Un d¨ªa hist¨®rico para la Universidad
No, no se trata de aludir al bienvenido retorno de los profesores sancionados, sobre el que, por cierto, convendr¨ªa puntualizar algunas cosas que flotaban en el delicado ambiente universitario al comenzar el curso. Todos, sin excepci¨®n alguna, nos sent¨ªamos satisfechos, e incluso orgullosos de contar otra vez con la presencia activa de hombres-s¨ªmbolo como Aranguren y Tierno; todos, incluso los que estamos en absoluto desacuerdo con la teor¨ªa de Aranguren sobre la explosiva simbiosis de pol¨ªtica y Universidad. Ya s¨¦ que hay que comprender la frase dentro del contexto; y que Aranguren esboz¨® un apunte comunicativo, y no una t¨¦cnica revolucionaria. Pero este es un pa¨ªs de frases m¨¢s que de contextos; y los soci¨®logos de la comunicaci¨®n lo saben mejor que nadie. Con toda sinceridad pienso que incluso los profesores pol¨ªticos s¨®lo podemos ir a la Universidad para hacer ciencia; para comunicar e intercomunicar saberes; para hacer y rehacer universidad. La derivaci¨®n pol¨ªtica se nos impone, abrumadoramente, desde el indeseable factum de la masificaci¨®n. Que puede encauzarse y paliarse, pero no aceptarse como un hecho normal so pena de incursi¨®n en la demagogia.Este comentario no se refiere, como venimos diciendo, a tan grato retorno, sino a lo que estaba sucediendo casi a la vez en dos Universidades de Madrid sin que nadie se en terase. El t¨ªtulo -Un d¨ªa hist¨®rico para la Universidad espa?ola- fue una frase pronunciada desde un tribunal de tesis por un cient¨ªfico tan poco propenso al ditirambo como el profesor Jos¨¦ Mar¨ªa Jover Zamora. Con toda la raz¨®n del mundo. El profesor Jover particip¨® ese d¨ªa en cuatro tribunales de tesis doctoral; dos, por la ma?ana, en la Complutense; dos, por la tarde, en la Aut¨®noma. Tuve el honor de acompa?arle en tres de esos tribunales; y asist¨ª, como apasionado espectador, a los trabajos del cuarto.
Abri¨® la jornada el doctor Manuel Coma con una minuciosa tesis sobre la vida pol¨ªtica y las elecciones de 1930-1931 en Galicia. El estudio anal¨ªtico del caci quismo, tan brillantemente iniciado por el profesor Javier Tusell en tesis tan reciente como c¨¦lebre, cuaja ya hasta extremos. casi inveros¨ªmiles de an¨¢lisis y penetraci¨®n en la vida pol¨ªtica de una regi¨®n descono cida; en los entresijos del pa¨ªs real, con la plena incorporaci¨®n metodol¨®gica de la prensa como fuente. Una suave ventolera oxoniana invad¨ªa despu¨¦s el helado sal¨®n de grados del edificio B -en trance de discutida ruina f¨ªsica- cuando Jos¨¦ Varela Ortega, nieto de don Jos¨¦ Ortega y Gasset, nos ofrec¨ªa, en la defensa de su espl¨¦ndida tesis, las primicias de un decisivo libro sobre la restauraci¨®n, concebido entre los principales archivos de Espa?a y Europa. Como la reciente revelaci¨®n de Ju¨¢n Pablo Fusi, la tesis-libro de Varela Ortega confirmaba el inmenso servicio de Raymond Carr a la joven historiograf¨ªa espa?ola. Despu¨¦s de las incertidumbres metodol¨®gicas y las interferencias pol¨ªticas que describi¨® magistralmente Jover en el ensayo que abre los doce estudios contempor¨¢neos por ¨¦l dirigidos y editados, una nueva generaci¨®n de historiadores est¨¢ ya en plena marcha; esta es la confirmaci¨®n que afloraba en el d¨ªa hist¨®rico.
Por la tarde, en la Aut¨®noma, y en precaria saleta prestada -aqu¨ª la ruina no es s¨®lo presunta- el doctor Manuel P¨¦rez Ledesma defend¨ªa su definitiva historia del per¨ªodo original de la Uni¨®n General de Trabajadores; el profesor Maravall consumi¨®, en su luminoso comentario, un turno equivalente a una clase entera. Pilar Castillo, bibliotecaria del Estado Mayor de la Armada, nos presentaba despu¨¦s la figura gigante de V¨¢zquez Figueroa; el organizador de la Marina sutil, en la guerra de la Independencia, el hombre que se neg¨® al chanchullo de la camarilla fernandina con motivo de la compra de una escuadra rusa podrida; el pol¨ªtico que salva, con su dignidad y su quehacer, el honor de la Administraci¨®n espa?ola en tiempos degenerados.
Cada una de estas tesis es noticia; pero juntas suponen un acontecimiento. Se leyeron entre los tiznajos inciviles que flanquean las grietas de la Complutense; y a la vera de los cascotes reci¨¦n ca¨ªdos de la nueva Aut¨®noma. Las dos facultades aherrojadas, m¨¢s que otras, por la helada burocracia ministerial, que retribuye -porque es la ley, claro- dedicaciones exclusivas con gratificaciones irrisorias; que ha vegetado durante d¨¦cadas sobre la rom¨¢ntica generosidad de quienes jam¨¢s desertar¨¢n de la Universidad desmantelada; porque creen en su transfiguraci¨®n y en su resurrecci¨®n, s¨®lo posible cuando la Universidad se libere, a la vez, de la chusma extrauniversitarla y de la impersonalidad centralizadora.
La rom¨¢ntica y absurda generosidad de quienes han hecho posible, con su presencia callada de todos estos a?os, que unos centenares de alumnos y profesores -ellos tambi¨¦n- recibieran, con ovaci¨®n merecid¨ªsima, a sus colegas expulsados anta?o. Porque gracias al diario sacrificio de los que permanecieron, los sancionados han podido volver a algo que a pesar de todo se llama todav¨ªa Universidad. Y a veces lo es, plenamente, hist¨®ricamente.
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