Chirac y el judo
En los medios pol¨ªticos franceses se especula con la posibilidad de que el presidente Giscard d'Estaing adelante unos d¨ªas su regreso a Par¨ªs, previsto en principio para el 22 de agosto. De concretarse las versiones, esto podr¨ªa significar que su caza de tigres en el Zaire lo habr¨ªa impulsado, definitivamente, a ir a la caza de Chirac. Un portavoz de la Uni¨®n de la Izquierda explic¨® la situaci¨®n con las siguientes palabras: ?Tal como est¨¢n las cosas, o el ?premier? se somete a la voluntad del presidente, o se va.?Pero esas ?cosas? no est¨¢n a¨²n nada claras. El se?or Chirac, es verdad, empez¨® a quejarse el domingo 25 de julio, en una rueda de amigos, del esp¨ªritu ?mon¨¢rquico? que s¨²bitamente se habr¨ªa apoderado del presidente. Posteriormente, a prop¨®sito de la venta de centra les nucleares a Pakist¨¢n, se lanz¨® a un canto gaullista sobre la ?independencia? francesa.
Pero hay que tener en cuenta, como bien lo dijo Mitterrand -aunque con iron¨ªa-, que Chirac se considera un ? presidenciable ?. Esto explicar¨ªa el hecho de que Chirac haya tambi¨¦n proclamado su deseo, apenas unas horas antes de sus murmuradas protestas sobre el ?monarquismo? giscardiano, de ?ser el mejor servidor del presidente?; un deseo que habr¨ªa vuelto a reiterar, incluso, durante los ¨²ltimos d¨ªas. En resumen: despu¨¦s de la experiencia de Giscard con De Gaulle, y de Chaban-Delmas con Pompidou, Chirac sabe perfectamente que en Franela es muy f¨¢cil hacer carrera en contra del El¨ªseo.
Resta por saber ahora si Chirac le sigue sirviendo o no al presidente. Robert Juillet dijo hace unos d¨ªas que el ?premier? hab¨ªa dejado de serle ¨²til a Giscard ?porque ya no puede gobernar a los ministros?. Este punto de vista aparece, en cierto modo, avalado por la realidad. En v¨ªsperas del ¨²ltirno Consejo de Ministros, el general Bigeard mantuvo una prolongada entrevista con Chirac, en la que el militar le plante¨® al primer ministro no s¨®lo el ?malestar? castrense ante la ?deliberada indolencia? con que la Presidencia estaba encarando el aprovisionamiento y modernizaci¨®n de las fuerzas armadas -sobre todo de la Armada-, sino los ?efectos pol¨ªticos perniciosos? que tal ?indolencia? podr¨ªan tener entre el gaullismo. El militar le sugiri¨® tambi¨¦n a Chirac que su falta de acci¨®n personal ante el presidente en ese tema terminar¨ªa por perjudicarlo de cara a los ?barones?, que ya lo estaban acusando abiertamente de ?connivencla con Giscard y con la OTAN?.
Chirac habr¨ªa replicado que el Gobierno no ir¨ªa m¨¢s all¨¢ de las promesas hechas por Giscard en Tol¨®n, a comienzos de este mes, en el sentido de que casi se duplicar¨ªa el tonelaje de la flota y de que Francia no abandonar¨ªa su pol¨ªtica ?nacional? en el Mediterr¨¢neo. Fue entonces -se asegura en los medios gaullistas- cuando Bigeard le anunci¨® su decisi¨®n de renunciar inmediatamente, lo que Chirac le habr¨ªa ?prohibido terminantemente?. Sin embargo, al d¨ªa siguiente, Bigeard puso su dimisi¨®n -escrita- sobre la mesa del Consejo, sin darle a Chirac la oportunidad de negociar. Horas m¨¢s tarde, el ex secretario de Defensa hizo unas declaraciones en las que si bien no se manifest¨® en contra de Chirac ni de Giscard, le dio impl¨ªcitamente la raz¨®n a Sanguinetti -otro ?rebelde? anterior- al revelar que se reducir¨ªa el volumen de la flota de 320.000 a 245.000 toneladas. ?Pocas veces se ha visto en el El¨ªseo -apunt¨® Julliet- una falta de disciplina tan evidente.?
No obstante, lo el erto es que el alejamiento de Giscard respecto de Chirac ya se hab¨ªa empezado a notar antes de la rebeld¨ªa de Bigeard. El 29 de julio Alain Peyrefitte fue llamado al El¨ªseo, y no precisamente por iniciativa de Chirac, sino por la del propio presidente. En el Quai d'Orsay se comenta ahora que Giscard, para asombro de Chirac, le ofreci¨® a Peyrefitte nada menos que el Ministerio de Relaciones Exteriores, algo que Peyrefitte ambiciona desde hace a?os. ?Las consultas -dijo en Dauville el se?or Gabel, miembro del equipo de Servan-Schreiber, en Normand¨ªa- ya han comenzado, ?
Pero la ?vitalidad contagiosa del chiracqu¨ªsmo -as¨ª lo acaba de expresar el profesor Jacques Robert- no es desde?able. S¨®lo un plan giscardiano de muy largo alcance puede sacar a Chirac de Matignon en estos momentos. Tal proyecto no es descartable, ni mucho menos, especialmente si Giscard considera -quiz¨¢ con la ?connivencia? de Chirac- que el gaullismo puede ser un buen caballo de Troya en la ciudadela de la izquierda, o un ¨²ltimo recurso para una segunda vuelta en las elecciones presidenciales. Pero aunque as¨ª no fuera, y Chirac se viese ante la alternativa real -o mon¨¢rquica- de renunciar o someterse, el chiracquismo parece sentirse en condiciones de dar todav¨ªa su batalla. Durante su reciente visita al Jap¨®n, Chirac hizo suyo, p¨²blicamente, un antiguo lema de los judistas japoneses: ?Para vencer -dijo- es necesario renunciar a ganar?.
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