Falta una palabra
Ante las pr¨®ximas elecciones en la Rep¨²blica Federal, el corresponsal en Berl¨ªn de TVE dijo anoche en su cr¨®nica: ?La oposici¨®n proclama su amor por Alemania?.Durante los ¨²ltimos d¨ªas, un vendaval ha agitado, las p¨¢ginas de EL PAIS. Lo inici¨® su editorial sobre autonom¨ªas y nacionalidades contra el que ha brotado una reacci¨®n, adversa y a menudo airada, en la prensa de Barcelona, a cuyas respuestas este peri¨®dico ha dado generosa acogida. Quiz¨¢ sea ¨²til un nuevo esfuerzo para descifrar una posible clave de ese editorial, a fin de que su verdadero esp¨ªritu sea comprendido por aquellos a quienes ha herido.
Creo que esa clave se encuentra fuera del derecho constitucional. Lo esencial, en efecto, no es saber si la forma jur¨ªdica que debe revestir en el futuro el Estado espa?ol (una expresi¨®n, por cierto, acu?ada durante el franquismo, que no quer¨ªa hablar ni de Reino ni de Rep¨²blica) ha de ser la misma que ha revestido durante varios siglos o la que algunos recomiendan ahora de nuevo. Este es, sin duda, un asunto importante; y sobre ¨¦l se pronunci¨® EL PAIS en su editorial anterior que desaprobaba el prop¨®sito de transformar el presente Estado unitario en un Estado federal. Quiero manifestar aqu¨ª mi coincidencia con esta opini¨®n porque me sigue pareciendo vigente la sentencia de Ortega, en las Cortes de la II Rep¨²blica, seg¨²n la cual ?un Estado unitario que se federaliza es un organismo de pueblos que se retrograda y camina hacia su dispersi¨®n?. Los ejemplos contrarios citados en estas p¨¢ginas no resultan convincentes: el unitarismo alem¨¢n ha sido muy breve y en ese pa¨ªs no existen hoy fuertes tensiones dispersivas como las que se dan entre nosotros; en cuanto a la Uni¨®n Sovi¨¦tica, todos conocemos la ley de la fuerza, que predomina sobre la supuesta estructura federal y, por si alguien lo dudara, el cient¨ªfico Le¨®nidas Pliuchtch, exiliado y neomarxista, acaba de decir a un periodista espa?ol esta frase reveladora: ?Como ucraniano, con mi pueblo sumido en una opresi¨®n centralista...?
No obstante, estimo tambi¨¦n que el sistema federal puede ser defendido como un m¨¦todo aplicable a la organizaci¨®n del Estado; y un sistema de autonom¨ªas como el propugnado por diversas corrientes pol¨ªticas actuales podr¨ªa no quedar demasiado lejos de una estructura federal que, incluso, otorgar¨ªa tratamientos particulares a las regiones que tengan m¨¢s conciencia de sus respectivos factores diferenciales, ya que -digan lo que quieran algunos escritores andaluces- el problema ling¨¹¨ªstico no es el mismo al sur de Despe?aperros que al norte de Los Monegros. Por eso creo que el problema es otro.
Se trata, simplemente, de saber si se acepta, defiende y valora la unidad esencial de Espa?a. Esto est¨¢ claro en lo que suele llamarse el Sistema, y yo creo que lo est¨¢ tambi¨¦n en la conciencia de la inmensa mayor¨ªa de los espa?oles; pero, en cambio, son muchas las declaraciones de la auto-llamada -y auto-convocada- oposici¨®n democr¨¢tica de cuya lectura no se deduce que quienes las formulan posean una idea firme y clara de Espa?a, que puede y debe diferir de la del Gobierno, pero que coincide en considerarla como un valor com¨²n de nuestro pueblo. El fen¨®meno es muy perceptible en los portavoces de lo que ahora, con una jerga admirable, se llaman instancias unitarias cuando ¨¦stas responden a localizaciones geogr¨¢ficas sectoriales, es decir, cuando son lo que nosotros denominar¨ªamos grupos pol¨ªticos regionales. Pero ocurre casi lo mismo con los jefes de las instancias unitarias extendidas por todo el Estado espa?ol, a las que uno calificar¨ªa -y que ellos me perdonen- como de ¨¢mbito nacional. Por ejemplo, Felipe Gonz¨¢lez acaba de otorgar una larga entrevista a un vespertino madrile?o, en la que utiliza una sola vez la palabra Espa?a, para prevenimos contra el riesgo grave de una polarizaci¨®n pol¨ªtica en dos bloques, mientras que habla no menos de seis veces de las nacionalidades y regionalidades (sic) como de un problema prioritario. No es infrecuente que, en estas manifestaciones, oigamos hablar de la autodeterminaci¨®n, con l¨¦xico que nos induce a pensar que algunas de estas nacionalidades y regionalidades acabar¨¢n defendiendo su pleito en el comit¨¦ neoyorquino de los Veinticuatro...
El ejemplo m¨¢s claro y reciente de lo dicho lo acaba de dar ese notable grupo de la oposici¨®n, que se ha reunido en un hotel de Madrid. La nota oficial que han difundido no utiliza ni una sola vez la palabra Espa?a, que queda as¨ª despojada de su car¨¢cter substantivo. Verdaderamente, se requiere un gran esfuerzo mental para sustituir a Espa?a, comunidad viva de los espa?oles de todos los tiempos, por su principal -pero no ¨²nico- aparato burocr¨¢tico que es el Estado espa?ol, donde lo espa?ol se reduce a adjetivo. Llegamos de ah¨ª al sorprendente hecho de que ese comunicado haya sido distribuido en las cuatro lenguas del Estado espa?ol, lo que es una falsedad manifiesta de la que, como funcionario estatal, he de dejar constancia. Las lenguas del patrimonio cultural de Espa?a son cuatro, y quiz¨¢ m¨¢s; modestamente debo a?adir que he dado pruebas fehacientes de mi respeto y hasta de mi, apoyo a todas ellas, a las que amo justamente porque son espa?olas. Pero el Estado espa?ol, que yo sepa, utiliza s¨®lo aquella en la que se entienden entre si las instancias unitarias y que es, por cierto, la lengua general de la naci¨®n, adem¨¢s del idioma oficial del propio Estado. Como hecho tan evidente no puede ser desconocido por tan eminentes hombres p¨²blicos, cabe abrigar la sospecha de que en ese distinguido c¨®nclave haya habido una voluntad deliberada de evitar la palabra Espa?a por si resulta bandera de discordia que pudiera perturbar la armon¨ªa de los congregados.
Y esto es lo que yo estimo que subyace en el editorial comentado y, por tanto, en la pol¨¦mica subsiguiente: la grave duda que muchos espa?oles albergamos de que la que cre¨ªamos ser una naci¨®n formada en varios siglos de vida y obra en com¨²n, resulte ser ahora un mosaico de naciones y no s¨®lo de regiones, mientras que el empleo de banderas y lenguas varias, a las que amamos porque son espa?olas, se haga con el prop¨®sito de que dejen de serlo y con exclusi¨®n, por tanto, de la lengua bandera que son propiedad de todos los espa?oles. Si tales dudas se aclaran con hechos y no s¨®lo con palabras, desaparecer¨¢ un riesgo cierto para la convivencia futura. Ser¨ªa, en resumen, deseable que, como en Alemania, la oposici¨®n proclamara su amor por una Patria com¨²n cuya organizaci¨®n es modificable, pero cuya unidad no puede ser puesta en tela de juicio.
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