Goya y Picasso en Barcelona
Con palabras breves, rayanas en laconismo y ajenas a toda expresi¨®n triunfalista, el director del Patrimonio Art¨ªstico y Cultural, se?or Lago Carballo, y el alcalde de la ciudad Condal, se?or Soc¨ªas Umbert, declararon, el pasado martes, inaugurada la exposici¨®n de Goya en el palacio de Pedralbes. Llaneza se llama esta figura, sin otro adorno circunstancial que la obligada extensi¨®n del agradecimiento al ministro de Educaci¨®n y Ciencia, ausente, y a los presentes, director del museo del Prado y presidente de la Diputaci¨®n de Barcelona, m¨¢s la ofrenda indiscriminada al p¨²blico barcelon¨¦s.La misma abierta franqueza que, hace un par de semanas, me indujo a emitir, sin pelos en la lengua, un juicio negativo en tom¨® al traslado (en cuanto que tal, no en lo tocante, como alguien ha querido malentender, a su destino concreto o a sus espec¨ªficos destinatarios) de las obras de Goya, me obliga hoy a hacer p¨²blico, sin traba o cortapisa, que en el palacio de Pedralbes han acertado a dar con el marco ideal (valga el t¨®pico) de su objetivo acomodo, y el incentivo, tambi¨¦n, de una adecuada contempla ci¨®n que para s¨ª quisieran las habituales salas del museo del Prado.
Goya
Palacio de Pedralbes Barcelona
Picasso
Galer¨ªa Joan Prais.'Rambla de Catalunya, 54. Barcelona.
Han llegado con bien (?es un alivio!) a Barcelona estas 47 pinturas de Goya que a lo largo de casi dos meses van a hacer, sin duda alguna, las delicias y a centrar las atenciones del p¨²blico barcelon¨¦s. Y han sido objeto, apenas llegada y colgadas, de cuidados minuciosos por lo que a iluminaci¨®n y control de china, primordialmente, ata?e. Se ha atenuado, con buen acuerdo, el resplendor de las ara?as del palacio, h¨¢bilmente combinado con la luz, tambi¨¦n tenue, de focos indirectos, al tiempo que se controlan las incidencias y variaciones climatol¨®gicas.
De la exposici¨®n dir¨¦, por mejor elogio, que el mayor de sus aciertos radica en haber rehuido, justamente, todo aire de exposici¨®n. Si las obras de Goya (hacha casi solitaria, salvedad de las pinturas negras, de las alusivas al otro mayo franc¨¦s y de las que vieron la luz en el exilio de Burdeos ... ) fueron concebidas y consumadas en atenci¨®n a un ¨¢mbito eminentemente palaciego (palacio del Pardo, dependencias de los Pr¨ªncipes de Asturias ... ), no hay obst¨¢culos en agregar que en los salones del de Pedralbes descubren-una dimensi¨®n que ni so?ada para su contemplaci¨®n m¨¢s id¨®nea, hasta el extremo de parecer muy distintas de las del Prado.
Valgan de ejemplo los estudios, que no cartones, de los tapices. Cuanto de hacinamiento y angostura pesa sobre ellos en las salas del museo madrile?o pasa a encarnar en las del palacio barcelon¨¦s un grado ideal (disc¨²lpese nuevamente el lugar com¨²n) de amplia y libre espacialidad, con la fortuna, por si fuera poco, de que las medidas de las costumbristas escenas goyescas vienen pr¨¢cticamente a coincidir con las de cada uno de los paneles, entrepuertas y testeros, tal como se dividen, subdividen y conciertan la decoraci¨®n de los pabellones de la mansi¨®n de Pedralbes.
?Qui¨¦n no ha dejado de advertir, con disgust¨®, ese aire de zapater¨ªa adornada con carteles taurinos que las salas de los tapices ofrecen en el Prado a quien a ellas se asoma? Siendo obra menor, y muy menor, del clarividente pintor de Fuendetodos, dij¨¦rase que su nueva e insospechada vecindad en las salas del palacio barcelon¨¦s los convierte en creaciones de m¨¢s altos vuelos, y permite contemplarlos, de una vez por todas, en su intr¨ªnseca y espec¨ªfica entidad art¨ªstica, o de acuerdo, al menos, con su concepci¨®n, realizaci¨®n y destino originario.
Otro tanto cabr¨ªa decir del soberbio retrato ecuestre del general Palafox o de la atinada disposici¨®n que se ha dado a las dos Majas... Colgado el primero en lo alto, o por encima de la mirada normal, descubre de golpe toda su arrogancia, desenvoltura y buen aire, hasta hacemos recordar la impalpable disposici¨®n ascensional de los corceles de Paolo Uccello. Las Majas, por su parte, vuelven a recuperar, a favor de una estrat¨¦gica interdistancia (frente a la absurda yuxtaposici¨®n que las adorna en el Prado) su propia, coincidente y contrastada personalidad, en cueros o con velos.
Sin desdecirme ni en el negro de una u?a de lo d¨ªas pasados escrito en tomo a la pol¨ªtica de traslados de obras de arte, he de confesar que esta inesperada exposici¨®n permite ver a Goya en una perspectiva mil veces m¨¢s consecuente que la habitualmente transitada por salas y pasillos del Prado. Trasladada la cuesti¨®n a t¨¦rminos m¨¢s extremados" termina incluso por mostrar la palmaria insuficiencia de nuestro museo por antonomasia, sin que ello quiera decir (?l¨ªbreme Dios!) que haya de regalarse a la obra de Goya la menor parcela de nuestro Jard¨ªn Bot¨¢nico.
Otro Picasso, u otra renovada y emocionada versi¨®n del tornasolado y siemprevivo pintor malague?o. Una vez m¨¢s me vienen a la letra (ante lo visto, ayer mismo, en Barcelona) los signos de una interrogaci¨®n alusiva a los ocho nombres con que fuera bautizado el padre del cubismo: ?ser¨¢ oportuno y razonable traer a cuento la sola identidad sacramental de Pablo Picasso, o habremos de creer que en su empresa, pr¨®diga e incontrolable, tuvieron su arte y su parte Diego, Jos¨¦, Francisco de Paula, Juan Nepomuceno, Mar¨ªa de los Remedios, Crisp¨ªn y Crispiniano de la Sant¨ªsima Trinidad?Tentado me he sentido m¨¢s de una vez (y la tentaci¨®n me persigue tras lo contemplado en la barcelonela galer¨ªa Joan Prats) a verificar las ocho festivas preguntas formuladas por Rafael Alberti, y a atribuir a los ocho posibles o futuribles hermanos del rebelde malague?o la fracci¨®n correspondiente de una actividad, como la suya, tan pr¨®diga y desatada, que en s¨ª misma termina por albergar, bajo el pulso de una personalidad inconfundible, el signo de lo ajeno, por disperso, incontrolable y hasta contradictorio.
Pere Picasso (padre Picasso, o m¨¢s bien, Picasso, padre) titulan Ios organizadores el emocionado recuento de esta exposici¨®n que abarca dos holgadas d¨¦cadas (la de los treinta y la de los cuarenta) de su incesante u obcecada actividad. No se refiere en este caso la paternidad al nombre leg¨ªtimo que a Picasso cuadra, como a nadie, en origen del arte de nuestro tiempo alude, m¨¢s bien a la serie de dibujo que nuestro hombre dedic¨®, por el tiempo indicaso, a su hijita, Mar¨ªa de la Concepci¨®n, familiar y universalmente conocida con el diminutivo de Maya. A ella, a Maya, y a su fiel compa?era del entonces, Mar¨ªa Teresa, madre de Maya, dedic¨® y regal¨® Picasso concentrado y amoroso pu?ado de obras que hoy se exhiben en Barcelona. Conocida, en atenci¨®n al nombre de la madre y compa?era, con el nombre de Colecci¨®n Marie-Th¨¦r¨¨se Walter, se deslig¨® esta peque?a antolog¨ªa de los entra?ables lazos familiares y vino a dar ' por ¨²ltimo, en el toma y daca del mercado, sin que, por fortuna, se haya desmembrado hasta la fecha a manos de los mil y un coleccionistas o inversores.
Integra, o m¨ªnimamente menguada, se expone ahora a los ojos del p¨²blico barcelon¨¦s, por gentileza y presumible negocio de la galer¨ªa Jan Krugier, de Ginebra, cuya es la actual propiedad y de quien depende su libre-venta. Dibujos infantiles (impregnados en la alegr¨ªa del color que ti?e y conforma el anverso y reverso de muchas de las figuras) alternan con, unos
cuantos magistrales autorretratos de pere Picasso, y desnudos de bocetos de vidrieras y pac¨ªficos animales y escenas dom¨¦sticas... y la soberbia serie de interpretaciones sobre el tema del toro.
Si esta Colecci¨®n Marie Th¨¦r¨¨se Walter significa un cap¨ªtulo aislado e incidental en el c¨®mputo de la actividad picassiana, dij¨¦rase que sus episodios sucesivos (tal es su variedad) nos incitan otra vez a re partir su patertridad (doblemente subrayada en este caso) entre los ocho posibles o futuribles hermanos del infatigable, tornasolado y siemprevivo pintor malague?o, afincado a lo largo de una provechosa adolescencia en estas calles de Barcelona Grato, innegable e instant¨¢neo resulta el cariz familiar que la semblanza de Picasso viene a cobrar en su particular vinculaci¨®n a Barcelona. La calle Escudillers de sus abriles, o la calle Aviny¨® (en una de cuyas casas conoci¨® Picasso a las cinco desgarradas rameras que, por obra y gracia de sus pinceles, hab¨ªan de convertirse en demoiselles, y pasar, como tales, a los anales de la historia)... y la calle Montcada que ¨¦l, de joven, recorri¨® tantas veces y hoy alberga lo mejor de su memoria, convertida en museo.
Y es a este extremo al que quiere apuntar frontalmente mi comentario. Tan pr¨®ximo como se halla el Museo Picasso a la galer¨ªa en que por estos d¨ªas se cuelgan sus obras, y siendo ¨¦stas, por sus rasgos infantiles, de comprobable afinidad, a no pocas de las que en aquel resumen buena parte de su propia infancia.... da pena o rabia ver c¨®mo la Colecci¨®n Marie Th¨¦r¨¨se Walter se desmembra o se marcha.... en vez de ir a engrosar los fondos del entra?able museo barcelon¨¦s. ?Por qu¨¦ no le tienta a quien corresponda, el est¨ªmulo de una oportunidad tan a la mano?
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