La dimisi¨®n del presidente de las Cortes
EL SE?OR Fern¨¢ndez Miranda tiene la rara virtud de que sus apariciones p¨²blicas, aunque escasas, son siempre sonadas. Ayer, en el fragor de la campa?a electoral, ha logrado lo que los presentadores de circo suelen anunciar como el ?m¨¢s dif¨ªcil todav¨ªa?: centrar la atenci¨®n nacional en su dimisi¨®n como presidente de las Cortes, cargo que lleva consigo las presidencias del Consejo del Reino y del Consejo de Regencia.El desde hoy duque de Fern¨¢ndez Miranda ha entrado en la peque?a historia con un punto de enfado. Se ha permitido afirmar en su rueda de prensa que ?los espa?oles a¨²n no han aprendido a valorar las enormes cualidades del Rey?. En poco tiene al pueblo espa?ol quien as¨ª habla. Por a?adidura, el duque de Fern¨¢ndez Miranda traspasa el umbral hacia la privacidad, negando ser un Mazarino, un Richelicu o un conde-duque de Olivares. Aplaudimos esta visi¨®n realista de los hechos por el ministro del pluriformismo, el parlamentario de la trampa saducea, o el profesor de quien la Ciencia ignora aportaci¨®n sustancial alguna al ¨¢mbito del Derecho.
La despedida anticipada que ayer depar¨® al pa¨ªs es demasiado hermosa para ser genuina. Repare el lector en sus declaraciones de marzo de este mismo a?o: ? Yo me debo a la persona que me ha designado. Mientras tenga la confianza del Rey seguir¨¦ en mi puesto, cuyo mandato es de seis a?os.? Alg¨²n d¨ªa se contar¨¢ tambi¨¦n por eso la historia de esta dimisi¨®n. Fern¨¢ndez Miranda prefiere la tesis p¨²blica del suicidio parlamentario. Resp¨¦tese la ¨²ltima voluntad de uno de los ¨²ltimos vestigios de la dictadura.
No es preciso hacer le?a del ¨¢rbol ca¨ªdo -y, sinceramente, creemos que yerran quienes le tienen como figura presidencia] en la reserva-, pero en este pa¨ªs hay que hacer muchas cosas con rapidez, entre ellas la de colocar a las figuras en su correspondiente lugar del escenario.
EL PA?S publicaba el 30 de marzo que en las monarqu¨ªas europeas no exist¨ªan hombres del Rey. Hubiera sido ¨²til por eso que se borrara entonces la imagen de inspirador de palacio, con que equ¨ªvocamente quiso rodearse, de modo tan atrevido como oficioso, la figura del ahora ?dimitido? presidente de las Cortes. Todas las contradicciones han acabado por aflorar, Y el Rey ha demostrado, una vez m¨¢s. que es un Jefe de Estado moderno, identificado con su misi¨®n hist¨®rica y defensor de la independencia de la Corona. Los honores que ha otorgado don Juan Carlos al presidente dimitido no hacen sino deslindar los problemas de Estado de los reconocimientos personales. En realidad, el problema resuelto era pol¨ªtico: el se?or Fern¨¢ndez Miranda patrocinaba doctrinalmente una Monarqu¨ªa distinta de la que las normas de la democracia exigen. La Monarqu¨ªa de don Juan Carlos es un r¨¦gimen constitucional dif¨ªcilmente compaginable con los intentos de involucraci¨®n con la herencia de la dictadura. Por lo dem¨¢s, la extra?a figura de la aceptaci¨®n de la dimisi¨®n y de la postergaci¨®n de su puesta en pr¨¢ctica, tr¨¢mite que formalmente hubiera exigido, en cualquier caso, la intervenci¨®n del Consejo del Reino, resuelve el dif¨ªcil escollo que implicaba la elecci¨®n, en el plazo de cien d¨ªas, de un nuevo presidente de las Cortes (y, por tanto, del Consejo del Reino y del Consejo de Regencia).
La situaci¨®n irregular del presidente dimisionario podr¨ªa servir para la disoluci¨®n en la pr¨¢ctica de las actuales Cortes, cuesti¨®n a la que ha aludido el se?or Fern¨¢ndez Miranda en sus declaraciones a_la prensa a prop¨®sito del plazo de pr¨®rroga de la legislatura. En tal caso, el anunciado Pleno sobre el Consejo de Econom¨ªa Nacional no llegar¨ªa nunca a ver la luz. Ahora esperamos poder decir que las Cortes de Franco no volver¨¢n a reunirse jam¨¢s.
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