El capitalismo y la Iglesia cat¨®lica
Presidente de la Asociaci¨®n Espa?ola para el Progreso de la Direcci¨®nHe seguido con creciente asombro la actitud de la Iglesia cat¨®lica con respecto a la evoluci¨®n pol¨ªtica y econ¨®mica de este pa¨ªs. Quiero simplificar mi opini¨®n expresando, sin reservas, mi m¨¢s completa disconformidad y as¨ª mismo mi convencimiento del da?o grave que se est¨¢ produciendo entre creyentes y no creyentes por la falta de seriedad, de realismo y de prudencia que existe en dicha actitud.
En este primer art¨ªculo sobre las relaciones entre el capitalismo y la Iglesia cat¨®lica quiero destacar de un comunicado de la permanente del Episcopado espa?ola la frase siguiente: ?Los cristianos deber¨¢n excluir todo apoyo a aquellos partidos o programas que sean incompatibles con la fe, como, por ejemplo, los que pretenden construir un modelo de sociedad determinada en la que se suprimen los derechos fundamentales y las libertades del hombre, o en la que el lucro sea el motor esencial del progreso econ¨®mico, la concurrencia de ley suprema de la econom¨ªa y la propiedad privada de los medios de producci¨®n un derecho absoluto.?
Ingenuidad de serpiente y astucia de paloma
La ra¨ªz de este tipo de declaraciones reside sin duda en la in cultura econ¨®mica de la Iglesia. La Iglesia cat¨®lica en su conjunto y la espa?ola particularmente se mueven dentro de los fen¨®menos econ¨®micos con la ingenuidad de una serpiente y la astucia de una paloma. En un delicioso estudio sobre este tema, Daniel Willey afirma que ?son muy pocos los te¨®logos cristianos que saben verdaderamente lo que es liberalismo econ¨®mico y los que conocen el funcionamiento de la econom¨ªa de mercado?. Al final de cualquier argumento la Iglesia acaba ampar¨¢ndose en el dad al C¨¦sar lo que es del C¨¦sar y reconociendo displicentemente que los hijos de las tinieblas son en sus negocios m¨¢s sabios que los hijos de la luz. Seg¨²n Willey, esta ignorancia del fen¨®meno econ¨®mico le lleva a la Iglesia cat¨®lica a operar con una profunda inseguridad, con una profunda desconfianza y, sobre todo, sin profundidad, En la obtenci¨®n de beneficios s¨®lo ve la atracci¨®n pecaminosa de lucro. No ve en el lucro el bar¨®metro del servicio prestado y el de Munich en realizada. La Iglesia cat¨®lica ha olvidado que toda doctrina econ¨®mica y en concreto la econom¨ªa de mercado tiene un fundamento cient¨ªfico del que no se puede prescindir a la hora de emitir juicio, criticas o recomendaciones.
Antes de entrar, sin embargo, en estos tenias concretos, hagamos un brev¨ªsimo resumen hist¨®rico.
Defensa del capitalismo
La unidad constante que resulta en un estudio de la posici¨®n de la Iglesia, es la defensa del capitalismo, o m¨¢s en concreto, de la econom¨ªa libre o de mercado, y en su consecuencia, una condena del socialismo y del marxismo, en cuanto en cuanto estas doctrinas tienen entre sus fundamentos filos¨®ficos el materialismo y el te¨ªsmo, y en tanto en cuanto urgen en su origen m¨¢s que como un sistema nuevo, como una cr¨ªtica y una reacci¨®n contra los abusos del capitalismo. La Iglesia cat¨®lica ha defendido siempre, a veces con verdadero apasionamiento, los cuatro pilares del capitalismo, es decir: - La propiedad privada (incluida la de los bienes productivos), como un valor permanente por constituir un derecho natural.
- La iniciativa personal en un marc¨® de libre econom¨ªa.
- La unidad de direcci¨®n y mando en la empresa como respeto al principio de autoridad, y
- El lucro o provecho leg¨ªtimo corno mecanismo natural del sistema econ¨®mico. Aunque puedan encontrarse algunas referencias anteriores, es la Iglesia posconciliar la que inicia realmente una campa?a contra el capitalismo liberal. Ello coincide con la crisis mundial de un liberalismo econ¨®mico que hab¨ªa aportado a la humanidad el mayor progreso conocido nunca, pero que estaba encontrando sus propios l¨ªmites y sus propias contradicciones. Antes que la Iglesia cat¨®lica, los Estados occidentales se hab¨ªan dado cuenta de la necesidad de intervenir en los movimientos econ¨®micos internos y externos, por cuanto el sistema monetario internacional resultaba insuficiente, se hab¨ªa producido una r¨¢pida internacionalizaci¨®n de la econom¨ªa y las empresas multinacionales empezaban a acumular un poder excesivo.
La nueva actitud de la Iglesia
La cr¨ªtica del capitalismo por la Iglesia cat¨®lica no destruye, desde luego, los cuatro pilares antes mencionados, por cuanto ello ser¨ªa justificar las tesis marxistas, pero los condiciona de tal forma que empieza a poner en duda la esencia de unos principios que hab¨ªan sido casi dogm¨¢ticos. Juan XXIII, en la Mater et Magistra, y Pablo VI, en el Progreso de los. Pueblos y la Constituci¨®n Pastoral ?Gaudium et Spes?, al reexaminar la sociedad industrial, ponen de manifiesto su honda preocupaci¨®n por los abusos del capitalismo, aunque en todos esos documentos se sigue reconociendo su aportaci¨®n a la obra del desarrollo.
Un resumen de esta nueva actitud podr¨ªa ser el siguiente:
- Con respecto a la propiedad privada, adem¨¢s de reafirmar su car¨¢cter de derecho no incondicional ni absoluto, se matiza concretamente el ejercicio de tal derecho, especialmente en lo que refiere a los bienes productivos, relacion¨¢ndolo con los l¨ªmites que impone el bien com¨²n, admitiendo la conveniencia de que el Estado posea bienes instrumentales cuando impliquen un poder econ¨®mico importante, y regulando los conflictos entre los derechos privados adquiridos y las exigencias comunitarias primordiales.
- El principio de la iniciativa personal y de la libre competencia empiezan a ceder cuando se ataca a los que creen en la concurrencia como ley suprema de la econom¨ªa, y lo mismo sucede con el lucro o provecho, al que se le niega su car¨¢cter de motor esencial del progreso. De otro lado, la planificaci¨®n o la programaci¨®n se aceptan como un remedio importante en la lucha por evitar que los ricos se hagan m¨¢s ricos y los pobres m¨¢s pobres.
- Por ¨²ltimo, en cuanto a la unidad de direcci¨®n y de mando, la Iglesia, ante el hecho de los avances sociales, reafirma el principio. de autoridad, pero impone a los empresarios un nuevo concepto de la empresa, exigiendo una mayor presencia, una mayor intervenci¨®n y una mayor responsabilidad activa de los trabajadores y respaldando los esfuerzos reivindicadores del sindicalismo.
Originalidad
En esta evoluci¨®n de la doctrna de la Iglesia, no hay nada nuevo ni original. Estos planteamientos estaban ya, en el mundo de la econom¨ªa perfectamente elaborados y razonados desde hace muchos a?os y al margen de toda valoraci¨®n espiritualista. Las organizaciones sindicales, la competencia industrial y otros factores hab¨ªan forzado el reajuste progresivo del sistema capitalista, y la empresa, como ahora veremos, se vio obligada en consecuencia a renovar profundamente sus estructuras. La Iglesia cat¨®lica se limit¨® a constatar unos hechos que el socialismo en su conjunto ha sabido utilizar para romper muchas de las dificultades doctrinales que separaban socialismo y catolicismo.
De otro lado, la Iglesia ha permitido que trascienda a su acci¨®n social su propia crisis intema y el resultado es -sin exagerar demasiado- un caos admirable. Hasta hace poco tiem po cristianismo-socialismo y cristianismo-marxismo eran t¨¦rminos contrarios. Un cristiano r¨ªo pod¨ªa ser socialista ni marxista. La ant¨ªtesis cristianismo-marxismo todav¨ªa se mantiene bastante intacta en el campo te¨®rico, pero en el pr¨¢ctico esa ?contradicci¨®n en t¨¦rminos? se ha reblandecido en parte por la desorientaci¨®n yen parte por las t¨¢cticas del marxismo que han decidido superar barreras formales en beneficio de sus objetivos finales. Para los marxistas, un cat¨®lico confuso es m¨¢s efectivo en la pr¨¢ctica que un te¨®rico convencido, y de ah¨ª que hayan puesto en marcha una pol¨ªtica de aproximaci¨®n en cuyos detalles no procede entrar ahora. Parad¨®jicamente esta actitud marxista recuerda en algo a la par¨¢bola del buen pastor que abandona a las ovejas obedientes para encontrar la oveja descarriada.
En cualquier caso, lo que s¨ª est¨¢ claro es que la contradicci¨®n cristiano-socialismo ha desaparecido por completo. Para muchos ya son t¨¦rminos absolutamente equivalentes y para los m¨¢s conservadores. la cuesti¨®n es solamente de grado o medida. El socialismo moderado no niega, como hace el comunismo, el derecho de propiedad privada en tanto sirve al bien de la comunidad, ni elimina radicalmente la libertad del individuo aunque insista en la igualdad y en la ?esencia colectiva? por encima de la libertad. La Europa actual ha puesto de manifiesto la posibilidad de que existan Gobiernos socialistas dirigiendo y protegiendo econom¨ªas de mercado en su m¨¢s cl¨¢sica acepci¨®n. El socialismo, por otra parte, se ha visto obligado, como le sucede a la Iglesia cat¨®lica en otros terrenos, a buscar f¨®rmulas intermedias que le permitan de un lado mantener una izquierda unida frente a la derecha, asoci¨¢ndose al comunismo, y de otro, evitar que la mayor claridad de la doctrina comunista les envuelva definitivamente en un frente com¨²n en el que tendr¨ªan la batalla perdida. De ah¨ª que su ideolog¨ªa y sus ide¨®logos sean poco consistentes y eficaces.
En cualquier caso, si revis¨¢ramos ahora de nuevo la actitud de la Iglesia cat¨®lica, en cuanto a los cuatro pilares b¨¢sicos del capitalismo, tendremos que llegar a la conclusi¨®n de que sus diferencias tanto pr¨¢cticas como te¨®ricas con respecto al socialismo son m¨ªnimas. Cuando la Iglesia condiciona el derecho a la propiedad privada al bien com¨²n, cuando acepta que el Gobierno posea bienes instrumentales que impliquen un poder econ¨®mico importante, cuando antepone las exigencias comunitarias primordiales a los derechos privados adquiridos, cuando admite que las planificaciones econ¨®micas son muy eficaces en la lucha contra la desigualdad distributiva, cuando acepta los principios de la cogesti¨®n, cuando pide que el contrato de trabajo sea un contrato de sociedad, est¨¢ de hecho afirmando su predilecci¨®n por un r¨¦gimen socialista y al propio La Iglesia cat¨®lica, al servicio de capitalismo
tiempo la incapacidad del capitalismo cl¨¢sico y del neocapitalismo para resolver satisfactoriamente el, problema de la libertad individual y de la igualdad de oportunidades. El capitalismo y la Iglesia cat¨®lica han dominado el mundo occidental culturalmente, militarmente y econ¨®micamente durante muchos siglos. La Iglesia cat¨®lica ha sido un instrumento para bien y para mal del capitalismo, y, el capitalismo un instrumento para bien y para mal de la Iglesia cat¨®lica. El poder que han ejercido conjuntamente no tiene, desde luego, referencia comparativa y en su conjunto los resultados derivados del ejercicio de ese poder han sido, en mi opini¨®n, muy positivos dentro de un contexto hist¨®rico pr¨¢ctico, es decir, en sus circunstancias y en sus posibilidades.
Pero el poder -corrompa o no corrompa- desgasta y est¨¢ claro que ha llegado el momento de revisar casi todos los planteamientos del capitalismo y de la Iglesia cat¨®lica para que su misi¨®n en este mundo tenga de nuevo sentido e importancia. La crisis del capitalismo y la crisis de la Iglesia cat¨®lica tienen mucho en com¨²n, y seria il¨®gico que en la coyuntura actual se convirtieran en enemigos irreconciliables. Los dos han perdido su fuerza dogm¨¢tica, pero ambos son inmortales y pueden encontrar nuevas f¨®rmulas de entendimiento. En el idioma chino la palabra crisis se compone de la conjunci¨®n de dos signos: uno de ellos es el peligro, el otro el de oportunidad. La Iglesia cat¨®lica, que sabe mucho de la virtud de la esperanza, no debe entregarse ahora a un abandonismo ni a una traici¨®n a sus, fundamentos y tradiciones.
Como ya_he dicho reiteradas veces, la econom¨ªa de mercado es el m¨¢s eficaz y humano de todos los sistemas econ¨®micos y el ¨²nico que asegura la libertad pol¨ªtica. La idea de un pluralismo pol¨ªtico con una econom¨ªa socializada pertenece al campo de la ciencia-ficci¨®n. La Permanente del Episcopado espa?ol, al solicitar a los cristianos que excluyan ?todo apoyo a los partidos o programas... en los que el lucro sea el motor esencial del progreso econ¨®mico, la concurrencia, la ley suprema de la econom¨ªa y la propiedad privada de los medios de producci¨®n un derecho absoluto?, no sabe muy bien lo que est¨¢ diciendo y act¨²a, dicho sea con todos los respetos, sin sentido de la responsabilidad.
El lucro, motor de? progreso Dentro del sistema de econom¨ªa de mercado, el lucro es el motor esencial del progreso econ¨®mico y la obligaci¨®n del empresario es la de obtener el m¨¢ximo beneficio posible dentro del cumplimiento de las normas legales. El deseo de obtener un lucro, como explica Adolf Weber, pone en marcha el mecanismo de la competencia y obliga al hombre a desplegar y ejercer sus mejores talentos, energ¨ªas y capacidades. La competencia, a su vez, provoca una selectividad que depura el sistema y origina un progreso. Tema completamente diferente es el de la propiedad de ese lucro o beneficio y su reparto o distribuci¨®n a trav¨¦s del mecanismo fiscal, tema del que hablaremos en elart¨ªculo dedicado a la crisis del capitalismo.
Dentro del sistema de la econom¨ªa de mercado, la concurrencia o la competencia son la clave del movimiento corrector del sistema. Sin una competencia vigorosa el sistema produce una concentraci¨®n de poder econ¨®mico que debilita su eficacia y sus resultados positivos. De ah¨ª que la competencia, leal deba ser protegida con leyes antimonopolio que proh¨ªban toda una serie de pr¨¢cticas ilegales que benefician a unos pocos en contra del inter¨¦s colectivo.
Dentro del sistema de econom¨ªa de mercado la propiedad, privada de los medios productivos debe ser un derecho absoluto s¨®lo limitable en casos excepcionales y con car¨¢cter temporal. La libertad de iniciativa empresarial es otra de las claves del sistema y no debe ser diluida ni limitada por la burocracia administrativa, ni por las planificaciones llama das indicativas ni por la inversi¨®n p¨²blica.
Lo importante, sin embargo, al analizar la declaraci¨®n de la Permanente del Episcopado espa?ol, no es solamente detectar sus errores econ¨®micos, sino sobre todo sus grav¨ªsimas implicaciones pol¨ªticas. De ello hablaremos.
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