Los militares no logran contener la resistencia popular argentina
El 24 de marzo de 1976 los portavoces del golpe anunciaban la puesta en marcha de una nueva etapa en la vida argentina , contenida en lo que denominaron ?Plan para la Reorganizaci¨®n Nacional?. Todav¨ªa nadie pudo precisar con exactitud las caracter¨ªsticas de aquel proyecto con pretensi¨®n hist¨®rica; sin embargo, tampoco nadie desconoce -por repetido - el trasfondo de esta nueva incursi¨®n militar en el Gobierno del Pa¨ªs suramericano. Como en otras oportunidades, se trata una vez m¨¢s de descargar la crisis de una econom¨ªa dependiente sobre las anchas espaldas de los sectores populares.El nombramiento de Alfredo Mart¨ªnez de Hoz en el Ministerio de Econom¨ªa fue el signo m¨¢s evidente para desentra?ar el verdadero car¨¢cter del golpe. M¨¢s all¨¢ de las alharacas moralistas de las que hicieron uso los jefes militares, la presencia de Mart¨ªnez de Hoz defin¨ªa el perfil ideol¨®gico del desdibujado ?Plan para la Reorganizaci¨®n Nacional?. Presidente de ACINDAR, el emporio sider¨²rgico vinculado a la US Steel de Estados Unidos, y ligado a la Banca Morgan a trav¨¦s de la Western Telegraph (grupo ITT), Mart¨ªnez de Hoz habr¨ªa de poner las cosas en su lugar.
A lo largo de 1976 las estad¨ªsticas econ¨®micas arrojaron estos resultados: la inflaci¨®n trep¨® por encima del 300%; el poder adquisitivo de los salarios se redujo alrededor del 60%; el consumo de los productos b¨¢sicos disminuy¨® en un 50%; el desempleo ascendi¨® al 8,7%; la participaci¨®n de los trabajadores en el ingreso nacional se limit¨® al 20% (en Espa?a es del 58%).
Varios millares de presos pol¨ªticos se hacinan e n las c¨¢rceles argentinas. El actual ?R¨¦gimen de M¨¢xima Peligrosidad? que padecen los reclusos impone la prohibici¨®n de recreos, lecturas y hasta la posibilidad de escribir. En celdas de dos por tres metros se api?an hasta tres personas, y en los calabozos de castigo, de uno por dos metros, los detenidos no cuentan ni siquiera con retretes ni utensilios. En todos los casos habr¨¢ una sola comida diaria -si as¨ª puede llamarse- casi siempre infecta de residuos de excrementos de roedores.
Pero acaso sea m¨¢s grave -si es posible- la situaci¨®n de quienes se albergan en los campos de concentraci¨®n. Seg¨²n recientes denuncias elevadas a la Comisi¨®n por los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, existen por lo menos tres instalaciones de ese tipo: ?El At¨®mico?, en los alrededores de Ezeiza, en la provincia de Buenos Aires, y ?La Perla? y ?La Ribera? en la provincia mediterr¨¢nea de C¨®rdoba. Otras versiones agregan el Cuartel militar de Campo de Mayo y los buques 33 Orientales, Buenos Aires y Bah¨ªa Aguirre. Lo cierto es que el n¨²mero de desaparecidos asciende a varios miles y es posible que se encuentren en aquellos sitios cuidadosamente secretos.
Los m¨¦todos de tortura han alcanzado el l¨ªmite de lo inveros¨ªmil.
La necesidad del tormento ha sido reconocida por un alto jefe de las Fuerzas Armadas a trav¨¦s de un reportaje realizado por Robert Lindley, del Financial Times, publicado el 9 de septiembre del a?o pasado. ?Acerca de la tortura -dice el militar argentino-, nosotros sabemos que tenemos un m¨¢ximo de seis horas, y generalmente no m¨¢s de cuatro, para obtener informaci¨®n de un guerrillero capturado, que permitir¨¢ llegar a m¨¢s de ellos; por tanto ... ? Algunas c¨¢maras de torturas funcionan en la Superintendencia de Seguridad (SS), Escuela de Suboficiales de la Polic¨ªa y Escuela de Mec¨¢nica de la Armada.
Sin embargo, tan sombr¨ªa realidad no logra contener la pertinaz resistencia que ofrecen los sectores populares.
A menos de un mes de la instauraci¨®n del Gobierno militar, el movimiento obrero produc¨ªa sus primeros enfrentamientos a la pol¨ªtica oficial. Una empresa constructora de la ciudad de C¨®rdoba y la factor¨ªa aut¨®motriz de la General Motors, en Buenos Aires, se declaraban en huelga. La respuesta fue contundente: diecisiete obreros detenidos en el primer caso, y la irrupci¨®n con carros de combate en el segundo, abortaron los primeros intentos de protesta. A partir de entonces, otros ser¨ªan los canales de expresi¨®n para la resistencia.
Con la reaparici¨®n del sabotaje, los obreros argentinos pon¨ªan en pr¨¢ctica un viejo h¨¢bito adoptado cada vez que deben sufrir el cors¨¦ d¨¦ los gobiernos dictatoriales.
En medio de creciente actividad subterr¨¢nea nace la Confederaci¨®n General del Trabajo en la Resistencia (CGTR), promovida por las hueste sindicales del Partido Montonero. En septiembre, el desaf¨ªo obrero Se expresa a trav¨¦s de las ?huelgas salvajes? que se pronuncian en las plantillas de Chirysler, General Motors, Ford, Fiat y Mercedes Benz. El Gobierno contraataca con la ley de Seguridad Industrial, que san ciona con hasta diez a?os de c¨¢rcel a quienes perturben la producci¨®n. No obstante, la resistencia se extiende a la refiner¨ªa petrolera de YPF a los Servicios El¨¦ctricos del Gran Buenos Aires (SEGBA), a las centrales energ¨¦ticas de Puerto Nuevo. En noviembre, la agencia de noticias Reuter informa que. la producci¨®n el¨¦ctrica ha disminuido en un 50% por acci¨®n de los sabotajes y que el trabajo portuario se realiza a un tercio de su actividad habitual. Se producen despidos, detenciones y secuestros de activistas obreros, pero la ola de descontento no cesa. Los operarios de la Empresa Nacional de Telecomunicaciones (ENTEL) proclaman el ?trabajo a tristeza? (desgana) y el ejemplo cunde en otras empresas administradas por militares. En los primeros d¨ªas de 1977 el panorama conflictivo se agrava con las medidas de fuerza adoptadas en los Astilleros y Fabricantes Navales del Estado (AFNE), Agua y Energ¨ªa y Ferrocarriles Argentinos, Durante las ¨²ltimas semanas, el centro de la crisis laboral vuelve al gremio de Luz y Fuerza, hasta que, pod¨ªa preverse, en marzo asoma la primera manifestaci6n callejera en los alrededores de la propia Casa de Gobierno. La represi¨®n es feroz, pero las barricadas que vuelven a salpicar Buenos.Aires insin¨²an el clima insurreccional que no pocos observadores pronostican para los pr¨®ximos meses.
Ni acabaron con las guerrillas de izquierda, ni contaron con la rebeld¨ªa de los trabajadores. Dos requisitos que, al no cumplirse, cuestionan el contenido del proyecto que dio origen al golpe del 24 de marzo de 1976. Un a?o es demasiado en t¨¦rminos m¨ªlitares y el argumento de la represi¨®n se agota cada vez que, como sucede en la Argentina, se aplica con mayor vehemencia cada d¨ªa. De ah¨ª que los altos mandos de las Fuerzas Armadas, a doce meses de tomar el poder, se hallen paralizados en interminables reuniones donde predomina el antagonismo.
Por un lado, el general Jorge Rafael Videla, presidente del pa¨ªs, junto al general Viola, jefe del Estado Mayor Conjunto, promueven la tesis de un entendimiento con los viejos caciques del sindicalismo vertical del r¨¦gimen isabelista. La maniobra intenta la concertaci¨®n de un Estado represivo-populista, tras el objetivo de ejercer cierta influencia sobre los sectores del trabajo. Por el otro, el almirante Emilio Massera, miembro de la Junta Militar, algunos jefes del Ej¨¦rcito de Tierra, y el brigadier Agosti, titular del Ej¨¦rcito del Aire y tercer hombre en el tr¨ªptico gobernante, se proponen una instancia liberal-represiva, mediante una entente con ciertos caudillos pol¨ªticos de probada genuflexi¨®n a las ¨®rdenes castrenses.
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