La hora del despegue pol¨ªtico
Doce a?os hace ya, pues fue en el de 1965, que escrib¨ª y publiqu¨¦ un largo ensayo titulado Espa?a, a la fecha, donde me propon¨ªa trazar en r¨¢pido esquema la trayectoria seguida por el pa¨ªs desde fines del siglo pasado hasta la Rep¨²blica y la guerra civil, para, analizando los efectos traum¨¢ticos de su desdichado desenlace, apuntar hacia las perspectivas que por entonces empezaban a abrirse de nuevo con el reci¨¦n iniciado despegue econ¨®mico. Seg¨²n mi interpretaci¨®n, la renuncia a las ilusorias (aunque pol¨ªticamente astutas) pretensiones aut¨¢rquicas con que el r¨¦gimen se hab¨ªa empe?ado en administrar a beneficio de sus clientelas las ruinas de la guerra, era una renuncia impuesta por la dura necesidad cuando la situaci¨®n se hab¨ªa hecho insostenible, y tuvo que ser aceptada muy a rega?adientes por gobernantes a quienes las caracter¨ªsticas de una econom¨ªa integrada con el mundo exterior, y en gran medida dependiente de ¨¦l forzar¨ªan, muy a pesar suyo, a ir abriendo la mano. El crecimiento econ¨®mico deb¨ªa en efecto desarrollar cada vez m¨¢s sectores de la actividad nacional cuyo despliegue exigir¨ªa, hasta hacerla ineludible, una creciente ampliaci¨®n de los m¨¢rgenes de libertad por virtud de la cu¨¢l hab¨ªa de transformarse la sociedad espa?ola en lo que ha llegado a ser hoy.
Publicado primero en forma de libro por una casa editorial argentina, traducido enseguida al alem¨¢n, y reproducido luego en una edici¨®n mexicana, mi ensayo ofrec¨ªa una visi¨®n cautelosamente optimista del futuro a que Espa?a se encaminaba, y este pron¨®stico estaba basado en la pujanza de un desarrollo social interno que ya para aquella fecha pod¨ªa advertirse.
Desaprobaciones
Debo decir que el tono de moderado y condicionado optimismo de mi proyeccion produjo aqu¨ª alguna molestia y suscit¨® desaprobaciones -m¨¢s bien t¨¢citas, es cierto- por parte de gentes amigas m¨ªas a quienes impacientaba y exasperaba la dureza extrema de la superestructura pol¨ªtica dentro de cuya armaz¨®n estaban obligadas a vivir.
Esta reacci¨®n de mis amigos era bastante natural, dadas sus circunstancias. Las contadas personas que dentro de Espa?a tuvieron noticia de mi escrito fue acaso mediante la adquisici¨®n clandestina del peque?o volumen o, m¨¢s probablemente, por mi deseo de difundirlo entre quienes yo ten¨ªa especial inter¨¦s en que lo leyeran y juzgaran, pues de hecho nunca se permiti¨® oficialmente su importaci¨®n y venta. Agotadas aquellas ediciones, y un tanto pasada ya la oportunidad en que fuera redactado, es ¨¦ste el ¨²nico de los m¨ªos al que el p¨²blico general no ha tenido jam¨¢s acceso. El veto que se le opuso parec¨ªa confirmar de manera ir¨®nica la raz¨®n de aquellos amigos m¨ªos que entonces consideraban vanas mis alentadoras previsiones; pues, ?qu¨¦ pod¨ªa esperarse, cuando ni siquiera a un libro que saludaba favorables expectativas del momento se le permit¨ªa llegar a los lectores, circular y difundirse?
Por supuesto, el an¨¢lisis hecho en sus p¨¢ginas de los acontecimientos hist¨®ricos que trajeron e instalaron al r¨¦gimen franquista desment¨ªa y pienso que desmontaba la versi¨®n oficial; por supuesto, la descripci¨®n de ese mismo r¨¦gimen propuesta por m¨ª, no pod¨ªa resultar sino muy desagradable para quienes lo personalizaban y sosten¨ªan. Pero no era s¨®lo ego. Quiz¨¢ lo m¨¢s intolerable para ellos fuese la predicci¨®n de un ineluctable proceso hacia la apertura, derivado de la liberalizaci¨®n econ¨®mica que, dadas las circunstancias, era condici¨®n de su supervivencia.
Esa liberalizaci¨®n, esa apertura, negaba por su base los principios en que el r¨¦gimen estaba fundado, lo minaba y anunciaba su eliminaci¨®n. Se trata, s¨ª, de una cuesti¨®n de principios; pero principios tan arraigados que, perforando el plano de las convicciones pol¨ªticas, llegan a constituir una mentalidad, -en definitiva, la mentalidad tradicional que el r¨¦gimen, con sus anacr¨®nicas pretensiones, hab¨ªa venido a reforzar en pleno siglo XX-. Seg¨²n ella, la existencia de bien marcadas desigualdades sociales, de pobres y ricos, es algo que pertenece al orden providencial. Por consiguiente, el desarrollo econ¨®mico y la nivelaci¨®n social en la fase consumista del capitalismo, tal como se hab¨ªa producido en la Europa de posguerra y amenazaba propagarse a la Espa?a eterna, era algo abominable, -abominable, claro est¨¢, para aqu¨¦llos que a la hora de la muerte deber¨ªan encogerse sutilizarse y aislarse si hab¨ªan de poder pasar por el ojo de la evang¨¦lica, aguja.
Mentalidad tradicional
Tan eficaz hab¨ªa sido la revitalizaci¨®n de la mentalidad tradicional que no estaba reducida, ni mucho menos, a los funcionarios de gobierno directamente conectados con el ejercicio del poder p¨²blico y a sus partidarios, sino que impregnaba a un considerable sector de la poblaci¨®n. Viviendo en Nueva York, dentro de un ambiente social tan distinto del de mi pa¨ªs natal, y ello despu¨¦s de haber vivido en Argentina, que a este respecto apenas difiere de Estados Unidos, tuve oportunidad frecuente de percibir los ecos de aquella actitud arcaica que de otro modo me hubieran quiz¨¢ pasado inadvertidos; de hacer observaciones a trav¨¦s de an¨¦cdotas cuya peque?ez misma tornaba a¨²n m¨¢s reveladoras: el visitante espa?ol que, con despectivo gesto, proclamaba cu¨¢nto mejor era poseer autom¨®vil en Espa?a que no aqu¨ª, en Estados Unidos, donde ?qui¨¦n no lo tiene?; o el otro que, saliendo acaso de un night club en noche de fuerte aguacero, al aguardar el paso del alg¨²n improbable taxi musitaba melanc¨®licamente que en Madrid ya un chiquillo hubiera corrido a traerle uno. Consecuencia: en Espa?a se viv¨ªa mejor; se disfrutaba el placer de salpicar al envidioso viandante, o de socorrer con unas monedas al ni?o desvalido que se empapaba por obtener una propina. Lo m¨¢s chocante era, que quienes as¨ª se expresaban hablan estado quiz¨¢ despotricando momentos antes contra el r¨¦gimen de Franco... Por lo com¨²n, el espa?ol -el espa?ol que viajaba, se entiende- sal¨ªa de su patria tan pose¨ªdo de si mismo, tan sabi¨¦ndoselo todo, tan due?o de todas las verdades y de todas las respuestas, que no hab¨ªa m¨¢s que decir.
Pero ya en la d¨¦cada de los a?os sesenta, hacia la ¨¦poca en que yo escrib¨ª mi ensayo, pudo notarse un cambio muy marcado en la actitud de los espa?oles que llegaban a Norteam¨¦rica, sea para estudiar, sea por raz¨®n de negocio. ?Qu¨¦ estar¨ªa ocurriendo en Espa?a? En lugar de la acostumbrada expresi¨®n asertiva, y soberbia, estos j¨®venes de ahora preguntaban, escuchaban, quer¨ªan informarse; en lugar de afirmar con admirable aplomo ante quien quisiera o¨ªrlos la indiscutible superioridad de todo lo espa?ol, recog¨ªan datos y reservaban opiniones. ?Qu¨¦ estaba ocurriendo en Espa?a para dar lugar a mutaci¨®n semejante?
Evidentemente, eran los primeros efectos de la transformaci¨®n profunda que hab¨ªa empezado a operarse en el seno de la sociedad espa?ola. A la vista de su aspecto actual, puede bien entenderse que el abandono de aquella fachada de agresiva autoafirmaci¨®n, bajo la que -es cosa archisabida- suele ocultarse una inseguridad y aun el sentimiento de las propias deficiencias, daba paso a pautas de An¨¢lisis cr¨ªtico que son las propias de una sociedad en movimiento. Las nuevas generaciones, menos afectadas por el trauma de la guerra que ten¨ªan paralizados en posturas fijas a vencedores y vencidos, se dispon¨ªan ahora a manejarse dentro de una realidad, condicionada, s¨ª, por sus resultados, pero no encerrada en sus t¨¦rminos estrictos ni clavada en sus posiciones. El contacto con el mundo exterior, que las relaciones econ¨®micas nuevas hac¨ªan cada vez m¨¢s intenso y m¨¢s extenso, ayudaba a constituir esta actitud tan distinta, acerca de cuya funcionalidad apenas ser¨¢ necesario insistir.
Los cambios sociales
El intento de bosquejar en sus l¨ªneas generales, reduci¨¦ndolo a breve anotaci¨®n, un proceso de naturaleza tan compleja como es la de [os cambios sociales y psicosociales conlleva -y ello es inevitable- una cierta medida de falseamiento. Tengo conciencia de que es as¨ª, y lo digo a prop¨®sito de lo que escrib¨ª en 1965 y de lo que estoy escribiendo en el presente. La realidad no es nunca tan simple como puede uno delinearla. Cuando vemos aparecer y generalizarse hasta llegar a hacerse t¨ªpico un modo de comportamiento diferente del que antes prevalec¨ªa en una comunidad, y reconocemos en ¨¦l una conexi¨®n operativa con las circunstancias alteradas en que esa comunidad se halla, podemos estar bastante seguros de que las pautas que ahora empiezan a estar vigentes habr¨¢n venido a establecerse por v¨ªas dispersas y a trav¨¦s de racionalizaciones y f¨®rmulas intelectuales tal vez contradictorias. Me atrever¨ªa a sugerir yo que esa nueva actitud cada vez m¨¢s perceptible entre los j¨®venes conforme avanzaba la d¨¦cada de 1960 pudo haber tenido su origen en disposiciones de ¨¢nimo tan opuestas como, de una parte, la ardiente impaciencia generosa y algo rom¨¢ntica frente al sistema pol¨ªtico bajo el que hab¨ªan crecido y estaban viviendo y, por otro lado, un fr¨ªo cinismo calculador para abrirse paso y establecerse dentro de ese mismo sistema.
Si esta ¨²ltima disposici¨®n de ¨¢nimo inclinaba al silencio, a la pasividad pol¨ªtica -de hecho, al apoliticismo- y a una aparente aceptaci¨®n, la otra en cambio empujaba hacia la protesta activa, y requer¨ªa verbalizaciones que, por entonces, no pod¨ªan encontrarse sino en la dial¨¦ctica del pasado conflictivo. As¨ª, para sorpresa de muchos, se vio surgir, o resurgir, la clandestinidad, en un af¨¢n vehemente de desaf¨ªo y total enfrentamiento, una oposici¨®n atenida a las f¨®rmulas ideol¨®gicas combatidas y batidas por los sublevados de 1936, y por cierto, seg¨²n hubiera sido de espetar, aquellas de m¨¢s extremado car¨¢cter. Tambi¨¦n es comprensible y hubiera podido esperarse, aunque ello prestara a¨²n m¨¢s dramatismo a la sorpresa que quienes se manifestaban afectos a tales ideolog¨ªas fuesen, en su mayor¨ªa, v¨¢stagos de los jerarcas del r¨¦gimen. Es un ejemplo m¨¢s de la rebeli¨®n de los hijos contra los padres, y no hay duda de que la condici¨®n de tales era un factor para desencadenar en aquellos la irritada hostilidad contra un orden que conoc¨ªan de cerca y por dentro. Si sus personales circunstancias atenuaban el riesgo en que deb¨ªan incurrir al servicio de sus, convicciones, esto no disminuye el m¨¦rito de su gesto. Dicho gesto ten¨ªa- indudablemente lo tuvo- un valor muy positivo en la evoluci¨®n hist¨®rica del pa¨ªs: representa la iniciaci¨®n de un despegue pol¨ªtico paralelo al despegue econ¨®mico; pero cabe preguntarse, y cuestionarla, acerca de la validez de su instrumentaci¨®n ideol¨®gica. Quiero decir, acerca de la intr¨ªnseca validez de las ideolog¨ªas invocadas,
Lo cual es cuesti¨®n aparte.
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