General Aranda: La reconciliaci¨®n se nos puede morir
El gesto real que ha conducido al ascenso del general Aranda ha sido, sin duda, un real gesto; precisamente por eso no puede quedarse en excepci¨®n, sino convertirse inmediatamente en hito, es decir, en principio. El Ministerio del Ej¨¦rcito ha cre¨ªdo necesario publicar una nota de signo formalista que, con todo respeto, debemos indicar que no ha convencido a casi nadie; porque la disposici¨®n que se invoca para justificar en cierta medida la muy arbitraria decisi¨®n de congelar el ascenso se dict¨® precisamente para ese fin; era un acto f¨¢cil de explicar el hecho, pero muy discutible en derecho, porque se trataba, formalismos aparte, de una norma confeccionada para cubrir un inter¨¦s particular, cuando la esencia de las normas es amparar cada caso particular en el ¨¢mbito de los intereses generales. En suma, que el ascenso de don Antonio Aranda Mata es en cierto sentido una retractaci¨®n; y en sentido pleno un reconocimiento y una reivindicaci¨®n.
Alzado contra la degeneraci¨®n de la Rep¨²blica
Pocas personas merecen ese gesto como don Antonio, que es ya una figura hist¨®rica. Su serena y decidida adscripci¨®n al movimiento de julio naci¨® del convencimiento de una degeneraci¨®n pol¨ªtica; y al contacto directo con las fuentes de esa degeneraci¨®n, durante su mando de 1935 en la Comandancia exenta de Asturias. All¨ª pudo ver, desde el mejor observatorio, que la guerra civil dentro del Partido Socialista -que pudo ser basti¨®n de la democracia republicana- se iba convirtiendo, semana a semana, en fermento para la guerra civil general, seg¨²n el acertad¨ªsimo diagn¨®stico de Madariaga. Pero ni don Antonio Aranda, ni muchos de sus compa?eros, se alzaron contra la Rep¨²blica, sino contra la degeneraci¨®n de la Rep¨²blica. Eran hombres rnoderados en su gran mayor¨ªa, a quienes los desatados extremismos forzaron a tomar partido en uno de los bandos de una guerra civil.
La actuaci¨®n del coronel, luego general Aranda durante la guerra civil -desde la defensa de Oviedo a la entrada en Valencia- ser¨¢ un cap¨ªtulo esencial en futuras historias; porque es el mayor y m¨¢s profundo despliegue de una inteligencia militar c¨ªvica -la defensa de Oviedo es la obra de un enorme pol¨ªtico- entre todas las individualidades del conflicto. Luego vendr¨ªan los a?os inciertos de la posguerra espa?ola combinada con las convulsiones de la segunda guerra mundial. Antonio Aranda, el hombre que rompi¨® de un pu?etazo una mesa de planos en Alca?iz, cuando Franco impuso una t¨¢ctica frontal en la batalla del Ebro, quiso colaborar en una alternativa democr¨¢tica dentro de la Confederaci¨®n de Fuerzas Mon¨¢rquicas. No era un movimiento subversivo, sino la convicci¨®n de una alternativa. Era tambi¨¦n una actitud tr¨¢gica: la alternativa, que era necesaria, resultaba a la vez. ' imposible. Los dos antagonistas -los mismos del Ebro- ten¨ªan cada cual su raz¨®n contradictoria.
Un importante factor de reconciliaci¨®n
Pienso que los recuerdos de don Juan de Borb¨®n sobre tan dif¨ªciles tiempos pueden haber tenido algo que ver en la reivindicaci¨®n del general Aranda, que no es un tr¨¢gala, ni mucho menos, sino un reconocimiento y, por tanto, un factor de reconciliaci¨®n. Qu¨¦ para ser efectiva deber¨ªa aplicarse urgentemente a muchos otros militares; los del bando nacional que participaran en la propuesta de alternativa democr¨¢tica necesaria e imposible, y los militares republicanos que combatieron, desde otro bando, por la misma Espa?a.
Se nos muere el tiempo para esta reconciliaci¨®n. Que no supondr¨ªa, en manera alguna, negar el hecho de la guerra y la victoria; ni much¨ªsimo menos condenar a ese ej¨¦rcito popular. Ser¨ªa absurdo pretender ahora escribir la historia al rev¨¦s; un inmenso acierto literario para la maestr¨ªa de Jes¨²s Torbado, pero una aberraci¨®n simplemente nost¨¢lgica en las intenciones de algunos pol¨ªtico5 -sobre todo mon¨¢rquicos- emperrados en negar los hechos y prescindir de las circunstancias; como si las circunstancias no fueran tambi¨¦n trama y esencia de los hechos. La reciente amnist¨ªa ha borrado algunos efectos pasivos de la guerra civil; pero en el plano militar no ha rozado siquiera las ra¨ªces del miedo y el odio, que siguen fosilizadas en nuestra conciencia colectiva. Los militares del bando que, antes de nacional, era rebelde (y el propio Franco me subray¨® una vez, de pleno acuerdo, este adjetivo) luchaban contra una degeneraci¨®n; los militares del bando republicano no luchaban en favor de esa degeneraci¨®n, sino porque cre¨ªan sencillamente cumplir con su deber y sus juramentos. La legalidad totalitaria por la que lucharon los militares del bando nacional se ha abierto ahora, contradictoria y providencialmente, en un estallido democr¨¢tico.
Luego la legalidad por la que lucharon los militares del bando republicano no puede ni por un momento m¨¢s servir de pretexto al mantenimiento del castigo y la represi¨®n hist¨®rica. No basta con amnistiarles para el disfrute de derechos pasivos; hay que reivindicarles, reconocerles su tensi¨®n de servicio, curar, aunque sea tarde, todas sus heridas morales, admitir de una vez por todas que ellos tambi¨¦n lucharon por la misma Espa?a. En suma, que el Ej¨¦rcito Rojo s¨®lo existi¨®, en sentido pleno, dentro del ¨²ltimo parte de guerra; y en los sue?os frustrados de un partido, no de una zona.
No queda casi tiempo. No basta con otorgar a los militares republicanos un retiro vergonzante. Hay todav¨ªa algunos, entre ellos, con edad de reingresar en el servicio activo; ese tiempo -quiz¨¢ unos meses, unos cort¨ªsimos a?os- es matem¨¢ticamente el gran tiempo para la reconciliaci¨®n militar. La m¨¢s dif¨ªcil, la m¨¢s necesaria, la m¨¢s urgente de todas.
Con ello el ascenso del general Aranda ser¨ªa el reecuentro hist¨®rico de un camino com¨²n. Sin la reivindicaci¨®n inmediata de los militares del Ej¨¦rcito Popular la gratitud de don Juan y la generosidad del Rey quedar¨ªan empeque?ecidas como si s¨®lo hubieran sido el premio tard¨ªo a un viejo conspirador. Y entonces la reconciliaci¨®n se nos habr¨ªa muerto en las manos.
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