En busca del romanticismo espa?ol
La historia puede registrar capitulos m¨¢s o menos brillantes, pero s¨®lo se comprender¨¢ si se conocen todos, los egregios y los modestos. Incluso ¨¦stos no carecen de significaci¨®n, por lo que siempre ser¨¢ ilicito contar el suceder del tiempo y de las cosas, la vida en una palabra, tan s¨®lo desde aquellos momentos cimeros.
Sobre el tema, referido a la m¨²sica espa?ola, departimos Antonio Ruiz Pip¨® y yo, hace un par de a?os, en su ¨¢tico parisiense de la rue Dauphine, junto al puente nuevo. La porosidad del compositor y pianista andaluz -catal¨¢n- parisiense est¨¢ abierta a cualquier incitaci¨®n, e inmediatamente hizo suyo el proyecto de ?resucitar? algunas m¨²sicas dormidas del romanticismo espa?ol.Epoca, la rom¨¢ntica, no excesivamente brillante para nuestra m¨²sica, lo cierto es que hubo compositores que trabajaron, vivieron con intensidad su biograf¨ªa de artistas rom¨¢nticos y -?c¨®mo no!- se exiliaron en buen n¨²mero. De ello nos habla Vicente Llorens en su apasionante libro Liberales y rom¨¢nticos (una emigraci¨®n espa?ola en Inglaterra (Castalia, 1968), siquiera sea brevemente. ?Londres -escribe Llorens- era uno de los grandes centros musicales de Europa, y all¨ª se congregaron durante alg¨²n tiempo no pocos m¨²sicos espa?oles de renombre, entre los cuales hab¨ªa algunos liberales.? Rodr¨ªguez de Ledesma, Santiago de Masarnau, Melchor Gom¨ªs, Fernando Sors, y dem¨¢s guitarristas -Huerta, Panormo y Jauralde-, am¨¦n de algunos m¨²sicos militares o militares m¨²sicos -tal los capitanes Molina-, constituyen grupo suficientemente representativo del exilio musical de la rom¨¢ntica Espa?a en Inglaterra.
Como Llorens ha limitado la ¨¦poca (1823-1834) y la geograf¨ªa (se refiere s¨®lo a Inglaterra) pronto echamos en falta nombres importantes como el del gallego Marcial del Adalid, el salmantino Mart¨ªn S¨¢nchez All¨² o el navarro Apolinar Brull. No los ha olvidado Ruiz Pip¨® a la hora de grabar, como estudioso y pianista, el disco titulado Rom¨¢nticos espa?oles (EMI j 063-21192) que viene a llenar un vac¨ªo en nuestra discograf¨ªa hist¨®rica. Antonio Ruiz Pip¨® lo ha llenado desde esa pureza de estilo y claridad de juego que le cacaracterizan como int¨¦rprete y as¨ª nos lleva por un recorrido mucho m¨¢s conocido como dato que como realidad sonora.
Cierto que sobre una personalidad tal la de Marcial del Adalid se han hecho antes estudios e interpretaciones, y bueno ser¨¢ recordar a Rodrigo de Santiago y a Antonio Iglesias. O que sobre Masarnau existe una muy atractiva biograf¨ªa, pieza de bibli¨®filo por lo rara, publicada en 1905 en Madrid y escrita por Jos¨¦ Mar¨ªa Quadrado. M¨¢s reciente es el Melchor Gom¨ªs de John Dowsling (Castalia, 1973), aportaciones todas que, junto a los art¨ªculos period¨ªsticos de cada ¨¦poca, contribuyen a la mejor informaci¨®n, a¨²n falta de sistema.
La ausencia del documento vivo, esto es, los pent¨¢gramas hechos sonido, con todo su poder ambiental y evocativo, su modesta pulcritud o su engallada ret¨®rica, v¨¢ene a nuestras manos s¨®lo ahora gracias al empe?o, la curiosidad desentra?adora y el esp¨ªritu azogado de Ruiz Pip¨®, este singular descendiente de Eduardo Oc¨®n, cuyos cancioneros corrieran por Europa en edici¨®n biling¨¹e y hasta triling¨¹e. De Oc¨®n arrancan muchas cosas, como por ejemplo, el popularismo andalucista de Joaqu¨ªn Malats con el que Pip¨® alarga su contribuci¨®n hasta principios de nuestro siglo, en el tiempo, y hasta un pintoresquismo de sal¨®n, nost¨¢lgico de guitarras, en el estilo.
Babelia
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