encuentra enfermo y si se hace preciso que pasee o que tome las aguas, la consulta a Madrid resulta imprescindible, y s¨®lo se le permite hacer lo que Caballero autoriza personalmente. Y Caballero no es generoso en sus autorizaciones, pues no le autoriz¨® sino a hacer ejercicio ?en la terraza del castillo-?-o a tomar ba?os de mar acompa?ado del gobernador un oficial y dos soldados.
Todo esto recoge Miguel Artola en el estudio preliminar a las ?Obras, publicadas e in¨¦ditas, de don Gaspar Melchor de Jovellanos?, en la colecci¨®n ?Biblioteca de Autores Espa?oles?.
Bien. La gran vida de aquel gran Jovellanos, a pesar de todo, contin¨²a, y, hasta su muerte, fructifica, Post mortem, tambi¨¦n. ?Ay!, este reinar despu¨¦s de morir tan nuestro y tan justo siempre. A veces, para bien del pueblo, y algunas otras, las m¨¢s, atado y bien atado, no se sabe -s¨ª se sabe- para bien de qui¨¦n.
A Plutarco invoco ahora, en sus ?Vidas paralelas?. Triste, espacio sa Espa?a, Fray Luis de Le¨®n dixit.Aquel catedr¨¢tico al cual, tambi¨¦n, se lajugaron de pu?o, como dec¨ªa mos ayer, y ahora, igualmente, decimos. A Aranguren recuerdo. A Maragall que, con el pie citado de Fray Luis, escribi¨® acerca de los idiomas patrios, cosas similares. A Dionisio. A Lorca. A quien, igual que a Jovellanos, se le neg¨® papel y tinta en la ¨²ltima nochel-a cuya amanecida iba a morir en sangre. ?Cu¨¢ntos m¨¢s? Con desgarro impertinente se escribe: m¨¢s incluso que ?los innumerables m¨¢rtires de Zaragoza?.
Se ley¨®, no hace mucho, en toda la prensa nacional -y pasamos ya de Bellver, en 1802, a San Carlos, en 1976, sin salir de la dulce isla de Mallorca, que Jaime el Conquistador quiso catalana, Rusi?ol en calma y en cuyo puerto hoy fondea el barco del Conde de Barcelona- se ley¨®, repito, unos p¨¢rrafos tr¨¢gicamente serios, m¨¢gnificos y ?de verdad?, firmados por el comandante Otero. Tambi¨¦n Otero estuvo incomunicado. Tambi¨¦n el comandante de la UMD, y, por ello condenado, padeci¨® en su propia historia leal a su conciencia y pensamiento esa otra terrible historia, de todos esos otros espa?oles leales a s¨ª mismos y a la verdad real, no a la sem¨¢ntica.
An¨®tese a Otero en la lista de los nombrados de esa triste y espaciosa Espa?a, as¨ª la bautiz¨® Fray Luis, y en la que tambi¨¦n est¨¢n inscritos los que, innumerables, no llegaron a tener nombre propio para la Historia, pero que bravamente an¨®nimos la padecieron, la aguantaron desde la base y que, indisbutiblemente, fueron los que cabal y de verdad, la hicieron siempre.
Jovellanos, y termino, despu¨¦s del Mot¨ªn de Aranjuez, en 1804 dej¨® Bellver por orden, cosa curiosa, del mismo Caballero, que no lo era, que lo hab¨ªa encarcelado. Al comandante Otero le alcanza, s¨®lo a efectos de encarcelamiento e incomunicaci¨®n, la miniamnist¨ªa concedida ahora. Jaime Miralles, abogado, con honroso nombre de calle madrile?a, puede, ampliar detalles de este triste proceso, desde su bufete en Madrid.
Terrible resulta cuando la historia se repite, como se dice siempre, efectivamente, pero s¨®lo en el peor sentido de su inexorable curso.
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