Estado y Naci¨®n
El ejemplo reciente no es sino un caso m¨¢s. Declaraciones rectificadas, protestas colegiales, editoriales replicadas. explicaciones unilaterales... Estamos ante una falta de correlaci¨®n entre los vocablos que usamos y el contenido quienes reconocemos: cualquier t¨¦rmino suena a equ¨ªvoco cuando no es multiequ¨ªvoco.El fondo se explica por la crisis de pensamiento en que vivimos. Y el que tenga una exteriorizaci¨®n tan tajante creo que debe preocuparnos a todos, pues la divergencia ideol¨®gica subyace en una aparente comunidad sem¨¢ntica
Pronunciamos palabras con significados diferentes: la democracia con o sin adjetivos, las asociaciones pol¨ªticas o no... Acudimos sobre todo a la Historia para tergiversarla, quiero creer que con la mejor buena fe; creyendo que no actuanos sino como continuadores. Dada mi profesi¨®n de historiador he de asombrarme de que se trate de llamar juntas generales a mecanismos que nada tienen que ver con los surgidos bajo tal r¨®tulo en la guerra de la Independencia que se haya propuesto establecer un Justicia Mayor del todo incomprensible en nuestra actual circunstancia... Ya fue bastante que llam¨¢ramos fueros a disposiciones dogm¨¢ticas declarativas. Es menos grave traducir que transponer: traducimos movimiento del alem¨¢n beegung, pero eran conceptos que respond¨ªan a una misma estructura temporal. Lo m¨¢s da?oso culturalmente hablando es la transposici¨®n en el tiempo. Porque el tiempo es lo que nos califica; la historia, el equipaje humano. ?Jugar con la historia creo que es delito social!
Licenciado en Derecho por Valencia y Bolonia, y en Ciencias Pol¨ªticas por Madrid; ha sido profesor de Historia de las Ideas, director general de Prensa, director de la Escuela Oficial de Periodismo y decano de la Facultad de Ciencias de la Informaci¨®n
Es autor de varias obras sobre periodismo. Alicantino, naci¨® en 1907.
Y estamos jugando con la historia en el mismo concepto de asociaci¨®n pol¨ªtica como traje de etiqueta bajo el cual puede reciberse el partido pol¨ªtico. Las asociaciones pol¨ªticas son cosa bien distinta: cumplen tareas de propaganda. As¨ª la Constituci¨®n de 1876 las reconoc¨ªa. Y nadie pens¨® que se equiparaban a los grupos de promoci¨®n gubernativa fueron tales las aboliciones en materia de esclavitud y las librecambistas en cuanto al trato del comercio exterior, ¨²nicas que existieron al lado de los partidos y sin cofunsi¨®n con estos.
Pero vayamos al caso flagrante, reciente. A mi modo de ver se confunden Naci¨®n y Estado y se funden ambos conceptos con el de Espa?a
Estado y Naci¨®n son t¨¦rminos de una gran riqueza de contenido, forjados a lo largo de la Edad Moderna e imcomprensibles en tiempos anteriores. Estado nos habla por primera vez Maquiavelo y de la Naci¨®n nos dice algunas palabras testimoniales Erasmo. De Espa?a tenemos largas referencias hist¨®ricas. Pedro La¨ªn ha se?alado certeramente cual es su contenido. Se trata a mi parecer, de un producto cultural decantado por las artes de la convivencia. Nadie duda de que la unidad de Espa?a tiene arranque constitucional al iniciarse la Edad Moderna, aunque el vocablo ya se utilizase antes (e incluso en cierto tiempo para indicar la zona no cristiana. Lo que sucede es que Espa?a se confunde con Estado y con Naci¨®n mientras unidad s¨®lo se ve en la uniformidad.
Quienes apelan a la unidad de Espa?a no miran a la Espa?a de los Reyes Cat¨®licos sino al uniformismo centralizador de los Borbones. Hasta el siglo XVIII nada borr¨® las antiguas organizaciones nacionales o regionales, como hay que decir tras la fusi¨®n de la Naci¨®n con el Estado. El Estado-nacion al se produce tras la tesis de las fronteras naturales, lanzada por Luis XIV para servir los intereses de Francia. Esta quedaba justificada entre los Pirineos, el Rin y los dos grandes mares... Pero semejante f¨®rmula no fue v¨¢lida para Espa?a, al cortarle el paso al Atl¨¢ntico. Fuimos m¨¢s Estado pero menos Naci¨®n: perdimos al norte parte de la poblaci¨®n vasca y parte de la Naci¨®n catalana (nacionales hasta entonces, regionales luego) Logramos centralizar y emp¨¦zamos a confundir unidad con uniformidad. Los Estados de la Corona de Arag¨®n se rigieron seg¨²n los modos de la Corona de Castilla.
Vale la pena de que recordemos un episodio que nos duele no s¨®lo corno miembros de una de las comunidades excluidas sino como los espa?oles que sentimos la unidad de las tierras y de los hombres: los aragoneses (s¨²bditos de la antigua Corona) no pod¨ªan ?pasar? a las Indias, no ya a poblar, a instalarse como lo hac¨ªan los castellanos (y sus prolongaciones demogr¨¢ficas de Extremadura y de Andaluc¨ªa) sino ni siquiera como funcionarios. El tema lleg¨® a las Cortes castellanas (vigentes sin riesgo de la unidad) donde en 1532 se sorprenden de que un tal Mart¨ªn Vicente haya logrado un canonicato en Indias y resultase que era catal¨¢n. de Tarragona... Los lectores de la Pol¨ªtica indiana, obra documentad¨ªsima del gran Sol¨®rzano Pereira , han podido comprobar bajo la unidad de Espa?a del siglo XVI, vascos y aragoneses eran considerados extranjeros en cuanto a Indias, lo mismo que los portugueses, los italianos y los flamencos, s¨²bditos tambi¨¦n de su Cat¨®lica Majestad.
No resisto callar el argumento de Sol¨®rzano sobre una ocasi¨®n en que se produjo un nombramiento de funcionario no natural de Castilla: solamente ser¨ªa admisible si no hubiese persona h¨¢bil entre los castellanos. d¨¢ndole el trato que a los lebreles que con tanta diligencia y expensas se buscan en el Epiro o en Lacedemonia no habi¨¦ndolos en las tierras del Reino.
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