Mar¨ªa Blanchard y su tiempo
Hace ahora 61 a?os que tuvo lugar en Madrid la primera exposici¨®n cubista. Concurrieron a ella, entre otros, el escultor ruso Lipchitz (refugiado entre nosotros, con ocasi¨®n de la Gran Guerra), el pintor mexicano Diego Rivera, y la santanderina Mar¨ªa Guti¨¦rrez Blanchard (que, como hiciera Picasso con el Ruiz, dar¨ªa al olvido su primer y muy com¨²n apellido y se har¨ªa conocer con el segundo, m¨¢s cosmopolita o, simplemente, m¨¢s franc¨¦s). La reacci¨®n del p¨²blico fue de ostensible hostilidad (con intervenci¨®n, incluso, de la polic¨ªa), y de abierta censura la de la cr¨ªtica, adobada, eso s¨ª, con tales cuales consejos paternalistas y disuasorios.Lamenta Jos¨¦ Franc¨¦s (El a?o art¨ªstico, marzo, 1915) los nuevos derroteros de nuestra. Blanchard, que, ganadora de sendas medalla en- las exposiciones de 1908 y 1910 promet¨ªa un futuro glorioso y admirable; invoca el magisterio de Sotomayor y Benedito, a los que llama grandes artistas contempor¨¢neos, e, incluyendo en el lance al mexicano, concluye literalmente: ?Bien s¨¦ que no habr¨¢n de hacerme caso ( ... ) No obstante, en nombre de los cuadros admirable de antes, yo me permitir¨ªa rogar a la se?orita Guti¨¦rrez y al se?or Rivera que olvidaran en lo sucesivo estos cuadros de ahora?.
Mar¨ªa Blanchard (1881 - 1932)
Galer¨ªa Biosca. G¨¦nova, 11.
Naturalmente que la se?orita Guti¨¦rrez y el se?or Rivera no hicieron el menor caso a las exhortaciones del se?or Franc¨¦s, ni se les ocurri¨® confiar al olvido sus notables obras cubistas, destinados como estaban, la una, a engrosar la orla de los insignes artistas espa?oles de aquel tiempo (los Picasso, Gris, Gargallo, Julio Gonz¨¢lez ... ) y a ser, el otro, firme pilar del muralismo mexicano. Viene a cuento la an¨¦cdota para mostrar, sin eufemismos, c¨®mo nuestra cr¨ªtica al uso y tambi¨¦n el pensamiento de mayores vuelos (sea ejemplo la ?Generaci¨®n del 98?) quedaban descolgados de la vanguardia internacional, en cuyas filas no eran escasos, parad¨®jicamente, los nombres espa?oles.
No faltan, aunque tampoco sobren, las excepciones, encabezadas, casi en solitario, por Valle-Incl¨¢n y G¨®mez de la Serna. Vale la pena, a tal respecto, cotejar lo escrito por el citado Franc¨¦s y por el gran Ram¨®n, de cara a la exposici¨®n que comentamos, o a uno de los cuadros colgados en ella por Mar¨ªa Blanchard: La Venus de Madrid. Repugnante desnudo, fue el juicio del primero, en tanto el otro le asignaba la condici¨®n creadora de un hallazgo. Tambi¨¦n vale la, pena advertir, por confirmar cuanto digo, c¨®mo el ¨²nico nombre que de entre el tumulto de aquella muestra colectiva vino al recuerdo posterior de G¨®mez de la Serna (?Automoribundia, I?) fue el de Valle-Incl¨¢n.
La actual exposici¨®n de Mar¨ªa Blanchard me lleva a recordar la de 1915 y a insistir, para que entre tambi¨¦n en la cr¨ªtica el pensamiento de mayores vuelos, en algo que, recientemente, dej¨¦ dicho, con motivo del centenario de Marinetti: ?Nuestros escritores (la ?Generaci¨®n del 98?) estaban dados a la, anacr¨®nica a?oranza del Medievo, a la exaltaci¨®n de la ancha Castilla o al delicado dilema de si espa?olizar a Europa o europeizar a Espa?a. Enteramente ajenos, hecha excepci¨®n de Valle-Incl¨¢n y G¨®mez de la Serna, al signo del porvenir y cegados por notoria aversi¨®n hacia el arte, ignoraron (?que ya es ignorar!) al mism¨ªsimo Picasso?.
Fijo e ilustre el nombre de Mar¨ªa Blanchard, prest¨® mayor atenci¨®n a la colectiva de entonces, que a la antol¨®gica de hoy, por obvias razones. Lo aqu¨ª y ahora expuesto dice, de un lado, mejor relaci¨®n con los empe?os de la vanguardia (arriesgada vanguardia) de aquel tiempo, que con las actuales (y superinformadas) orientaciones est¨¦ticas. ?No ofrece, de otra parte, la presente antolog¨ªa de la Blanchard, la ocasi¨®n, que ni so?ada, de reanimar la obscura historia -de su ¨¦poca y dejar muy en claro el contraste, entre la aventura que, all¨¢ de las fronteras, encabez¨® Picasso y qued¨®, durante tanto tiempo (?hasta ayer?), incomprendida, ac¨¢ de ellas? ,
Reconocido cuanto de afinidad y afecto medi¨® entre Mar¨ªa Blanchard y Juan Gris (?Mi querida Mar¨ªa- escribe el pintor a la pintora, en 1921-, mis felicitaciones calurosas v un abrazo?), quiero insinuar Urla relaci¨®n particular¨ªsima entre nuestra gran pintora cubista y el leg¨ªtimo padre del cubismo, Pablo Picasso. De entre el extenso repertorio de la Blanchard, los cuadros anal¨ªticos, sordos, acrom¨¢ticos, reducidos algunos al blanco y al negro, adquieren una s¨®lida consistencia, paulatinamente desvanecida en los de ¨¦pocas posteriores, sobrecargados de color, oscilantes entre la ense?anza de los ¨®rficos y las escuelas del expresionismo alem¨¢n.
?Y no ocurre otro tanto con la pintura de Picasso? ?No pasa por ser su obra definitiva el Guernica, concebida en blanco y negro y consumada como un gran grabado pintado al ¨®leo? Reparen, quienes a¨²n discuten la paternidad de Picasso en la empresa cubista, en esta condici¨®n tan propia de los espa?oles como desfecta a la efusi¨®n del color con que los franceses, ¨®rficos o no, adornaron el cubismo. De esta condici¨®n, de esta misma pasta, es Mar¨ªa Blanchard. El ejemplo queda a la vista de quien recorre y vuelve a recorrer, con emoci¨®n y agradecimiento, su actual y tard¨ªa exposici¨®n antol¨®gica.
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