Tipos de inter¨¦s y competencia bancaria: ?m¨¢s competencia, por favor!
Nos encontramos ante un tema capital para el futuro de la actividad bancaria pero al que, parad¨®jicamente, los banqueros han dedicado poca atenci¨®n. De hecho, s¨®lo dos de los informes examinados hacen referencia expl¨ªcita al tema: criticando la existencia de extratipos, el consejero-delegado del Vizcaya afirma en tono resignado que su banco ?aceptar¨ªa la libertad de tipos de inter¨¦s con los controles y limitaciones que la prudencia recomendase...?. Por su parte, el presidente del Bilbao, despu¨¦s de referirse a la banca oficial, sostiene que ?la funci¨®n social de la banca debe pasar por el meridiano de la competencia?. ?Qu¨¦ se puede inferir acerca del pensamiento de los banqueros en estos dos temas vitales? Sin temor a pecar de exagerados dir¨ªamos que la banca, o al menos la gran banca, no parece tener un excesivo af¨¢n por conseguir la libertad de los tipos de inter¨¦s y que la competencia que reclaman es una competencia ?sui generis?. Intentaremos demostrarlo.El Cuadro 1 recoge la evoluci¨®n de los tipos libres pagados por algunos bancos por sus pasivos a partir del tercer trimestre de 1974, fecha en que se instaur¨® una cierta libertad de tipos y desde la cual hubiera sido posible observar una cierta competencia. Nada de eso refleja el cuadro; los siete grandes bancos comerciales han mantenido desde el principio una actitud concertada en lo que se refiere al nivel y a la evoluci¨®n de sus tipos -la mayor variabilidad y los tipos m¨¢s altos se observan en el caso del banco extranjero y del banco industrial no encuadrado en esas fechas en el grupo financiero de ning¨²n gran banco comercial. En 1976, lo incorpora el grupo del Central, a trav¨¦s del banco de Fomento. Alg¨²n banco comercial de tama?o grande -caso del Exterior- o medio -caso del Ib¨¦rico o Atl¨¢ntico- han hecho tambi¨¦n un poco la guerra por su cuenta, pero sin excesiva agresividad.
Las cifras no dejan dudas sobre cual ha sido la actuaci¨®n de la gran banca a lo largo de estos a?os. Con un comportamiento eficazmente cartelizado, ha impedido que la remuneraci¨®n de sus pasivos sobrepasara un nivel relat¨ªvamente bajo, m¨¢s aun si se tiene en cuenta la tasa de inflaci¨®n, dando una muestra clara de lo que entiende por competencia. Sin embargo, la referencia del Bilbao, antes citada, acaso apunte un cambio de actitud que conviene analizar.
Como se recordar¨¢ en 1969 se inici¨® una actitud liberalizadora en la pol¨ªtica de tipos de inter¨¦s que sufri¨® un par¨®n con la fijaci¨®n, en julio de 1973, de un tipo m¨¢ximo de inter¨¦s del 6 por 100 para los dep¨®sitos a m¨¢s de dos a?os, en la banca industrial -que hasta entonces eran libres- y de su extensi¨®n a la banca comercial y a las cajas de ahorros. Un a?o despu¨¦s, la orden ministerial de 9 de agosto de 1974, liberaliz¨® los tipos de inter¨¦s de los dep¨®sitos a dos o m¨¢s a?os de plazo, tanto para la totalidad de la banca como para las cajas y las cooperativas de cr¨¦dito, que no fue bien recibida por la gran banca.
Sospechamos, y la referencia del se?or S¨¢nchez Asia¨ªn as¨ª nos lo confirma, que el paso del tiempo ha ido convenciendo a los banqueros m¨¢s din¨¢micos de que con la actual estructura del sistema bancario poco hay que temer de una liberalizaci¨®n de los tipos de inter¨¦s de los dep¨®sitos bancarios, y que un mayor grado de competencia pod¨ªa incluso beneficiarles. Naturalmente, liberalizaci¨®n y competencia ?ordenadas?. Porque, en efecto, a d¨®nde podr¨ªa ir el ahorrador espa?ol con su dinero, sino a los dep¨®sitos bancarios y a los certificados de dep¨®sitos -ocasionalmente a los bonos de caja-. Y este es el problema: el ritmo de inflaci¨®n torna negativa la remuneraci¨®n que el ciudadano medio recibe por sus ahorros, pero no le queda otro remedio que aguantarse o entrar en el circuito, precisamente no muy productivo para la actividad nacional, de la compra de parcelas o de pisos sempiternamente m¨¢s caros y peor constru¨ªdos.
Se comprende, pues, que los banqueros hablen de competencia y libertad de tipos de inter¨¦s. Si ¨¦sta se limita ¨²nicamente a los activos existentes ya se encargar¨¢n ellos de alinear los tipos a los niveles que m¨¢s les convenga, permitiendo s¨®lo que alg¨²n banco aislado marque un paso diferente. No comulgamos, como es natural, con este enfoque de la competencia. En nuestra opini¨®n, para que aqu¨¦lla sea verdaderamente efectiva el ¨²nico camino es la liberalizaci¨®n total de los tipos y la creaci¨®n de activos competitivos con los dep¨®sitos bancarios. S¨®lo cuando se pueda elegir, por ejemplo, entre colocar un dinero en bonos del Tesoro, c¨¦dulas hipotecarias, certificados de dep¨®sito, imposiciones a plazo, y obligaciones, habr¨¢ verdadera libertad y competencia; y s¨®lo cuando ¨¦stas existan, y por parad¨®jico que parezca, se hallar¨¢n los banqueros en una posici¨®n inexpugnable para atacar el coeficiente de inversi¨®n. Que esto no les guste a los bancos es otro punto, pero llamar a las cosas por su nombre ha sido siempre el mejor camino para entenderse.
La apertura de sucursales: una forma costosa de competir
Otro de los temas importantes en las exposiciones de los banqueros es el de la apertura de nuevas oficinas. Salvo en la del Central, las juntas de accionistas oyeron frases de descontento en boca de sus dirigentes sobre este tema, siendo especialmente abiertas en los casos del Bilbao, Urquijo y Santander. En l¨ªneas generales, los banqueros estimaban ?que el af¨¢n de rapid¨ªsimos crecimientos en la apertura de oficinas bancarias... podr¨ªa ser peligroso? (Santander). Esta loable preocupaci¨®n, que compartimos, enlaza con el tema de la competencia, pues como bien se dice, la apertura de nuevas oficinas es la ?manera m¨¢s espectacular? (Urquijo) de competencia bancaria a la espa?ola. Pero antes de entrar de lleno en la discusi¨®n del tema, parece conveniente situarlo en una perspectiva hist¨®rica de lo que ha sido la expansi¨®n bancaria en los ¨²ltimos a?os.
La norma b¨¢sica de la situaci¨®n vigente hasta 1974 era la 0. M. de 15 de noviembre de 1971. Seg¨²n ella, los planes de expansi¨®n fijados por Hacienda, comprend¨ªan un 20 por 100 de oficinas que los bancos hab¨ªan de abrir necesariamente en las plazas determinadas por las autoridades, siendo el 80 por 100 restante de libre elecci¨®n. Los bancos se clasificaban en tres categor¨ªas -nacionales,-regionales, y provinciales- existiendo un baremo de habitantes por plaza para el c¨¢lculo de la capacidad. Como se podr¨¢ deducir de estos rasgos generales, aunque mejor que el anterior, el sistema era complicado, burocr¨¢tico, y tend¨ªa a beneficiar a las dos ¨²ltimas categor¨ªas de bancos por cuanto consum¨ªan el 50 y el 25 por 100, respectivamente, de la capacidad de expansi¨®n de los nacionales. Esta sola circunstancia explica por s¨ª sola parte de las compras de bancos peque?os, realizadas por algunos grandes bancos en los ¨²ltimos a?os.
El Decreto de 9 de agosto de 1974 -y la 0. M. de septiembre del mismo a?o- instaur¨® un sistema de libertad total que, en general, favorec¨ªa a los bancos de nueva creaci¨®n al hacer depender la capacidad de expansi¨®n s¨®lo de los recursos propios.
Este es el r¨¦gimen que, por estas y otras razones, de m¨¢s peso, critican ahora los banqueros. Pues bien, sus protestas parecen haber sido escuchadas una vez m¨¢s; la O. M. de 3 de mayo de 1976, vuelve a l¨ªmites m¨¢s prudentes. Al elevar de forma notable la escala utilizada por el c¨¢lculo de capacidad de expansi¨®n la elevaci¨®n es general, pero bastante m¨¢s fuerte en los primeros grupos; es decir, aquellos referentes a grandes poblaciones.
Resulta a todas luces cierto que la apertura de nuevas oficinas constituye un muy medio caro de competir. Se ha calculado que s¨®lo los costes de adquisici¨®n e instalaci¨®n de una oficina. bancaria en Madrid, ascienden, aproximadamente, a 40 millones de pesetas por t¨¦rmino medio -en provincias oscila alrededor de la mitad. A ello deber¨¢ a?adirse el coste de personal, proporcionalmente m¨¢s elevado para los bancos peque?os o nuevos, ya que al ser escasos sus efectivos humanos deben atraer a empleados de otros bancos pag¨¢ndoles un sueldo superior.
Esta competencia esp¨²rea presenta, pues, dos graves inconvenientes que bastar¨ªan para descalificarla. En primer lugar, no est¨¢ claro, ni mucho menos, a partir de qu¨¦ punto, al contar con m¨¢s oficinas bancarias a su alcance, el cliente obtiene un mayor bienestar, mientras que resulta indiscutible que su posici¨®n mejora con una remuneraci¨®n m¨¢s alta de sus dep¨®sitos. Segundo, las consecuencias de esta clase de competencia para las econom¨ªas a escala del negocio bancario, son r¨¢pidamente negativas. Nos gustar¨ªa saber, y no por ociosa curiosidad, las normas seguidas por los bancos para decidir los l¨ªmites de su expansi¨®n territorial y hasta qu¨¦ punto emplean criterios estrictos de maximizaci¨®n de beneficios frente a otros m¨¢s o menos artificiales; como por ejemplo ?el ranking?. Estamos, todo parece indicarlo, ante una forma muy cara de competencia. ?Por qu¨¦ se empe?an en ella los banqueros? Muy sencillo; porque no desean competir a trav¨¦s del cauce natural -los tipos de inter¨¦s- y no aceptan la introducci¨®n de mayores dosis de mercado en el sistema financiero.
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