En recuerdo de Antonio Espina
Ser¨ªa indecoroso aprovechar este quinto aniversario de la muerte de Antonio Espina para hacer un paneg¨ªrico de su obra y de su personalidad de escritor. Antonio Espina tuvo una vida demasiado dura, vio su vida demasiado contrahecha, d¨ªa a d¨ªa -aunque ¨¦l nunca hablara de eso-, para que ahora podamos trivializ¨¢rsela con los consabidos elogios de aniversario.No he de hacer, pues, un paneg¨ªrico, pero tampoco dejar¨¦ pasar la ocasi¨®n sin decir algo que, ciertamente, no constituye verdad establecida en nuestra cr¨ªtica literaria. Antonio Espina fue uno de los escritores espa?oles contempor¨¢neos que mejor conoc¨ªan y manejaban su idioma. Ahora, cuando tambi¨¦n se habla de elaboraciones ling¨¹¨ªsticas, de profundizaciones idiom¨¢ticas, etc¨¦tera, casi siempre inexistentes, hay que levantar a Antonio Espina, que, entre otros muchos valores de escritor, ten¨ªa un castellano excepcionalmente espl¨¦ndido, riguroso, sabio. He dicho excepcionalmente, porque es eso lo que he querido decir. Supongo que habr¨¢ quien se escandalice ante estas afirmaciones que tengo que formular, sin espacio ni tiempo para demostrarlas, pero, si. alg¨²n d¨ªa fuese necesaria la demostraci¨®n, habr¨ªa que buscar el tiempo y el espacio.
He conocido a Antonio Espina -y me gustar¨ªa poder proclamar el honor de haber sido amigo suyodurante los quince ¨²ltimos a?os de su vida. En nuestras conversaciones, nunca tuvimos m¨¢s que un tema: Espa?a. Y no de un modo indirecto, sino, casi siempre, direct¨ªsimo: Espa?a y su historia, y sus problemas, y sus angustias, y sus valores, y sus posibilidades, y sus esperanzas. Antonio Espina fue un gran espa?ol vencido, aunque no se entregara nunca. Fue un espa?ol vencido, de los que optaron por quedarse -salvo un breve exilio voluntario- y a los que habr¨ªa que pensar en rendir alg¨²n homenaje, tan merecido, por lo menos, como los que se rinden a muchos de los que vuelven. Antonio carg¨® estoicamente con todas las injusticias que hasta su muerte cayeron sobre ¨¦l. Algunos peri¨®dicosque hoy se duelen porque la noticia de la muerte de Segundo Serrano Poncela ha tardado dos meses en llegar a Espa?a, nunca publicaron la, noticia de la muerte de Antonio Espina. Ensayistas y cr¨ªticos literarios que han explicado el desconocimiento de los autores exiliados por parte de los espa?oles de dentro, recurriendo a argumentos geogr¨¢ficos -la distancia, etc¨¦tera-, nunca nos han explicado por qu¨¦ a Antonio Espina, que frecuentaba un caf¨¦ de la calle de Alcal¨¢, y tomaba en la Cibeles el autob¨²s para su casa, en el barrio de la Prosperidad -para ser exactos, -en Vinaroz, 27- se le ha desconocido casi totalmente.
Conoc¨ª a Antonio Espina, llamando a la puerta de su casa, sin que nadie me esperase. Yo iba con Norberto Frontini, amigo suyo de antes de la guerra. Su hija se asust¨®, al encontrarse ante un par de desconocidos. Luego nos explicar¨ªa Antonio que, por aquellos d¨ªas, estaba recibiendo visitas enojosas y demasiado frecuentes. Su labor literaria se reduc¨ªa entonces a los art¨ªculos que publicaba en peri¨®dicos de Caracas, o de M¨¦xico, o de Buenos Aires. (Alg¨²n d¨ªa, para justificar mi desorientaci¨®n por no saber en qu¨¦ peri¨®dico los publicaba, le record¨¦ lo de cierto personaje de su Luis Candelas: ? Lima no tiene nada que ver con Cuba. Lima es una ciudad muy grande de M¨¦xico, cuya capital, como nadie ignora, es el Per¨²?.)
Pero aun sobre aquellos art¨ªculos transoce¨¢nicos ca¨ªan miradas turbias y delatoras: en cierta ocasi¨®n, hubo de sufrir interrogatorios a causa de un art¨ªculo publicado -creo- en Caracas, porque en ¨¦l dec¨ªa que no le gustaba la arquitectura del monasterio de El Escorial. As¨ª me lo cont¨®, una noche, cuando ¨ªbamos en el ¨²ltimo autob¨²s de regreso a casa -yo viv¨ªa entonces en Vinaroz, 23-.
Muri¨® el 15 de febrero de 1972, y le enterramos el 16. Creo que a su entierro no asistimos m¨¢s de cincuenta personas, las suficientes, sin embargo, para llevar a cabo el entierro definitivo de un hombre -Antonio Espina, escritor- a quien se hab¨ªa estado enterrando, un d¨ªa tras otro, durante niuchos a?os, con una crueldad est¨²pida, de la que ¨¦l dese¨® ver curada a Espa?a para siempre. S¨®lo para que otros no tengan que sufrir lo que el sufri¨®. S¨®lo. para que nadie, aqu¨ª dentro, vuelva a perder una guerra. Ni a ganarla.
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