Alberto Burri
"Burrismo" e informalismo espa?ol
Al tiempo que agradecemos a la Direcci¨®n General del Patrimonio Art¨ªstico y Cultural la reci¨¦n inaugurada exposici¨®n de Alberto Burri, nos vemos nuevamente obligados a recurrir al tr¨¢gico-circense ? ?por primera vez en Espa?a! ? Por primera vez, en efecto, y con treinta a?os de retraso, nos llega esta peque?a antolog¨ªa del pintor italiano que tan grande influjo ejerci¨® en alguno o algunos de nuestros pintores informalistas. De este tema, justamente, se cuida el comentario de Santiago Am¨®n, en tanto Fernando Huici analiza las -circunstancias posb¨¦licas en que se produjo la obra de Burri, y Gonzalo Armero extrae una serie de conclusiones generales de esta muestra, que usted puede contemplar en el Palacio de Vel¨¢zquez, del Retiro madrile?o.
?Pedazos de sacos, desgarrados y manchados, formaban por sus estructuras un campo desolado. Hilos y cordeles ligaban los tristes fragmentos unos con otros. Aqu¨ª y all¨¢, a trav¨¦s de una costura reventada, se distingu¨ªa un color rojo como si sangre coagulada goteara por el cuerpo del cuadro. Donde la podredumbre hab¨ªa agujereado los pedazos de saco, aparec¨ªa un fondo nocturno ( ... ). Una gran superficie oscura, en medio,de la cual un fr¨¢gil fragmento de saco se muestra tenso hasta casi romperse. Varios hilos delgados tiran del fragmento, desesperadamente tenso, hacia los bordes del cuadro, como si ese jir¨®n deshecho se obstinara incesantemente en ocultar lo que de modo inevitable iba hacia la irrupci¨®n: el es pacio sin forma, el vac¨ªo de la nada. ??A qu¨¦ obra se acomodar¨ªa con mayor justeza la descripci¨®n precedente? ?A la del italiano Burri, o la del espa?ol Millares? No trato de jugar a las adivinanzas. El texto, debido a la pluma de Werner Haftmann, se destina, en efecto, a la obra del primero, aunque no hab¨ªa de cuadrar nada mal el quehacer del segundo. Es s¨®lo un ejemplo, extensivo, eso s¨ª (con el apoyo de otros nombres, referencias y precedencias), a la mayor¨ªa, o a la totalidad, de los informalistas espa?oles. Ejemplo aislado y, como siempre, tard¨ªo, la exposici¨®n de Alberto Burri viene a dejar muy en claro la estrecha relaci¨®n de nuestra vanguardia de los a?os cincuenta con otros vanguardistas for¨¢neos de la d¨¦cada anterior, y la ma?a, tambi¨¦n, con que se la ha ocultado.
Arpilleras, jirones, madera quemaduras, collages y chapa en garzadas de Burri... me llevan una vez m¨¢s a inquirir: ?por qu¨¦ no desplegar el espect¨¢culo universal del informalismo (o del proceder s¨ªgnico o mat¨¦rico o gestual ... ) y confrontar, a tan alto nivel, las experiencias de nuestros representantes? ?Quedar¨ªan en pie muchos de ellos? Vengan, pues, al ruedo ib¨¦rico los Pollock, Kline, De Kooning..., los Motherwell, Still Gorky.... los Appel, Jorn, Alechinsky..., los Fautrier, Dubuffet, Burri.... o cuantos quiera el lector o crea vinculados a la corriente que aqu¨ª se comenta ... ; que se inicie el torneo de las precedencias, de los influjos, de las ejemplaridades, y una vez concluido, comi¨¦ncese a adjetivar (si ello es-posible) con elogio.
Relaci¨®n paterno-filial
La exposici¨®n antol¨®gica de Burri, tal como por estos d¨ªas se cuelga en el madrile?o palacio de Vel¨¢zquez, exige, sin m¨¢s, su referencia pr¨®xima al quehacer de Millares, y en los mismos t¨¦rminos con que hace dos a?os prologaba yo la retrospectiva de ¨¦ste, tal como se vio expuesta en el Museo de Arte Contempor¨¢neo: ??Por qu¨¦ rehuir sistem¨¢ticamente la sombra colosal de Burri, en vez de airearla en toda su amplitud y confrontar con ella la obra de Millares? Dudas y recelos, supuesta incomprensi¨®n ajena y explosi¨®n patri¨®tica del superlativo, ol¨ªmpicos desdenes y ciegas adhesiones..., quedar¨ªan tras la prueba en sujusto lugar, en tanto ceder¨ªan para siempre las verdades a medias, halag¨¹e?os eufemismos, disimulos y adjetivaciones circunstanciales.?
Ingenuo y vano resulta escamotear concretas precedencias a la hora de abordar un fen¨®meno tan decisivo en el auge del moderno arte espa?ol como lo fue el informalismo. Vano, ingenuo y, por desgracia, harto acostumbrado y consentido. La relaci¨®n paterno-filial entre el Burri de los a?os cuarenta y el Millares de los cincuenta es un hecho tan obvio y consumado como habitualmente omitido en nuestras recensiones y memorias al uso. S¨®lo a partir de ¨¦l se hace leg¨ªtima la empresa de nuestro hombre y la ra¨ªz misma de su influjo en otros ¨¢rboles geneal¨®gicos. Y ello. no es deshonor; antes bien, l¨®gica y ejemplar consecuencia, no siempre aplicable a todos los otros informalisitas espa?oles de su edad, aunque algunos de ellos presuman de caminar a su aire.
Una vez m¨¢s subrayar¨¦ con doble trazo que la historia del informalismo espa?ol se ha venido urdiendo, de com¨²n, al margen de toda for¨¢nea referencia, dando por propia y espont¨¢nea una floraci¨®n que de hecho contaba con sobradas y expl¨ªcitas paternidades. Rara vez trascendi¨® su experiencia creadora un estadio de perpetua actitud discipular. Ni la cr¨ªtica debe omitir el caso, ni mucho menos erigir, en su olvido, el ef¨ªmero pedestal de tantas y tantas mitificaciones y glorias locales. Tard¨ªa y a remol que, la historia de nuestro informalismo reclama verse confrontada de una vez por todas, con precedentes, ejemplos e influjos de otras latitudes, como los que ahora pueden verse resumidos (con treinta a?os de retraso) en unos cuantos cuadros de Alberto Burri.
Cuando se plantea (s¨®lo de palabra jam¨¢s por escrito) la estrecha relaci¨®n entre el genuino vanguardista italiano y nuestro destacado informalista, es costumbre, o rito, matizar: ?Pero Millares es mejor pintor que Burri?. No, no se trata, a juicio m¨ªo, de cotejar supuestas calidades pict¨®ricas,- es cuesti¨®n, m¨¢s bien, de referir los hechos a una escueta raz¨®n evolutiva, en cuyo discurso lo mejor del quehacer de Millares radicar¨ªa en haber llevado a ¨²ltimas o m¨¢s arriesgadas consecuencias los vislumbres y hallazgos propios, y muy propios , del pintor italiano, hasta irse diferenciando sin llegar a desligarse por completo, ni en la medida siquiera en que Burri (compru¨¦belo usted mismo en esta exposici¨®n) logr¨® dejar atr¨¢s, para mal o para bien, su propio origen.
Respectivas calidades al margen (no es tema a zanjar en la tertulia de turno), la exposici¨®n del palacio de Vel¨¢zquez insiste en proponernos a Burri como precedente pr¨®ximo e incuestionable de Millares, fiel acompanante a lo largo de un buen trecho de su aventura y eco nunca apagado, ni en la edad de plenitud. Cabe agregar, no sin amargura, que la muerte se llev¨® a nuestro pintor cuando estaba quiz¨¢ a punto de soltar las am ' arras del puerto originario. In¨²til, pues, iniciar la m¨¢s leve aproximaci¨®n a su actividad sin proponer y preponer a toda consideraci¨®n y consecuencia la obra de Burri, primero en su propia e inmediata corporeidad, luego como sombra y m¨¢s tarde como eco perpetuo, aunque en m¨¢s y m¨¢s acrecentada lejan¨ªa.
Expongo con toda crudeza (la misma, repito, con que lo hiciera mi nota preambular en el cat¨¢logo de la antedicha exposici¨®n antol¨®gica del Museo de Arte Contempor¨¢neo) el caso de Millares por ser el m¨¢s directamente vinculable al del singular pintor italiano que (?por primera vez en Espa?a!) nos regala actualmente una corta muestra de su largo quehacer, sin que dejen de afectar a otros de los nuestros las maderas sim¨¦tricas o quemadas, los collages, las placas met¨¢licas, las prendas en desuso... y otras m¨¢s de las cosas que Alberto Burri cuelga en los blancos y amplios muros del palacio de Vel¨¢zquez. Y si su caso concreto, siendo uno de los m¨¢s descollantes, no puede desmentir la ajena p ecedencia, ?c¨®mo habr¨¢n de evitarla los de rango menor o de entronque m¨¢s colateral?
En verdad que resulta dif¨ªcil resolver el contraste entre el llamade boom de la moderna pintura espa?ola y la absoluta falta de p¨²blica confrontaci¨®n con las experiencias de la vanguardia exterior. Tal vez hayan de buscarse las causas en el propio car¨¢cter espa?ol (es decir, local) del suceso. Una historia urdida puertas adentro, con el ojo avizor a lo que, puertas afuera, era f¨¢cil colegir y camuflar. S¨®lo as¨ª se explica que la obra de los maestro extranjeros del entonces se exponga ahora con una treintena de a?os de retraso y con parad¨®jicos incentivos de novedad. Tambi¨¦n se explica as¨ª que las glorias locales (salvo esas tres o cuatro excepciones que rondan la memoria de todos hayan merecido, cuando m¨¢s, la letra chica en las publicaciones de allende la frontera.
Hace unos d¨ªas tuvo cambie RTVE ofrecernos el avance de una emisi¨®n semanal destinada a las artes pl¨¢sticas. Al entrar en debate el tema de la condescendencia de cr¨ªtica espa?ola, un pintor, asistente a la mesa redonda en que consisti¨® el acto de presentaci¨®n, se mostr¨® disconforme, invocando dureza con que fueron tratados en Espa?a, all¨¢ por los a?os cincuenta, los artistas de vanguardia. Y yo me pregunto y me pregunto: ?desde qu¨¦ angulaci¨®n? Desde la falta de informaci¨®n m¨¢s absoluta o desde la m¨¢s estricta ignorancia. Persuadido estoy de que esta mism¨ªsima exposici¨®n de Burri, llegada a su tiempo debido, hubiera dado pie una cr¨ªtica tan dura como fundada y esclarecedora, para ¨¦l, para muchos de sus colegas y para el p¨²blico en general.
Babelia
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