La herida obsesiva
Si toda guerra es fuente generosa en experiencias traum¨¢ticas, aquella que, por segunda vez, convoc¨® al mundo, deb¨ªa arrojar un saldo de desencanto mayor que cualquier otra que se recuerde. La confianza en las delicias de un mundo mec¨¢nico, con la que el siglo fue inaugurado, hab¨ªa sufrido ya un serio aviso en 1914; un nuevo tropez¨®n le result¨® fatal. Se inicia as¨ª una era de austeridad y mea culpa, con propensi¨®n al pullover negro, el comercio de la angustia y una est¨¦tica de remiendo y arenilla que expresara todo el dolor almacenado, espejo de ese bazar de cascotes renegridos en que Europa hab¨ªa mudado sus galas de geometr¨ªa. Tal es el teatro y Burri, si se quiere, su m¨¢s t¨ªpico personaje. Habiendo sentido la llamada del artejusto a ra¨ªz del conflicto b¨¦lico, vierte en la pintura susrecientes obsesiones, agudiza.das por su condici¨®n de vencido, y m¨¢s si cabe, en un bando al que la Historia se complace en reconocer culpable. Cirujano en campa?a, centra su visi¨®n de la contienda en la carne desgarrada que ¨¦l intenta recomponer in¨²tilmente. Y as¨ª mediada su imagen del mundo, ¨¦ste se le presenta como una grieta de imposible encarnadura. 0 en palabras de Pieyre d¨¦ Mandiargues: ?el asunto, aqu¨ª, es ante todo la herida, tanto ps¨ªquica como fisica... Burri... es el pintor de la desolaci¨®n y de la muerte?. Los materiales que escoge (arpilleras, trapos) le sirven en la medida que le recuerdan los vendajes sanguinolentos-de su oficio anterior. Se trata a menudo de despojos al servicio de una reconstrucci¨®n, que ser¨¢ de nuevo violentada por perforaci¨®n 0 por fuego, revelando esa herida ineludible de la que no puede apartar su mente, como si sobre las ruinas no pudieran levantarse sino ruinas. Un combate continuo se establece entre el autor y la materia, fruto m¨¢s cercano a la pasi¨®n que a la destreza, en un sentir desesperanzado que no busca sino expresar su impotencia ante un futuro en el que se anuncia el retorno de los horrores pasados. ero ¨¦sto, cre¨ªbleen virtud de la pasi¨®n mani¨¢tica de la que nace, no se mantiene m¨¢s all¨¢ de la ocasi¨®n que lo convocaba. Visths hoy, los sacos plagados de suturas, las maderas carbonizadas y los pl¨¢sticos retorcidos producen un efecto desolador, aunque no creo que en el mismo sentido que el pretendido por Burri. Lo que tanto impresionara en la d¨¦cada de los cincuenta parece haber tomado su fuerza de la audacia que supon¨ªa.Su condici¨®n de precursor y de las significaciones enraizadas en el esp¨ªritu del momento. La perspectiva temporal no juega precisamente a su favor. Ese fe¨ªsmo testimonial que reinaba en sus obras, resulta ahora m¨¢s
bien farragoso, sobre todo si tenemos en cuenta el car¨¢cter revelador de su producci¨®n reciente que es, a mi entender, netamente fallida. Las obras de los a?os setenta, que constituyen el n¨²cleo mayor de la muestra presentada, manifiestan el abandono, por parte del pintor italiano, del aliento desgarrado que animaba su etapa de postguerra. Vac¨ªo de intenci¨®n e inclin¨¢ndose hacia
soluciones de marcado estilo decorativista, el resultado demuestra una notablepobreza pl¨¢stica. Si la pintura mat¨¦rica es viable, lo es en virtud de una sutilidad a la que, desde luego Burri se manifiesta ajeno. Ello nos lleva a replantearsel valor de su obra inicial que parece, a la postre, residir en elementos fundamentalmente extrapict¨®ricos.Varios factores conjugan en un momento en el que la crisis y el formalismo necesita m¨¢s de actitudes rupturistas que de actitudes de oficio. Burri un¨ªa a su indiscutible capacidad de inventar nuevos lenguajes una necesidad exacerbada de expresi¨®n de lo subjetivo, lo que lo convert¨ªa en un personaje id¨®neo para desenvolverse en los albores del carnaval informalista. Si luego la formulaci¨®n es deficiente, ello conllevar¨¢ a que su inter¨¦s se decaiga hacia lo puramente hist¨®rico. As¨ª su pintura no es hoy, sino un documento de una actitud muy localizada en un momento preciso, un cad¨¢ver que hiede por encima de toda admiraci¨®n posible.
Babelia
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