La coacci¨®n in¨²til (Gibraltar, hoy)
El se?or Oreja, ministro de Asuntos Exteriores, ha estado ¨²ltimamente en San Roque haciendo el elogio p¨®stumo de un antecesor en el cargo, J. M. Castiella. Dijo, entre otras cosas, que Gibraltar era ?una amenaza en potencia?y ?evidentemente una clara mediatizaci¨®n que impide a nuestro pa¨ªs una total libertad de movimiento en los espacios soberanos esenciales?.Me terno que un ministro marroqu¨ª podr¨ªa emplear pr¨¢cticamente las mismas palabras para reivindicar Ceuta y Melilla. En t¨¦rminos geopol¨ªticos siempre perderemos la batalla diplom¨¢tica.... otra cosa ser¨ªa si intent¨¢ramos la humana.
Por ejemplo, la identidad. Lo m¨¢s parecido a un algecire?o, a un linense es un ?llanito? de Gibraltar; la misma tez, el mismo acento, muchas veces el mismo padre. Aunque el folleto de propaganda de Gibraltar diga: ?Como raza, los gibraltare?os son una espl¨¦ndida mezcla de brit¨¢nicos, genoveses, portugueses y malteses (y a los espa?oles qu¨¦ ... ). Pero como pueblo son brit¨¢nicos, y orgullosos de serlo.? (Ed. Gibraltar Tourist Office Cathedral Square, Gibraltar). Lo primero es, m¨¢s que una mentira una estupidez; lo segundo es totalmente cierto. Porque con el m¨¢s puro acento andaluz os dice el camarero, el taxista, para demostrarnos su cari?o, que su padre ?vino de Espa?a?.
FERNANDO DIAZ-PLAJA
'Director: .Narciso Ib¨¢?ez Menta. Figurines. ambientaci¨®n v escenarios: Vil¨ªn Cortezo llustraciones musicales: F¨¦rnando G.Morcillo. Int¨¦rpretes: Mar¨ªa Esperanza Navarro. Esther Gala, Loreta Tovar, AImudena Cotos, Beatri-Carvajal, Luisa Fernanda Gaona. Luis Zor¨²a, Tom¨¢s Zori.Jos¨¦ Alises y Fernando Teatro.
Ahora ya no puede ni volver a verle. En ambos lados de la verja hay un soldado, pero el de este lado guarda una puerta abierta la inglesa, mientras el otro lo hace ante una puerta cerrada, la espa?ola. Esa puerta es la que cerr¨® el se?or Castiella que, seg¨²n el se?or Oreja, ? es un hito en la historia de las relaciones exteriores ?. Nada menos. Me imagino que el se?or Oreja se refiere a ese cierre de la frontera con Gibraltar ocurrido en octubre de 1969.
Con ello -imaginaba el ministro- privada de la mano de obra de los espa?oles, Gibraltar se ver¨ªa obligada a pedir sollozando el regreso a la madre Patria.
?No pudo hacer nada peor -me asegura un taxista-; justo lo que hac¨ªa falta para estrechar filas alrededor de la bandera inglesa; a nadie le gusta que le pongan una pistola en el pecho para que haga algo, ?no le parece?, y adem¨¢s, con la experiencia que ten¨ªa de los mismos espa?oles, cuando la ONU vot¨® contra Franco no sirvi¨® m¨¢s que para irritar al pueblo y acercarse al dictador. Y esto se nos ha llenado de moros ...?-
Se ha llenado, efectivamente. Surgen por las calles empinadas, silenciosos en sus albornoces, arrastrando las chinelas, de vez en, cuando una mujer con la cara tapada. Son 4.000. Trabajan en los astilleros, en los hoteles, en la limpieza urbana.... el viernes se vuelven a Marruecos; muchos hasta el domingo... producen irritaci¨®n.
?Son sucios, desagradables..., han cogido a varios embarcando en T¨¢nger con ropas y vajilla de los hoteles donde trabajaban. ?Qu¨¦ distintos de los espa?oles! No hab¨ªa una pelea, una ri?a.... ?pero, si muchos eran parientes nuestros! Mire, yo recuerdo cuando era ni?o y entraba en las fiestas la caballer¨ªa; en la puerta que mira a La L¨ªnea estaban formadas las tropas brit¨¢nicas r¨ªndiendo honores, a veces eran escocesas con tambores y p¨ªfanos, y luego les segu¨ªan en el desfile por la calle Real. Todos ¨¦ramos amigos entonces. ?
Entonces.... En pol¨ªtica internacional, para obtener algo se puede golpear brutalmente -tipo HitIer, Stalin- o sonreir a trav¨¦s de una mesa mientras se intenta ganar lo m¨¢s que se pueda. Lo que no sirve para nada es s¨®lo dar picotazos, a sabiendas, por ambas partes, de que ese picotazo no llegar¨¢ nunca a un ataque directo -en -ese caso inimaginable contando con la protecci¨®n del le¨®n brit¨¢nico aun en su decadencia, con potencia militar para resistir f¨¢cilmente ataques nuestros- Lo ¨²nico que se logra entonces es una sorda irritaci¨®n.
?Franco ten¨ªa que haber hecho lo contrario.... dejar que su gente entrase, comprase, se instalase... poco a poco se hubieran borrado las ¨²ltimas barreras, Gibraltar ser¨ªa espa?ol.?
Hace un par de a?os me dec¨ªa un camarero de la Costa del Sol, al que la pol¨ªtica internacional le hab¨ªa obligado a abandonar su, trabajo en el Pe?¨®n: ?Porque cuando este Gobierno nos quit¨®, Gibraltar ... ? Lo consideraba suyo porque en ¨¦l viv¨ªa y de ¨¦l viv¨ªa.
La ?acci¨®n Castiella? se supon¨ªa apoyada en la historia porque el Tratado de Utrecht ( 1713), en su cap¨ªtulo X, advierte que la plaza no tendr¨¢ ?comunicaci¨®n alguna abierta con la regi¨®n circunvecina de tierra?. El error pol¨ªtico estaba en que si se aceptaba al pie de la letra ese apartadose supone que tambi¨¦n rigen las l¨ªneas anteriores que estipulan que ?el Rey Cat¨®lico cede a la Corona de Gran Breta?a la propiedad de la ciudad y castillo de Gibraltar?, con lo que por un ?qu¨ªtame all¨¢ esta puerta?, los espa?¨®les renuncian definitivamente a plantar la bandera -rojigualda en Punta Europa. Pero es que, adem¨¢s, la decisi¨®n es absurda, porque est¨¢ interpretada tambi¨¦n nac¨ªonalmente a medias. Si el Gobierno de Madrid considera a los ?llanitos? unos espa?oles ?sometidos por la fuerza a una potencia extranjera? y que por tanto no tienen derecho a la nacionalidad brit¨¢nica, deber¨ªa de negar el acceso a toda Espa?a de cualquier nacido en Gibraltar con ese pasaporte. Y no es as¨ª. Un gibraltare?o puede perfectamente aparecer en Madrid, en Barcelona o en Sevilla cuando le plazca sin que el polic¨ªa de tu mo haga m¨¢s que poner el sello normal de entrada en su documento de viaje. Con ello, como siempre, quienes pagan las med¨ªdas de alta pol¨ªtica son los que no tienen dinero para realizar esta vuelta; son los pobres, los obreros, los pescadores, los empleados con familia y amigos en La L¨ªnea y en Algeciras, en M¨¢laga y en C¨¢diz, en San Roque y Estepona.
Si la aspiraci¨®n de Castiella era incomodar a Gibraltar, lo ha conseguido. La sensaci¨®n de ahogo que daba la plaza, incluso cuando el acceso era libre -todas las calles desembocando fatalmente en la Real, todos los caminos desembocando en el risco o en la frontera- se ha agudizado l¨®gicamente ahora; esa impreIsi¨®n la tienen m¨¢s acusada los j¨®venes. Por vez primera en.la historia del Pe?¨®n empezaron a aparecer gamberros destrozando sin motivo aparente sillones de cines, lunas de escaparates, empujando a ancianos en la calle...
?Pero les han metido mano.? El taxista est¨¢ exultante, es hombre de edad y por tanto muy poco comprensivo ante las barrabasadas juveniles. ?Ve usted ese castillo moro?; debajo, en el s¨®tano, hay una c¨¢rcel donde est¨¢n presos. A uno le han ca¨ªdo cuatro a?os; al otro tres. Nuestros jueces de peluca no -se andan con bromas para estas cosas.?
Treinta y cinco mil gibraltare?os se expanden... D¨ªa a d¨ªa, las casas nuevas se encaraman por las rocas, otras se extienden por la bah¨ªa en terreno robado al mar; 35.000 gibraltare?os familiarizados con Espa?a -me cuentan detalles de nuestra televisi¨®n como si fuera de Carabanchel-, pero neg¨¢ndose en absoluto a abandonar una educaci¨®n brit¨¢nica, un respeto brit¨¢nico a las libertades.
-?,Y si Espa?a siguiera en ese camino de la democracia que parece haber emprendido?
No vacila ninguno de los preguntados.
-?Hombre!, ser¨ªa completamente diferente... ?Qu¨¦ quiere usted! Eso de la bandera podr¨ªa arreglarse, pero lo importante es que se respetaran los derechos que hemos tenido siempre. Pero mientras siga la pol¨ªtica de intimidaci¨®n...
No pueden leer peri¨®dicos espa?oles, porque pierden fechas, y s¨®lo revistas que llegan tarde y mal, dando rodeos. ?Ni libros nos dejaban entrar -me asegura una librera de la calle Real-, a veces hab¨ªa que traerlos a trav¨¦s de Marruecos.
-?Qu¨¦ libros interesan m¨¢s de Espa?a?
-Curiosamente, los ingleses traducidos al espa?ol.
-?C¨®mo?
-S¨ª, aunque el ingl¨¦s es obligatorio en la escuela, a la gente le cuesta leerlo m¨¢s que hablarlo.
Unas horas en la calle me lo confirman. La gente parece usar los dos idiomas indistintamente. El saludo, y la despedida acostumbran a ser en ingl¨¦s, los nombres de productos tambi¨¦n, y los t¨¦cnicos se intercalan cont¨ªnuamente en las frases. Lo m¨¢s parecido que he visto en ese tipo de biling¨¹ismo ha sido en Barcelona entre el castellano y el catal¨¢n.
Frente a nosotros, al otro lado de la azul bah¨ªa, se extiende blanca, abierta como un abrazo in¨²til, Algeciras. Hay apenas unos minutos de navegaci¨®n en bote. Pero para la pol¨ªtica, el camino m¨¢s corto entre dos puntos no tiene nada que ver con el geom¨¦trico.
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