La Falange al cabo de los a?os
SON PUBLICAS las diferencias que escinden a los falangistas desde la muerte de Franco. Recientemente, militantes de diversas facciones del antiguo partido ¨²nico llegaron a la violencia f¨ªsica para dirimir sus discrepancias. El fondo de la disputa es de simple enunciaci¨®n: la responsabilidad hist¨®rica y pol¨ªtica de la Falange en los cuarenta a?os de franquismo, y sus posibilidades de supervivencia.Los sectores m¨¢s j¨®venes o radicales de la Falange estiman que no deben asumir el legado franquista y que de alguna manera la Falange fue secuestrada por el Estado de Franco. A los historiadores corresponder¨¢ dilucidar la aportaci¨®n y responsabilidad de la Falange en el r¨¦gimen personal clausurado en noviembre de 1975. Pero en cualquier caso parece obvio que la Falange aport¨® al Estado desde 1936 una liturgia, un lenguaje, unos usos y, costumbres, y un aparato pol¨ªtico que no siempre tuvieron, importancia anecd¨®tica.
Y as¨ª, la manera de ser de un_partido fue el molde en que se quiso constre?ir toda una etapa de la vida p¨²blica, fueran o no los falangistas culpables de tal aberraci¨®n. A este respecto, no faltan razones -aunque obren ilegalmente - a esos j¨®venes hedillistas que vagan por los pueblos arrancando los emblemas del yugo y las flechas que presiden la entrada de 9.000 municipios. Estas cosas, esta presencia aplastante e impuesta de lo joseantoniano en la vida del pa¨ªs, no son cuestiones superficiales. Del mismo modo que resulta anacr¨®nica la inscripci¨®n del nombre del fundador de la Falange en millares de iglesias y monumentos espa?oles. La muerte de Jos¨¦ Antonio Primo de Rivera debe merecer la misma recordaci¨®n y respeto que la de todos los que murieron monstruosamente fusilados en los horrores de una guerra civil. Peto recordar s¨®lo a uno de ellos es tan absurdo hoy como proclamar que Espa?a es un Estado totalitario, y esta definici¨®n ya se suprimi¨® por pudor, de las Leyes Fundamentales.
Y sin embargo quedan a¨²n conceptos falangistas en numerosos textos legales. De esta an¨®mala situaci¨®n surge el valor pol¨ªtico de los hedillistas, que en nombre de la Falange quieren desfalangistizar el Estado.
La Falange fue un peque?o partido utilizado al comienzo de nuestra guerra, y manipulado desde la c¨²spide del poder. De hecho, FE y de las JONS fue, antes de 1936, la versi¨®n nacional del autoritarismo europeo de los a?os treinta. Sus inspiradores se nutrieron directamente de Mein Kampf y de la Marcha sobre Roma. Reconocido esto, que no debe ruborizar a nadie -porque las cosas son como son-, habr¨¢ que explicar alg¨²n d¨ªa toda la dosis de inocencia, de sacrificio y de autenticidad que alberg¨® cierta Falange. Del mismo modo que habr¨¢ que explicar qu¨¦ Dtra, cara, violenta, corrupta e impresentable, ofreci¨® el partido ¨²nico, con no pocos de sus jerarcas oficiales a la cabeza, durante no pocos a?os.
Llega el momento de hacer la revisi¨®n fr¨ªa, serena e hist¨®rica -en modo alguno pol¨ªtica- de una etapa dif¨ªcil, cerrada ya. Hay que contar la historia como fue y renunciar a cualquier presentaci¨®n de facturas o culpabilidades. Para eso es tarde. Y, entretanto, no estar¨¢ de m¨¢s que los Ilarigismos actuales se pongan de acuerdo y encuentren el lugar que leg¨ªtimamente les corresponde. Sin el pobre espect¨¢culo de las bofetadas de ayer. Sin la necia dial¨¦ctica de los pu?os y las pistolas que en otro tiempo justificaron. En una Espa?a democr¨¢tica, una Falange aut¨¦ntica puede existir. ?Por qu¨¦ no?
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