Las dos derechas, en la encrucijada
No creo que nadie se escandalice si afirmamos que, a trav¨¦s de la historia, democracia y finanzas no han hecho con frecuencia buenas migas. Sin remontarnos demasiado lejos, recordemos que en 1925 el ?muro del dinero? hundi¨® al Gobierno franc¨¦s del ?cartel? de izquierdas, presidido por Herriot; potente ?muro? aquel, que volvi¨® a pasar al ataque en 1932, que organiz¨® la fuga de capitales para minar el terreno al Gobierno de Frente Popular presidido por Blum en 1936, que frustr¨® el Gobierno de ¨¦ste con Boncour en 1938, siempre por razones financieras. Tambi¨¦n la banca alemana, en 1929, apoyada por la gran industria, torpede¨® los cr¨¦ditos que ped¨ªa el ministro de Hacienda, socialdem¨®crata Hilferding, forz¨¢ndole a dimitir.En nuestra Espa?a, cuando en mayo de 1935 Lerroux form¨® el Gobierno m¨¢s de derecha -olig¨¢rquico, ?por qu¨¦ negarlo?- que tuvo la segunda Rep¨²blica, la prensa destac¨® un hecho: la Bolsa sube. Los mismos que hac¨ªan subir las cotizaciones, organizaban diez meses despu¨¦s la exportaci¨®n clandestina de capitales.
Baj¨® la Bolsa hace unas semanas al solo auncio de la legalizaci¨®n del PCE; subi¨®, en cambio, en Francia, porque el primer ministro ?tranquiliz¨®? a los potentados del dinero por la televisi¨®n.
Y claro, como no pod¨ªa menos de ocurrir, un notorio representante del gran capital, el se?or Aguirre Gonzalo (procurador en Cortes por designaci¨®n de Franco, del Consejo de Econom¨ªa Nacional, etc¨¦tera), estima llegada la hora de amenazarnos a los espa?oles por si cometemos la diab¨®lica veleidad de no votar a las derechas,al anunciar que ?la Bolsa cotiza desfavorablemente un Gobierno de izquierdas?.
?Ya est¨¢ aqu¨ª el ?muro del dinero?! Estamos ante un caso flagrante de coacci¨®n, de causar miedo amenazando con graves males si no se acepta la opci¨®n pol¨ªtica del que amenaza.
Por lo general, quienes detentan grandes poderes econ¨®micos y financieros no se entregan directamente a esta clase de coacciones, y prefieren la ?mediaci¨®n? de los pol¨ªticos para expresar su opci¨®n de clase, con amenazas y todo. Y ah¨ª est¨¢ el se?or Fraga con aquello de ?ya veremos qui¨¦n tiene m¨¢s pu?os?; los de Falange diciendo que ?no les parece que las elecciones sirvan para decidir? (claro; no nos olvidamos de aquello de que el mejor destino de una urna era el de ser rota); desde un peri¨®dico vespertino se pide ya que las torretas de un ej¨¦rcito que es de todos los espa?oles apunten contra la democracia.
Otro se?or, que estuvo catorce a?os de ministro con la dictadura y al que por lo visto no le dejaron tiempo para hacer su revoluci¨®n, ha dicho que ¨¦l no se presenta a las elecciones porque pertenece al ?franquismo sociol¨®gico?. Creemos que, en su caso y otros an¨¢logos, se trata de quienes actuaron como fuerza instrumental de la dictadura en los primeros tiempos y, a cambio, se integraron en las clases econ¨®micamente dominantes. Pero el franquismo sociol¨®gico es mucho m¨¢s; se trata fundamentalmente: a) de los sectores sociales que han identificado sus intereses de clase con el r¨¦gimen pasado y con su eventual continuismo; b) del personal pol¨ªtico -o ?¨¦lites de la pol¨ªtica?- que ha constituido la fracci¨®n de clase ?reinante?, en los centros de aparatos de Estado durante la dictadura. Sabemos donde est¨¢n pol¨ªticamente y lo que quieren ahora, en una postura netamente autoritaria. ?Tienen raz¨®n? (Nos referimos, naturalmente, a la raz¨®n hist¨®rica, sin entrar en otro juicio de valor). Pues, no nos parece que acierten ni siquiera en la ¨®ptica de sus intereses. Porque el atitoritarismo, el sindicalismo domesticado y la mordaza a los partidos pol¨ªticos puede convenir a las clases dominantes de una sociedad rural, sin industrializar, sin necesidades de rentabilidad por unidad de producci¨®n, sin problemas de ?mass media?; aquella sociedad de ?bueyes que aren? que propusiera Bravo Murillo. Pero Espa?a no es eso; y tenemos la impresi¨®n que otro sector muy importante de la alta burgues¨ªa, con mucha mayor lucidez de la coyuntura hist¨®rica que nos toca vivir, ha optado por otro camino. Se trata tambi¨¦n de la clase econ¨®micamente dominante, pero de su sector que ha comprendido que la democracia y la convivencia dentro de sus normas es la condici¨®n previa para no llegar al desastre del que nadie, como clase, se salvar¨ªa. Y ese sector de la burgues¨ªa tiene tambi¨¦n sus ?¨¦lites? o personal pol¨ªtico; no es el mismo que el de los que amenazan con la Bolsa o las ametralladoras. Procede, en su mayor¨ªa, es verdad, de los aparatos de Estado, de la dictadura en los que hizo su aprendizaje. Pero, por lo general, se trata de hombres que no llegaron a ser ?fracci¨®n reinante?, que no detentaron centros operacionales y que, han comprendido y aceptado la necesidad de jugar la carta democr¨¢tica. ?Con resabios? ?Qui¨¦n lo duda! ?Con posiciones de ventaja? S¨ª, pero no tan grandes como las de la fracci¨®n autoritaria, porque cuarenta a?os de franquismo, son muchos a?os para fomentar no s¨®lo ?el partido del miedo?, sino tambi¨¦n el de la m¨¢s triste ignorancia. Es el franquismo quien juega a¨²n con ventaja en las elecciones; y ni a¨²n as¨ª est¨¢ seguro y prefiere la amenaza y el recurso a la violencia armada.
En ambos casos se trata de las clases econ¨®micamente dominantes; en ambos, de hombres pol¨ªticos que unos lo fueron todo, otros simplemente se iniciaron a la vida pol¨ªtica con el viejo r¨¦gimen. Pero unos est¨¢n por la perpetuaci¨®n de la dictadura, aunque para ello Espa?a salte hecha a?icos; otros est¨¢n por la convivencia, por el respeto a la voluntad de la mayor¨ªa, por organizar el pa¨ªs a base de la soberan¨ªa popular (cuyo principio, por cierto, as¨ª como el del sufragio universal, tiene ya rango de Ley Fundamental). Para cualquiera que se considere un hombre de izquierda, socialmente avanzado, partidario de un cambio en las relaciones de producci¨®n, etc¨¦tera, lo que est¨¢ hoy sobre el tapete no es una sociedad ut¨®pica que no se alcanza con la metralleta; si alguien cayese en esta utop¨ªa de la violencia, que sepa que as¨ª se sirven los designios de quienes no han renunciado -y lo dicen a voz en grito- a mantener las peores injusticias, los mayores anacronismos, con tanques y campos de concentraci¨®n.
Que cada cual tome sus responsabilidades, antes de que sea demasiado tarde. Aunque hoy resulte doloroso, hay que decir que debieron tomarlas a tiempo quienes en Chile so?aron con una utop¨ªa minoritaria y le hicieron la vida dif¨ªcil al Gobierno Allende en vez de sostenerlo frente a la derecha. Sabemos que en los aparatos de Estado hay todav¨ªa quienes est¨¢n identificados con el r¨¦gimen de la dictadura y con sus m¨¦todos (algunas pruebas acaban de darse en Euskadi, y que lo digan, sino, personas tan respetables como el arzobispo de Pamplona). Pero el camino para que los instrumentos del Estado sean eso, simplemente eso, y no armas al servicio de castas acostumbradas a privilegios seculares, es el de la democracia, el de elecciones limpias y sin cacicadas, el del mutuo respeto y la convivencia. Y .todav¨ªa no hemos llegado al 15 de junio ni a lo que vendr¨¢ despu¨¦s.
Y cada uno de nosotros debemos sentirnos responsables de nuestra parte al¨ªcuota de esfuerzo para que, lejos de todo carisma, nuestra patria acuda por fin a la cita de la Historia.
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